Rompe el lápiz, toca la Tablet

Publicado el Vladimir Clavijo

Sí, estoy deprimido

¿Cuál puede ser tu mayor miedo? Para muchas personas son miles los lugares en donde el terror se puede apoderar de su vida, normalmente por otros, por externos, por aquellos que están en la calle, por gente de su familia o por desconocidos que pueden vulnerar sus espacios.  Para otros, como yo, este terror está dentro, en el alma, en la cabeza, en el corazón, en la vida misma.  Y no es que puedas saber qué está pasando contigo, es que das por hecho que eso que sientes todas las personas lo están sintiendo.  Ese vacío en el estómago, esa ansiedad, ese cansancio que te duerme frente a tu pantalla o llegar a no poder concentrarte por más de 30 minutos en una tarea.  ¿Será que hay algo de síndrome de atención en mí? ¿Será que algo en mi cuerpo se está fundiendo? ¿Será que los problemas pueden ser tan grandes como para desesperar y sentir que todo es demasiado grande? ¿Será que me estoy cansando de vivir?

Con síntomas tan extraños, con sensaciones tan diversas y con temores a controlar, tu cuerpo se vuelve en tu enemigo.  Quieres lograr metas, quieres lograr sueños, quieres lograr lo que en algún momento de tu vida pensaste que lograrías. Pero llega la otra pregunta ¿estás logrando algo de lo que querías? ¿Será que las metas que te pusiste son alcanzables? ¿Será que algún día lograrás ser lo que soñaste ser? Y es en ese instante donde pasas por dos frases: Estoy con el síndrome de los “pre 40” o realmente estoy frustrado.  La congoja te parte todos los días, el tiempo pasa demasiado rápido, no te alcanza el día para todo lo que te has comprometido a hacer contigo mismo (y en mi caso, con mis clientes).  Los problemas se acumulan, como el agua en un vaso demasiado pequeño, el tiempo es tu enemigo, y se acaba otro día, y otro día y otro día, y otra mañana, y otra tarde, y otra igual y aunque para el mundo eres funcional tú sabes que tu funcionalidad acabó hace muchos días.

El miedo a la vida

¿Y qué puede ser peor que no ser funcional contigo mismo? Pues no serlo en lo que da sostenimiento a tu familia, a los que amas, por los que das la vida, y bueno, la vida, de repente toma un sentido diferente, efímera, poco elocuente, ridícula, superflua, estúpida, innecesaria. ¿Tu vida innecesaria? Ok. Esto ya no es normal.

¿Quieres salir a comerte el mundo? Yo ya no sabría si eso es lo que mi vida quiere. Será que quiero llegar tan lejos como en el pasado cuando era un adolescente decidiendo una carrera o cuando decidí abandonar mi carrera y construir una empresa.  ¿Y porqué estas ganas de llorar todo el tiempo? Para ser hombre, llorar por pequeñeces de la vida suena tonto, suena débil.  -Es que me conmuevo demasiado fácil con la vida- me lo decía a mi mismo todo el tiempo.  He llorado demasiado, he llorado por lo innecesario y cuando debo llorar no fluyen las lágrimas. Soy una roca, soy un ser aparentemente sin sentimientos.

Y esta rabia por la injusticia. La injusticia que he vivido con jefes abusivos que por su poder decidieron que fuera una ficha más en su ajedrez de poder, o jefes ridículos exigiendo que debía parar mi vida porque había trabajado para ellos.  Jefes de todo tipo. Y a estos, aunque a muchos hubiese querido descubrir en sus acciones, me abstuve. ¿Por qué? ¿Por qué esperar a que la vida los compense con dolor? La justicia no existe, no existe porque ya nada tiene sentido. Porque los valores se convirtieron en excusas de aceptación. Y finalmente, a la noche, cuando debo acostarme a tratar de reiniciar mi cabeza, solo encuentro que la noche dura un minuto. Un segundo. La noche se vuelve un ciclo de horas de cansancio en la cama.

Mi esposa ha sido un soporte, una verdad directa. Con la crudeza que muchas veces yo decía tener lo supo descifrar. Viéndome sentado sin mirar a ningún lugar. -Estás deprimido- y con su bella y suave voz lo repitió para no ofenderme: -Estás deprimido y no lo aceptas y eso te está entristeciendo-. Y por una vez, volví a llorar de dolor, de verdad, no de juego con el alma, no buscando una excusa, sino buscando la razón verdadera. Me duele ser lo que soy, pero porque lo que soy es solo un reflejo de lo que no acepto que quise ser.

Todo a la mierda

Las palabras han vuelto a tener sentido. Si así soy yo. Pero es que esta depresión no es un momento, es sentir que todo está mal y que tú estás más mal. Y aunque en realidad tu vida no es tan mala como las de otras personas, es la vida que te da rabia.  Sientes que cada decisión que has tomado ha sido un error. Creo que las pocas decisiones que no pasan por ese filtro y es porque son decisiones demasiado pensadas fue la de tener a mi hija.  Esa es de las pocas decisiones consensuadas, deseadas y vueltas a desear.  Pero en el resto de cosas que he hecho, he sentido que nada de lo que querido hacer o decir, estaba yo. Esa persona es otra. La que quiere demostrarle al mundo que no perdió. Que a pesar de las circunstancias adversas había podido superar todas. Pero no fue así. La verdad es que nada de eso sirvió, porque nada estaba superado, porque no tenía que superar nada ni a nadie.  Esta mierda que sale de la cabeza, se refleja ya no solo en ti sino en tu mirada. Ya no puedes disimilar la tristeza.  Ni lo que más te apasiona, ni lo que más te gusta, es lo que más te apasiona ni lo que más te gusta. Eres la mierda que no querías ser, porque ni siquiera sabes qué eres.

La loca de la casa está suelta

Y en mi vida y sé que en la vida de muchas personas, la mente es su peor enemiga. Es aquella que te pone a decir lo que no quieres decir, pero lo haces, porque tu mente te está jugando la idea de que es lo que el mundo quiere de ti. Y cuando te das cuenta de que estás viviendo con una loca en tu casa, y esa loca es tu mente y la casa es tu cabeza entiendes que todo tiene sentido.  Empiezas a entender que lo que has hecho, en la mayoría de los casos fueron cosas que fueron llevadas por otros a tu vida. Que hay personas que en realidad no toleras, con la que no compartes nada, pero las toleras, porque no quieres quedar como la real persona que eres, la malvada, la que no le importa nada sino solo sus intereses.

Y en ese momento recordé mi último trabajo, hubo un grupo de personas que por alguna extraña razón, no les gustó lo que hacía, no les gustó quién era yo ni cómo expresaba mis ideas, y sin querer los entendí.  Conmigo, y contra mí, usaron todos los recursos posibles para que el cargo que tenía desapareciera. Pero no fue personal, ahora lo entiendo, solo eran sus intereses, los que yo jamás usaría, así la persona me molestara, jamás haría lo que ellos mi hicieron.  Pero igual, no importó. Lo hicieron sin tener nada que perder.  No sé si ganaron algo, no sé si lo perdieron.  Ahora no me importa si lo que hicieron los dejó dormir, porque finalmente ellos actuaron para sí mismos.  Yo aún no puedo con eso.  Yo aún pienso en los otros, demasiado y es ahí donde en este recorrido por mi ser deprimido, miserable, irreconocible, encontré una verdad que hoy me parte en dos, que se convierte en el hito de mi vida: pienso demasiado en los demás.

La depresión que me regaló la verdad

Desde hace unos 20 años he estado deprimido. Si. Así no lo quería aceptar, pero así es. En esos tiempos, aunque jugaba al control de mi entorno, en realidad sabía que no era dueño de nada.  Pensé que sería uno de los grandes, de los que serían referencia para otros, de los que cambiarían este país y esta sociedad que me tocó.  Y empieza este proceso de entendimiento de que la vida es esta, una de corto plazos, de cortas existencias y de cortos contratiempos.  Todo está basado en lo que otros pueden decir de ti.  A veces te equivocas. Yo lo he hecho mucho. Me equivoqué con muchas personas, con algunas por ser yo mismo y lastimarlas, en otras ocasiones, por no quedar mal con otros.  Pero es que esto no es más que lo que nos toca a todos.  Nadie piensa en lo colectivo.  Siempre hay una mediación en el yo, en el que quiere sacar algo para si. Pues yo no pienso en mi. Y eso es lo que me generó esta angustia existencial que termina siendo en esta resolución: Si, estoy deprimido.

A bailar con la más fea

Y así es como hoy, luego de un mes de estar en este desencuentro conmigo mismo decidí salir, decirme a mí mismo: Debo gritar esta mierda de dentro y aceptar todo lo que pienso de verdad.  A muchas personas les he reservado lo bonito y a las que no, mejor no les diré nada, pero ya sé que no lo hago por no lastimarlas, lo hago porque no me interesa que les interese lo que yo pienso. Son simplemente personas que no deben estar en mi vida, que me fastidian que me sirven para nada y que seguramente yo serviré para nada en sus vidas.  Pero por otro lado está este tema de la depresión. Si, ya con mi familia evaluamos esto y empezamos un proceso, pero lo que queda claro esta tarde, es que la vida no es lo que siempre creemos y que seguramente todos estamos deprimidos y ocultamos este dolor en  mil y una manifestaciones: algunos beben, otros fumamos, otros fuman hierba, otros se enloquecen con el sexo, con el amor mismo, con la amistad, con sus mascotas, con el fitness, con ser los mejores en algo, o ser los peores, pero esta depresión seguramente a otras generaciones las atacó y ellas pudieron desfogarse de otras maneras. Yo lo logro escribiendo.   Y es en eso en lo único que creo que puedo destruir a este demonio que estuvo oculto: escribir de esta forma de ver el mundo, de sufrirlo y de amarlo.

Si estoy deprimido, pero ahora sé que es lo que tengo y sé que ya no puedo ocultarme de lo que soy.  Como dijo mi esposa, “ahora te tocó bailar con la más fea” y será por siempre. La depresión es la más fea y ahora está sonando nuestra canción y tendré que bailar con ella hasta que descifre y soporte mi dolor, el dolor de no haber sido yo mismo y de ahora tener que decir lo que soy y lo que quiero, así al mundo ya no les guste, así no me guste ni a mi mismo.

PD: Si alguna vez ha vivido esto, lo vive y lo quiere compartir con alguien, aquí nos escuchamos. Estoy en twitter como @vladimirclavijo

 

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