En memoria de Adela: la mujer que con su don curó y salvó en el Chocó
Esta es la historia de Adelaida González Palomeque (1936-2022), oriunda de Yuto, Chocó, conocida como Adela o Ela, una mujer cuya vida sencilla se convirtió en un refugio de saberes ancestrales y cuidados comunitarios. Por Glenda Yineth Ramírez Córdoba, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Católica de Pereira. Hijos, nietos, vecinos y…
Esta es la historia de Adelaida González Palomeque (1936-2022), oriunda de Yuto, Chocó, conocida como Adela o Ela, una mujer cuya vida sencilla se convirtió en un refugio de saberes ancestrales y cuidados comunitarios.
Por Glenda Yineth Ramírez Córdoba, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Católica de Pereira.
Hijos, nietos, vecinos y forasteros la recuerdan por su calidez humana, su extraordinaria forma de ser y la dedicación que ponía en sus remedios hechos de hierbas, sabiduría que heredó de un linaje de sabedoras ancestrales por parte de su madre.
A través de este testimonio se devela la vida de una mujer que, sin grandes estudios ni recursos materiales, cultivó un legado de resiliencia, sanación y dignidad, convirtiendo lo cotidiano en un manifiesto de fortaleza.
Infancia y raíces
Hija de Evangelista Palomeque, conocida como Imba, y Carlos González, Adela, la sexta de doce hermanos, creció en un entorno donde la fortaleza fue el valor fundamental, gracias al ejemplo de trabajo y disciplina de sus padres.
Buena hija, buena hermana, vecina, abuela y todo, desde temprano demostró un profundo sentido de la ayuda. Su infancia se dividía entre el río, donde participaba de las faenas mineras y un sinfín de actividades que le enseñaron a cultivar, cosechar y pescar.
Esta vida, marcada por la responsabilidad temprana, sería el cimiento de la resiliencia que más tarde la definiría.
Una vida de lucha y maternidad
Su vida en pareja inició a sus escasos trece años, pero el matrimonio no tardó en quebrarse. Abandonada y con la responsabilidad inmediata de sus hijos, su prioridad se centró en el sustento y la manutención diaria.
En medio de la dureza del Chocó, la minería artesanal se convirtió en su principal fuente de ingreso: barequeando día tras día, extraía el oro de las arenas para sustentar a los siete hijos que crió, entre propios y ajenos. Llegó hasta cuarto de colegio.
Su amor se manifestaba en esa incansable acción. Adela no era una madre de palabras, de decir ‘te quiero’ o ‘te amo’, sino de hechos tangibles: sabía cuándo ser dura, disciplinando con rigor, pero siempre era comprensiva.
Con ese mismo sacrificio silencioso y constante, logró que todos sus hijos culminaran el bachillerato, asegurándoles el camino de trabajo digno que ella forjó con sus manos.
Adelaida González Palomeque, alma que habita en Yuto, Chocó.
A pesar de sus dificultades siempre tenía una gran sonrisa y unos chistes preparados para hacer reír a los demás, pues no le gustaba ver tristeza en otros.
Tenía la mejor disposición para el baile, eran inseparables y si de un ´pellejo´ se trataba (un tipo de chirimía, música tradicional del Chocó) ahí la tendrían sin falta luciéndose como la mejor.
El arte de sanar con hierbas
En un Chocó largamente ignorado y desprovisto de infraestructura, donde la larga duración de los viajes y la ausencia de vías pavimentadas convertían la llegada de cualquier asistencia en una odisea de días, Adelaida se erigió como la sanadora ineludible de Yuto y sus alrededores.
Su don no era producto del estudio formal, sino la herencia de un linaje de sabedoras ancestrales y de una fe inquebrantable. Su patio, un pequeño universo de biodiversidad, era su “farmacia viva”: allí convivían decenas de plantas —cada una con un propósito y un rezo— que ella cultivaba, conocía y utilizaba para curar desde un simple resfriado hasta lo que la ciencia moderna no podía explicar, brindando la tranquilidad que el abandono institucional negaba.
Ella comprendía la simbiosis entre la tierra y el espíritu. Sus remedios no eran solo hojas machacadas; eran infusiones y emplastos cargados de afabilidad, un bálsamo de dignidad y esperanza para su comunidad.
Para Adela, esta sabiduría era un servicio divino, una misión de entrega total al Santo Eccehomo y a todos los que tocaban a su puerta.
La rutina de Ela
La vida de Adela en Yuto se regía por la disciplina del sol y la tierra. Madrugaba para organizarse, pues sabía que el orden era la primera estrategia para la jornada.
Su desayuno era primitivo, pero potente: un buen pedazo de pescado tapao o carne seca (pues en sus tiempos solo comía animales de monte, como el guatín, su favorito), acompañado de un vaso de agua de panela o un café bien cargado.
Ella entendía que la fortaleza física era indispensable para enfrentar los quehaceres del día, una certeza que la mantendría en pie para su incansable labor.
Los rituales y la espiritualidad
La misión de Adela desbordaba el plano físico. Además de curar, encabezaba rituales espirituales para despedir a los fallecidos, en especial uno llamado Guali, e incluso hasta que ella no llegaba, no se daba inicio al ritual.
Se necesitaba un permiso para cantar, conocido como “licencia”, que era otorgada por la familia del niño en la casa. La persona que llegaba a pedir la licencia lo hacía cantando: “licencia vengo pidiendo, para empezar a cantar, si no me dan la licencia me tomo la facultad”.
Una vez concedida la licencia, la familia y los presentes comenzaban a bailar con el niño, pasándolo de mano en mano. Este ritual se le realiza a niños hasta los 7 años, su origen es africano y se hace de esta manera porque los padres celebraban que sus hijos no serían esclavos, volviéndose libres de una realidad de la cual no podían escapar.
Sus cánticos, conocidos como “romances”, erizaban la piel y Adela creaba una atmósfera sacada de cuentos mágicos que ayudaba a las familias a encontrar paz en el dolor, conduciendo esas almas hacia el descanso.
Para ella, su don no era un privilegio personal, sino una misión otorgada por el Santo Eccehomo. Adela nunca buscó fama ni riquezas: lo suyo era servir con humildad y entrega a su comunidad, una vocación que definió su existencia.
El legado de una abuela
Adela era un pilar de amor, sabiduría y disciplina. Una mujer que reía, regañaba y enseñaba con igual intensidad. Su impacto trascendió las fronteras del Chocó; gente de otras regiones llegaron a saber de ella y utilizar su gran don, hasta el punto de llegar a inspirar trabajos universitarios.
De los hijos que tuvo, la menor heredó varios remedios, con los cuales también ha ayudado a quienes lo han necesitado, continuando con un legado de sabiduría, entrega y amor.
Para quienes la conocieron, su familia, su pueblo y su comunidad, Adela no es un recuerdo, sino una presencia mágica e imprescindible, un testimonio imborrable de fortaleza y humanidad, y para mí también, abuela.
colordecolombia
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Ayudamos a cuidar un legado de más de 200 años, que viene desde antes de los protagonistas negros y mulatos (“de color”, como se decía oficialmente en la época) de la guerra de independencia de Colombia y recorre dos siglos largos contribuyendo a construir este país.
Nos sentimos herederos de la experiencia de los colombianos negros en la modernidad nacional.
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Con Nelson Mandela, creemos en el ideal de una “sociedad democrática y libre, en armonía racial y con igualdad de oportunidades”.
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