¿Se lo explico con plastilina?

Publicado el alter eddie

Juaica, una experiencia para toda la vida

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El 13 de enero queríamos ver una película y terminamos viviéndola; de terror, de acción, de drama, o vista desde lejos una comedia, no sé, juzguen ustedes por lo que les vamos a contar.

Mi amiga Luisa, Emily “la chiquis” mi sobrina de 7 años y yo, empezamos el día rumbo a Tabio, el plan era caminar un rato en la montaña de Juaica hasta cuando “la chiquis” se cansara. Era la primera vez en su vida que hacia este tipo de recorridos y pensamos que la caminata iba a ser corta y resulta que no, ella ansiaba llegar a la cima y allí llegamos después de dos horas.

Nos acompañaron dos perritos negros a los que llamamos Comapán y Babosín, eran las mascotas del parqueadero en el que dejamos el carro.

Los tres estábamos felices por el logro, nos sentíamos orgullosos de Emily y su primera cima lograda. El cielo estaba despejado, ya nos íbamos a tomar las fotos triunfadoras en el mirador. Empezamos a caminar hacia allí y los perros que nos acompañaban pararon, uno de ellos se puso a llorar, era un mal augurio de lo que venía.

Caminamos un poco y dos muchachos con cachuchas y pañueletas nos abordaron, estaban armados con pistolas, era algo de no creer, esa sensación de que esto le pasa a los demás, de irrealidad, de ver todo en cámara lenta. Uno de ellos dijo sorprendido ¡hay una niña! Nos quitaron nuestras cosas, dinero, maletas, celulares, cámaras, tarjetas de crédito, etc. A mí me pidieron las claves bancarias, les decíamos que tranquilos, que se calmaran , que teníamos una niña, que no mostraran sus pistolas, que íbamos a hacer lo que dijeran. Luisa le pidió a uno de ellos que le dejaran la SIM card de su celular, él se enojó y le mostró la pistola en su cara, pero la dejo sacar, Luisa lo logró hacer con un arete.

Luego nos ordenaron que bajáramos hacia el mirador, que allí nos tenían una sorpresa. Empezamos a caminar por la trocha y vimos “la sorpresa”: un grupo de personas de espaldas entre los matorrales, todas estaban sentadas, maniatadas y cabizbajas, parecía una imagen de tantos y tantos documentales sobre secuestrados.

Luisa le susurro a Emily que pensara que estábamos en una película, ella decía que no, que ella no quería pensar eso y se molestó, nos decía que esas pistolas eran de verdad no de película, preguntaba qué iba a pasar, que por qué hacían eso, muchos interrogantes complicadas de responder en esos momentos.

Luisa miro varias veces a los ojos a los muchachos y afirma que no vio maldad en ellos, lo mismo pensé yo, veíamos más bien ingenuidad, lo cual suele también ser muy peligroso.

Nos requisaron nuevamente, me sacaron todo lo que tenía en los bolsillos, entre esas la carta de propiedad de mi carro, me preguntaron si habíamos llegado en él, les conté que sí y me pidieron las llaves, Emily con naturalidad les dijo que las habían dejado tiradas antes. Luego nos ordenaron quitarnos los zapatos, nos pidieron que nos sentáramos y nos ataron con los cordones, a Emily le dijeron que se quitara el saco y me tapara la cara con él. Les pedimos que por favor a ella no la ataran.

La chiquis se quedo allí sentadita en la mitad de mis piernas, yo le daba besitos en la cabeza, le decía que la quería muchísimo, que tranquila, que esto ya iba a pasar. Mientras tanto trajeron a Luisa también maniatada y la ubicaron a nuestro lado. Eran minutos o segundos que se nos hicieron eternos. Quedamos los tres cerquita, “Babosín” se sentó al lado nuestro, era un gesto noble de acompañamiento.

Hablábamos entre nosotros, uno de los asaltantes nos dijo que nos calláramos, que venían en dos o tres horas después de cerciorarse de que las claves de las tarjetas eran las correctas y que donde no…

Por varios minutos dejamos de escucharlos, en mi caso como no podía ver nada, cada movimiento de los perritos era como sentir a los atracadores allí, tenía muchas ganas de ir al baño. Emily se orino en sus pantalones entre el susto y la imposibilidad de moverse del sitio. Lo que la preocupaba era que volvieran los asaltantes, le pedí varias veces que me quitara su saco de la cabeza pero ella decía que no, que lo mejor era hacer caso y dejar todo como estaba.

Fue una hora de zozobra, de preguntarnos qué iba a pasar con nosotros, de ver señales y no haberlas acatado, de remordimientos de conciencia y de toda la infinidad de cosas que se le pasan a uno en el momento en que su vida está en peligro. A mí me angustiaba muchísimo mis ganas de ir al baño, son esas cosas tan privadas, que hacerlas así sentado y maniatado me parecían humillantes. Pensaba en los policías secuestrados y tantas personas que han pasado por esto.

Emily rezaba mentalmente, le pedía a Jesús que nos cubriera con una capa de protección. Seguía haciendo preguntas, y nosotros buscando respuestas. Me asombraba su tranquilidad en medio de todo, me sentía orgulloso de ella, de su calma, de su valentía, de su fortaleza para cumplir con la meta de llegar a la cima.

Luisa, que es muy espiritual, pensaba en cosas bonitas, en traernos buena energía, en visualizarnos con un «manto plateado de protección», pura actitud positiva, muy importante en esos momentos. Ella empezó a ver a las otras personas entre los matorrales, todos se preguntaban con los ojos el ahora qué hacemos, eran las miradas de la complicidad en medio del infortunio.

Uno de los muchachos que estaba allí, sugirió que lo mejor era desatarnos de alguna forma para escaparnos. La chiquis dijo que no, que esperáramos un poquito. Ellos esperaron.
Pasaron unos minutos y convencimos a Emily de la posibilidad de irnos. Ella estaba angustiada con que aparecieran nuevamente los ladrones, insistía en que nos quedáramos pero por fin me quitó el saco de la cabeza.
En ese momento empezamos a ver a varios del grupo ya parados y desatados. Me alegro ver más mujeres en el grupo, nos contamos y éramos 14.

Luisa se pudo desatar y luego me soltó. Me impresionaba ver las marcas en mis muñecas. Creo que los cordones de los zapatos cambiaron de significado para muchos de los que estuvimos allí.

Varios de los del grupo empezaron a cargar piedras en sus manos, era la tensión ante el probable desquite de los delincuentes. Tocaba buscar nuestros zapatos en medio de los matorrales, algunos los encontraron y a otros se los robaron, entre esos las botas de Luisa.

Uno de los muchachos dijo que había dejado su celular botado entre los matorrales y lo encontró, Luisa tenía su SIM card y se la pusimos ¡Eureka!. Yo les sugerí llamar a mi prima, la mamá de Emily, quien es capitán de la policía. Primero le avisé a mi familia, para que le dijera a ella, pero del susto se nos olvidaba hasta lo más simple: Unas placas, un número de celular, nombres, apellidos, son momentos muy complicados en los que uno no sabe ni como actúa y se le olvida todo.

Desafortunadamente la señal era muy mala, lo cual complicaba la comunicación, nos quedaban pocos minutos de carga. A ciencia cierta no sabíamos si habían podido llamar a la policía y también pensábamos que los ladrones se podrían enfurecer con nosotros por denunciarlos.

Luisa se puso en las plantas de sus pies varias hojas anchas y las cubrió con sus medias, ella buscaba las partes resbalosas y nosotros los que teníamos zapatos, las piedras, pura supervivencia. Yo por fin calmé mis ansiedades estomacales en medio de un rastrojo. En momentos como estos los pudores se olvidan.

Era un trayecto eterno, lo que fue un hermoso paisaje de subida se volvió un oscuro y peligroso plan de vuelta. En una parte del trayecto el grupo se dividió, unos tomaron hacia Subachoque y nosotros seguimos hacia Tabio por el mismo camino en el que subimos. Nos quedamos sin celular. Era el azar de saber quién se encontraba con los ladrones.

Empezamos a escuchar un helicóptero, teníamos la esperanza lejana de que fuera de la Policía, el vehículo daba vueltas y vueltas hasta que por fin pudimos darnos cuenta que era lo que esperábamos. Estábamos felices, era como si nos hubieran encontrado después de un secuestro. Emily estaba emocionada y esta dura experiencia se le empezó a convertir en una película de aventuras.

Nos caímos, nos resbalamos muchas veces en medio de los charcos, llegamos negros de tanta mugre, nos reímos, nos abrazamos. El carro no fue robado, las tarjetas fueron bloqueadas y ante todo salimos bien librados de esta dura experiencia. Babosín volvió a su casa después de acompañarnos.

La policía nos recibió y atendió muy bien, nos prestó una especie de «manto plateado de protección» en papel celofán metalizado para darnos calor. Enviaron a una mujer de infancia y adolescencia para hablar con Emily. Luego pusimos el respectivo denuncio.

Al llegar a casa unas ganas inmensas de abrazar y darle gracias a la vida. La Chiquis contaba su aventura a toda la familia, se sentía tranquila pero le dieron pesadillas en la noche. Luisa no podía dormirse pensando en que al cerrar los ojos iban a ver las imágenes de los delincuentes, a mí me pasaba algo similar, sentía miedo, hasta terminé durmiendo con las luces prendidas.

Al día siguiente cambiamos del acelere, a pensar con cabeza fría todo lo que había y pudo haber pasado. Fuimos a misa a dar gracias y complacer a Emily. Ganas de llorar a ratos y un no sé qué en no sé dónde que esperamos pase pronto.

Luisa, Emily y Edgar

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