Cuando hablamos de convivencia escolar en Colombia, casi siempre pensamos en peleas, acoso o conflictos que escalan hasta convertirse en noticia.
Cuando hablamos de convivencia escolar en Colombia, casi siempre pensamos en peleas, acoso o conflictos que escalan hasta convertirse en noticia.

Diana Ortiz. EAN.
Cuando hablamos de convivencia escolar en Colombia, casi siempre pensamos en peleas, acoso o conflictos que escalan hasta convertirse en noticia. Solemos llegar tarde y reaccionamos cuando el problema ya estalló.
Esto muestra que la convivencia no debería reducirse al manejo de crisis: es, en realidad, una construcción ética y cotidiana que se juega en la forma en que nos hablamos, nos escuchamos y nos cuidamos como comunidad; se aprende en lo diario y en cada pequeño espacio de socialización en el que participamos como individuos.
Tradicionalmente las instituciones educativas han respondido punitivamente con sanciones, reportes o expulsiones. Más recientemente, el énfasis se ha trasladado a programas de “educación socioemocional”.
Aunque estos esfuerzos han aportado, es necesario decir algo que puede sonar impopular en tiempos en que las emociones y su regulación parecen estar en el centro de todo: reducir la convivencia escolar a lo socioemocional ha sido insuficiente, confuso y reduccionista.
Al poner el foco en el individuo y en su autocontrol, este enfoque termina alejando el cambio estructural al que aspiramos. Como si problemas colectivos como el bullying o la exclusión pudieran resolverse únicamente con técnicas de respiración o talleres de regulación emocional. El resultado es claro: se confunde convivencia con autocontrol, cuando lo que está en juego es mucho más complejo.
Con el propósito de superar estas limitaciones creamos PIECES (Posicionamiento Intersectorial en Ética para la Convivencia Escolar), un modelo de intervención institucional que busca transformar las prácticas sociales y promover entornos de cuidado y protección para niños, niñas y jóvenes.
PIECES surge de la necesidad de promover una visión innovadora para trabajar en educación, anclada en los avances de la psicología experimental de punta; su diseño teórico y metodológico se ha traducido en acciones concretas que, además, han orientado mi visión estratégica al frente de la dirección del ecosistema de educación de la Universidad Ean.
Este modelo se diferencia porque no busca moldear emociones, sino transformar la escuela como sistema, con base en tres pilares:
Este enfoque cambia la pregunta central: ya no se trata de cómo responder a un caso de acoso, sino de cómo sembrar, día a día, un clima de respeto y cuidado en todos los rincones de la institución, desde la portería hasta la alta dirección, con la participación activa de la comunidad y la sociedad en su conjunto.
La experiencia muestra que cuando se trabaja la convivencia desde el posicionamiento ético, con un enfoque intersectorial, los resultados son más profundos, se previene la violencia, se fortalecen los vínculos y se consolidan comunidades educativas más confiables y cuidadoras.
La convivencia no es un curso de emociones maquillado ni un manual de sanciones. Si seguimos confiando en soluciones punitivas o en programas centrados en una visión individualista, que reducen el comportamiento a juicios de valor o a perspectivas esencialistas, solo estaremos corriendo detrás del problema.
Con modelos como PIECES podemos hacer algo distinto: dejar de apagar incendios para empezar a construir entornos protectores, comunidades que cuidan, nuevas ciudadanías y generaciones capaces de cuestionar, dialogar y convivir en la diferencia.

Colombia necesita avanzar hacia una verdadera cultura de paz, y quienes trabajamos en educación tenemos el deber y la oportunidad de impulsar esta realidad con el fin de garantizar los derechos de todos los niños, niñas y jóvenes de nuestro país.
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