
Aunque las opiniones de asistentes y artistas son diversas, el crecimiento del Petronio Álvarez es innegable.
Por Valentina Vidal León, reportera de la alianza de El Espectador y Color de Colombia para el Petronio.
Para las personas que asistieron al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, esta edición significó un gran avance en la organización del evento, que convocó alrededor de 100 mil asistentes este año.
Al recorrido por la ciudadela, que tuvo una extensión de más de 40 mil metros cuadrados y en donde el Pacífico se reunió, lo acompañaron los relatos de quienes transitaron sus caminos y pabellones. Uno de ellos fue el de Camilo Amézquita, un bogotano que llegó a Cali con la intención de disfrutar los seis días de festival y conocer qué hay más allá del turbante y el arrechón.
A Amézquita le llamó la atención la buena energía de las personas con amplias sonrisas que atienden sus locales, aunque le preocupó el manejo de desechos, por lo que hizo un llamado a tener más conciencia para evitar un impacto ambiental negativo.
“Cada vendedor de bebidas ofrece una copa plástica para dar la muestra de su producto. Imagínese cuántas quedan al final de la jornada. Es una contaminación muy grande si no se le brinda el manejo adecuado”, comentó Amézquita.
La mayoría de las voces expresaron una mejoría en la logística, resaltaron el buen comportamiento de los asistentes y le otorgaron, en general, una buena calificación a la dinámica del Petronio, pero no faltaron los inconformes.
“Qué platos tan caros. 30 mil pesos por un turbante”, y los infaltables “¿en cuánto me lo deja?” fueron algunos de los comentarios que se reprodujeron y con los que Liduvina Obregón, vendedora de bebidas artesanales, concordó, al manifestar que 23 mil pesos por una caneca, ya sea de viche, tomaseca o curado, era un precio muy elevado.
“Yo sé que hay quienes los darán, otros no, pero yo no me rijo a los precios. Si el cliente me da 20 mil, se los recibo”, dijo Obregón, quien también aseguró que participaba en el festival porque consideraba importante cuidar su cultura, más allá de intereses económicos.
Su tía, Maura de Caldas, a quien se le hizo homenaje en la zona de Comida en Vivo, fue quien impulsó la vestimenta característica que, hoy por hoy, se conoce. “A las jóvenes no les gusta vestir así, no saben preparar un rompope y eso no se puede dejar perder”, concluyó.

Al atravesar la primera carpa de comidas y llegar a la segunda que se encontraba dividida por un espacio interactivo de medios, el panorama se tornó crítico. Esta carpa, a la que apodaron Playa baja, fue una de las zonas menos concurridas, lo que se reflejó en las pocas ventas de los restaurantes allí instalados.
Para la encargada de uno de los stands, que quiso reservar su nombre, este fue el peor año de los diez en los que ha participado. “El problema es que lo abandonan a uno por acá. La gente que llega no sabe que aquí también hay comida y estoy vendiendo apenas dos almuerzos en un día”, dijo la afectada.
A su vez, propuso que la zona gastronómica fuera una sola bien distribuida que garantizara a todos igualdad de oportunidades. Otra vendedora que que pasó por esa situación fue Pastora Velásquez, quien se vio obligada a reducir los precios de sus comidas porque ya había tenido que tirar a la basura cantidades alarmantes.
Al respecto, Diana Ledesma, coordinadora de la Muestra de la Industria Cultural, explicó que para mitigar la problemática se habilitaron otros ingresos para que comunicaran directamente con esta zona y que, para las próximas versiones, se planeaba un cambio en el diseño. Eso implica que se reduzca el número de cocinas y, por ende, las oportunidades de negocio.
Por otro lado, los artistas que participaron en una de las actividades más apetecidas por los asistentes, la zona de conciertos, también tuvieron algo que decir. Jacobo Vélez, artista que se presentó en el cuarto día del Festival junto con el grupo musical La Pacifican Power, sostuvo una apreciación muy positiva de las dinámicas del evento, que para él es una expresión viva de las voces de los pueblos y culturas invisibilizadas del Pacífico.

“A mi parecer, el Petronio Álvarez dice: estamos aquí y ahora, somos Pacífico y somos amor”, aseguró el artista, también director de la agrupación La Mambanegra.
Vélez opinó que, para próximas oportunidades, sería bueno realizar asesorías a los grupos que no califican por carencias musicales, para permitirles que crezcan profesionalmente y puedan tener un nivel de escenario Petronio en un futuro.
Como en todas las ocasiones donde se cuenta con un público tan amplio como este, hubo lugar para críticas tanto positivas como negativas. Por una parte, Luz Adriana Betancourt, secretaria de Cultura, comentó el aporte de la administración del alcalde Maurice Armitage con la implementación de la modalidad de Chirimía de flauta e hizo una invitación a las próximas alcaldías para que continúen con la promoción de esta nueva categoría.
También resaltó la construcción de un muro acústico para evitar la expansión de las ondas sonoras y no incomodar a los habitantes de la zona.
Por otra parte, está la mirada de una ciudadana indignada, como ella misma se denominó, al manifestar su inconformidad frente a los protocolos de entrada. Específicamente, contó el caso de una mujer que iba acompañada de su hija y que le prohibieron el ingreso de una botella de agua. Según la ciudadana, “era un evento para el pueblo y ahora tenemos que pagar 3 mil pesos por eso”.
Finalmente, si bien siempre habrá aspectos por mejorar, algo es muy claro y es que el Petronio Álvarez está cada vez más cerca de ser comparado con grandes eventos de talla internacional. Esto, por supuesto, es una oportunidad de oro para que un legado se reproduzca y no naufrague en el proceso.