Liderazgo

Por Magdalena Garzón.

“Soy como una gota de agua sobre una roca. Golpe a golpe,
dando siempre en el mismo lugar, comienzo a dejar una marca.”
Rigoberta Menchú Tum (Premio Nobel de la Paz).

En los colegios, hablar y ser escuchado no siempre es fácil. Las voces se pierden entre reglas, miedos o costumbres. Este texto nace de la necesidad de reflexionar sobre lo que significa realmente alzar la voz y liderar desde la empatía.


Crecí leyendo historias de mujeres excepcionales que no temían alzar la voz frente a las injusticias. Desde entonces soñé con poder convertirme, algún día, en eso para los demás.

El colegio, un escenario donde el sueño toma forma

No fue de un día para otro: aprendí a escuchar, a dudar, a caer y volver a intentarlo. Descubrí que tener voz no significa hablar más fuerte, sino hablar con sentido; que hay palabras que levantan puentes y otras que levantan muros, y que cada decisión, incluso la de callar, deja huella.

Es por esto que decidí lanzarme como personera. No fue una decisión impulsiva, sino el resultado natural de todo lo vivido: de observar, de escuchar, de sentir que era momento de devolverle al colegio todo lo que me había enseñado. Postularme fue, en cierta forma, mi manera de decir “quiero hacer algo por los demás”.

Y ser elegida, más que un reconocimiento, fue una responsabilidad que asumo con gratitud y con la certeza de que una sola voz —si se usa con propósito— puede marcar una diferencia.

Porque el verdadero liderazgo no se mide por cuántos escuchan tu voz, sino por cuántos se atreven a usar la suya después de oírte.

A lo largo de este camino he comprendido que incluso el silencio enseña. Eduardo Galeano decía que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.” Y es que ¿no es eso un colegio? No es grande comparado con el mundo, los estudiantes no son mayoría frente a la población, pero es desde aquí donde empezamos a cambiar lo que está allá afuera.

La transformación debería empezar desde los salones, los pasillos, en lo cotidiano. Es en el colegio donde aprendemos que el liderazgo no se impone: se contagia. Se multiplica cuando una sola voz inspira a otra a hablar, y así, poco a poco, los silencios comienzan a llenarse de sentido.

Es en el colegio donde las palabras que elegimos —y las que decidimos callar— definen el tipo de comunidad que construimos. Hay que aprender a hablar, y aprender a escuchar. No basta con levantar la voz, hay que hacerlo con propósito, con empatía, con la intención de construir y no de imponer.

A veces se aprende más de un silencio que de un discurso

Hay silencios que dicen “no me siento parte”, y otros que gritan “necesito ser escuchado”. Ser líder es saber reconocerlos.

En el colegio he visto lo mucho que necesitamos escucharnos mejor. Aprender a recibir las palabras de los demás con respeto, con calma. Aprender a hablar de una forma que no ataque, sino que construya.

Porque comunicar no es solo decir lo que piensas, sino saber cómo decirlo, ese es el corazón del liderazgo estudiantil: no hablar porque sea fácil, sino porque es necesario.

Porque es precisamente en esos silencios, en esa falta de voz, donde el acoso y la exclusión encuentran su escondite más seguro. El bullying se alimenta del silencio, crece en los rincones donde nadie se atreve a nombrarlo. Pero no prospera cuando hay líderes dispuestos a tender puentes hacia el que es apartado, a usar su voz no para imponerse, sino para cuidar.

Alzar la voz con propósito, entonces, no es solo un acto de valentía: es un acto de protección. Es recordarle a cada persona que no está sola.

¿Qué es ser líder?

Ser líder no es hablar más fuerte, sino saber cuándo y por quién hablar. Ser personera es representar, sí, pero sobre todo escuchar. Es ser puente entre las necesidades, las inconformidades y los sueños de todos.

Ser personera es ser ese puente que conecta, que traduce las necesidades, las inconformidades y los sueños de todos en acciones posibles.

Siempre he querido hacer del mundo un lugar mejor. Y creo que eso empieza desde lo más pequeño, desde lo más cercano a mí: mi colegio, un microcosmos del mundo. Donde los profesores y las directivas me han inspirado a creer que transformar el mundo es posible si se empieza desde aquí.

Si puedo dejar algo en esta institución que tanto me ha marcado, quiero que sea eso: la sensación de que sí se pueden cambiar las cosas, si lo haces con corazón y con la convicción de que cada voz cuenta, y que cuando una se alza, muchas más pueden seguirla.

Cuando una voz se mantiene firme en la verdad, termina despertando la escucha de los demás. Y ese día, el silencio deja de ser costumbre, para volverse diálogo.

Rompamos-el-silencio

Porque si una gota puede marcar una roca, un liderazgo puede dejar un eco que perdure más allá de quien lo ejerce, y rompa el silencio.

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