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El Petronio y los espacios sociales-musicales del Pacífico, por Manuel Sevilla

En las comunidades donde hay música tradicional hoy en día, las personas no se reúnen solamente a escuchar cantos, marimbas, violines, chirimías y tambores porque sí, sino que se reúnen por otros motivos.

Manuel Sevilla 2014Por Manuel Sevilla,  antropólogo y músico. Profesor de la Universidad Javeriana de Cali. Especial para Color de Colombia.

No es innovador decir que los festivales de música son como un árbol, donde el follaje visible son los tres o cuatro días de tarima y la raíz oculta son los meses de preparación y aprestamiento para hacerlos posibles.

Sin embargo, al terminar la celebración suelen haber tan pocos arrestos, tantos compromisos y –en muchos casos- tantas deudas, que la reflexión sobre lo invisible se posterga y a veces no se hace.

El sentido de estas palabras es justamente ese: sumarse a la reflexión sobre las bases del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.

Hay múltiples temas para pensar: los retos de la producción, las fuentes de financiación, la proyección del Festival como espacio de encuentro cultural, su impacto sobre las formas musicales participantes…

Al respecto hay ya cabezas pensantes trabajando (en particular las que se reúnen en el Comité Conceptual, que en la versión 2014 retomó labores desde septiembre, a pocas semanas de haber bajado el telón del Festival en agosto).

Por eso me concentraré en un tema que rebasa las manos de los que vivimos en Cali y que tiene todo que ver con los territorios donde se originan las músicas: la continuidad de las prácticas musicales.

En conversaciones con muchos de los músicos que vienen al Festival y con algunos gestores vinculados al Plan Especial de Salvaguardia de las músicas de marimba y cantos tradicionales, surgen varios elementos que son considerados amenazas hoy por hoy.

Los podemos sintetizar en cuatro: falta de dinero, presencia de otras músicas, influencia de actores armados y desinterés.

La queja por la falta de dinero es reiterativa y va desde la denuncia por los exiguos presupuestos asignados a las casas de cultura en los municipios hasta las condiciones paupérrimas en las que muchos cultores (compositores, intérpretes, constructores de instrumentos) deben sacar adelante su práctica.

La omnipresencia de otras músicas (salsa, vallenato, reggaetón) también se ve como un problema que se materializa en la ausencia de espacios en las emisoras comerciales para las músicas tradicionales y el privilegio desmedido que se les da a artistas comerciales en las festividades locales.

A esto se suma que muchas regiones del Pacífico son escenarios de pugna entre los actores armados ilegales y sus dinámicas de poder dejan poco o nulo espacio para que florezcan las manifestaciones culturales.

Al final, todos estos factores evidencian el desinterés por las músicas tradicionales que parecen tener las administraciones locales que no son diligentes con el presupuesto, los jóvenes que prefieren la música de moda y los criminales que juegan su ajedrez con otros fines.

Estas lecturas son muy respetables y sin duda alguna contribuyen a completar la fotografía del panorama actual. Pero también considero que pierden de vista aspectos de fondo que son constitutivos de estas prácticas musicales y que es necesario comprender.

En concreto, quiero señalar una particularidad que tienen la mayoría de las prácticas musicales que se dan cita en el Festival Petronio Álvarez: desde sus orígenes han estado asociadas a espacios sociales donde la música no es el elemento aglutinante central. ¿Suena complejo? Seré más claro.

Quiero decir que en las comunidades donde hay música tradicional hoy en día, las personas no se reúnen solamente a escuchar cantos, marimbas, violines, chirimías y tambores porque sí, sino que se reúnen por otros motivos: para conmemorar las fiestas de una virgen o un santo patrono, para el funeral de un niño o un adulto, para compartir con los amigos… y allí la música se va metiendo, como se van metiendo la comida y las bebidas, como se van metiendo la danza y la declamación… Se trata de complejos culturales con muchas imbricaciones.

¿Qué relevancia tiene esta precisión para lo que nos ocupa, que es la continuidad de las músicas en la región Pacífica? Varias.

Primero, pensar en el espacio social donde ocurre la música como elemento preponderante pero no único, permite ser flexible ante los cambios inevitables: quejas similares sobre la influencia perversa de “las otras músicas” se escucharon en los años cincuenta cuando las hoy venerables cantadoras imitaban los dejos abolerados y tangueros de la música de moda de la época, sin que ello extinguiera la tradición de cantar en los patios.

Segundo, pensar en el espacio social de la música y en su fuerte raigambre comunitaria permite reconfigurar la idea de que dependemos del funcionario de turno: desde los tiempos en que los municipios eran veredas y caseríos se conmemoraban los santos, se despedían los finados y se compartía con amigos, y eso seguirá pasando con o sin dinero de las alcaldías.

Es interesante ver cómo en Popayán han surgido por iniciativa popular procesiones de Semana Santa que son alternas a las muy pomposas del Centro Histórico (las que fueron reconocidas por la UNESCO), y su base es el fervor local. Y no faltan cargueros ni músicos.

Tercero, pensar en el espacio social con múltiples componentes permite sumar fuerzas para afrontar amenazas que ni músicos, ni gestores, ni padres de familia ni nadie podría afrontar por separado.

Entre muchos casos cabe recordar el de Buenos Aires (Cauca), tierra de violines y cantos, donde la solidez de una escuela de música (y de danza y de poesía) que anima las adoraciones del niño dios impidió en varias ocasiones el reclutamiento de menores para las filas armadas ilegales.

En resumen, esta perspectiva nos permite a todos tomar partido al momento de ingeniarnos acciones de fortalecimiento de los espacios sociales-musicales que ya existen, de creación de nuevos que reemplacen a los que ya desaparecieron, y de visibilización del tejido cultural a través del cual se mueven las músicas en nuestra región.

Se trata de una red que tiene múltiples puntas, y pensarlo así nos ayuda a estirarla o recogerla según venga la marea.

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