
Hace muchísimos años cuando trabajaba con el doctor Juan Pablo Umaña en la Fundación CardioInfantil, fui a avisarle a una paciente, una señora de edad avanzada muy dulce además, que el doctor Umaña estaba retrasado en la consulta porque estaba en cirugía y se había extendido más de lo habitual, que si quería podía esperarlo una hora o si prefería posponer la cita para otro día. La señora con su mirada tierna, tomándome la mano dijo: «Dígale al doctor Umaña que yo aquí lo espero el tiempo que sea, porque es el único médico que me pregunta cómo estoy y espera atento a mi respuesta»
El mejor médico es el que trata con bondad al paciente. Jamás un paciente va a olvidar cómo lo hicieron sentir, independiente si se cura o no.
Cuando tenía 7 años estaba haciendo mercado con mi mamá en Carulla del Park Way, tomamos un taxi para llevar el mercado a casa. El taxi era un Simca con sunroof, algo que me llamó la atención. A las dos cuadras, en una intersección nos estrellamos con un camión de Postobon, alguno de los dos no respeto el pare y terminó en una estrellada terrible. En esa época las garrafas de agua eran de vidrio y algunos cayeron en mi cara. Yo solo recuerdo que mis botas blancas de Menudo se fueron tiñendo de rojo por la cantidad de sangre que manaba de mi cara. Mi papá llegó inmediatamente y me llevó a la clínica infantil de Colsubsidio donde me entraron directamente a cirugía. Mientras preparaban todo en el quirófano yo lloraba desconsolada, había un médico que se acerco a mí y con un grito me dijo: » ¡Cállese! ¡Deje de llorar! «. Yo me sentí muy triste, regañada y con semejante grito deje de llorar. Seguramente el cirujano estaba de mal genio con alguien y se desquitó conmigo. Reconozco que hizo un excelente trabajo, la cirugía fue impecable, solo me quedó una leve cicatriz donde se había incrustado un vidrio. Tal vez era un buen cirujano pero como ser humano no tanto. Cuando pienso en ese momento recuerdo más el grito que cualquier otra cosa.
Siempre he pensado que el trato es fundamental en todos los aspectos de la vida. Pero en la medicina es más que necesario. Recuerdo mucho al doctor Alirio Zuluaga, médico oncólogo de la fundación Cardioinfantil que atendió en los dos primeros ciclos de quimioterapia a mi mamá. La saludaba con cariño, incluso la consentía, le preguntaba cómo se sentía, qué le gustaba comer, mi mamá le hablaba de sus nietos y él atentamente la escuchaba. Incluso le daba ánimo, cuando se despedía se ponía de pie la tomaba de la mano y le decía «Vamos bien». Ella salía de su consulta tal vez con los mismos síntomas propios del cáncer, pero con una sonrisa de sentirse valorada, atendida y escuchada.
La EPS que tenía mi mamá rompió el convenio con la Cardioinfantil así que nos remitieron a otro médico que nos enseño la otra cara de la moneda. Era de apellido Ortiz, oncólogo, quien atendía en Cecimin. Qué médico tan indiferente, tan frio. En la consulta ni siquiera miraba a mi mamá a los ojos. A veces ni la examinaba, sino se limitaba a revisar los exámenes y a firmar los formatos de solicitud de la siguiente quimioterapia y la despachaba rapidísimo. En una ocasión ella se puso muy malita por la quimioterapia y fui a hablar con él a ver si era posible suspenderla por dos semanas mientras recobraba fuerzas. Su respuesta fue encogerse de hombros y de la manera más despectiva decir: «Yo ya firme la siguiente quimio, eso ya está listo». Es decir, ¿es más importante los trámites de una quimioterapia que el bienestar del paciente en etapa terminal? Nunca me preguntó cómo estaba mi mamá, qué síntomas tenia, nada. Caso contrario ocurría con las enfermeras de Cecimin. Atendían con cariño y ternura a ella y a todos los pacientes en las salas de quimioterapia. Demostraban que de verdad les importaba el paciente, la saludaban por el nombre, la consentían antes de canalizarle la vena, le preguntaban cómo se sentía y hasta le decían lo bonita que era.
También nos encontramos en la época final con un médico que según la EPS era supuestamente de cuidado paliativo. Tan pronto entramos a su consultorio nos recitó su hoja de vida. Como si eso fuera relevante en una situación así. Además de dar un diagnostico errado, al asegurar que sus dolores no eran por el cáncer sino por la columna, teoría que fue descartada al consultar de manera particular un verdadero médico de cuidado paliativo.
Ese mismo médico, el doctor Juan Carlos Hernández, especialista en Cuidado paliativo quien la ayudó en el proceso, fue a visitarla a la casa incluso cuando ella ya estaba sedada, no iba a abrir los ojos nunca más y eso no fue impedimento para que él la mirara con dulzura y comenzara a consentirla. Eso es humanidad.
Hace varios años una de mis hermanas tuvo un aborto involuntario, algo muy doloroso para ella y para toda la familia. Su médico era el doctor Marco Antonio Duque, quien siempre estuvo muy pendiente de su embarazo y cuando esto sucedió se veía afligido, como preguntándose qué paso. El día que le iban a realizar el legrado en la Clínica de La Mujer, mi hermana sumergida en una absoluta tristeza se encontró con el médico minutos antes de entrar juntos al quirófano, el Dr. Duque le hizo una mirada llena de ternura como diciendo “estoy contigo” y le acarició la mejilla. Tiempo después logró quedar nuevamente en embarazo y todo salió perfecto. Ahora cuando recuerda ese momento piensa en esa mirada y lo acompañada que se sintió por su médico en ese momento.
He sido afortunada con los galenos que por diferentes situaciones me he topado, excepto el del accidente. Este año mi riñón me ha tenido en varias ocasiones hospitalizada y mi médico el doctor Santiago Solano es de eso que uno siempre quisiera tener. Se preocupa, analiza, escucha y está pendiente del proceso. No espera hasta que el paciente entre al consultorio, sale a recibirlo. Esos son detalles importantes que independiente que uno se cure, hacen que se sienta en buenas manos. También la doctora María Liliana Gálvez, ginecóloga, quien este año me realizó una cirugía de rutina, todos los días después del procedimiento me escribía para preguntarme cómo me sentía, qué síntomas tenia. Eso es ser un buen médico.
La arrogancia que en ocasiones uno se encuentra en algunos consultorios es algo que tiene que cambiar. Cómo es posible que mientras le preguntan a un paciente: «¿Cuénteme cuál es el motivo de su consulta?» el médico en vez de escuchar al paciente, comience a leer la historia clínica y ni siquiera mire a la persona. Lo más importante es el contacto con la persona que está sentada del otro lado del escritorio. Saber qué le pasa, por qué consulta, qué siente. Los estudios y las especializaciones no bastan. Hay que ser humano para entender la enfermedad.
Siempre he creído que las enfermedades son parte del destino, si algo nos tiene que dar, nos da y curar no está en las manos de los médicos, son solo instrumentos más que nada para cuidar. Todos venimos unidos unos a otros y nos cruzamos en la vida para aprender, así como los médicos en ocasiones son nuestros maestros, nosotros como pacientes también lo somos para ellos. Considero que el quid del asunto está en que si lo único que interesa es la enfermedad, olvidándose de quién la padece, siempre faltará algo para hacerlo del todo bien.
Todas estas reflexiones de varias situaciones que he descrito aquí llegan a un mismo punto y es precisamente que independiente del resultado que tengamos al consultar a un médico es que siempre recordaremos la actitud con que nos atendieron.
El mejor médico es el que es un buen ser humano.
A todos los médicos compasivos, solidarios frente al dolor del otro les deseo un feliz día.
En Twitter @ANDREAVILLATE