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En Calma

Desde hace unos días vengo pensando en esos momentos que tiene la vida donde todo está en calma.  Cuando digo en calma, no me refiero a felicidad y dicha y  mucho menos que todo este marchando de maravilla, pues problemas siempre hay, pero hay problemas de problemas.   Que recibos y cuentas por pagar, ciertas situaciones labores, sentimentales, cosas de ese estilo que se pueden solucionar o aceptar en el peor de los escenarios.  Los días de calma son aquellos donde uno se despierta con los afanes de siempre, pero tranquilo… se va a dormir, con ciertas cosas en la cabeza, pero tranquilo.

Esos momentos de calma los debemos aprovechar al máximo, porque lo único fijo en la vida es el cambio y las situaciones que vivimos hoy van a cambiar mañana, queramos o no, en ocasiones para bien y otras simplemente cosas que cada uno de nosotros tenemos que vivir.

Recordaba hace unos días los momentos que antecedieron a la enfermedad de mi papá. Mi hermana mayor estaba terminando su carrera de Odontología, mi otra hermana estaba en la mitad de ingeniera industrial y mi otra hermana comenzando Ingeniería Química. Mi Papá trabajando en el Banco de Colombia y muy estresado liderando el área de modernización del banco, mi Mamá en sus clases de pintura y de cocina y yo en el colegio luchando con las matemáticas y repitiendo 6to bachillerato. Todo en una aparente calma.  Salíamos los sábados a cenar los 6 en familia, conversábamos de las noticias o de lo que fuera coyuntural en la vida de cada uno, en casa ensayaba la tuna de la universidad donde estudiaban mis hermanas, siempre la sala de nuestra casa estaba llena de amigos (as) de mis hermanas. Una vida tranquila, sin mayores sobresaltos. Y luego un día todo cambió cuando a mi papá le diagnosticaron cáncer. Se fueron los días de calma y llegaron los días de angustia. Las prioridades, el diario vivir, la mirada hacia el futuro, porque por momentos parecía que todo se hubiera detenido, todo cambió.  Nuestras cenas de los sábados ya no volvieron. Y comenzó un proceso de aprendizaje familiar e interior para cada una de nosotras.  Nada volvió a ser como antes.

Y entonces las cosas difíciles de la vida suceden, lo queramos o no.  Y comienza uno a reconstruirse y a hacer las paces con las ausencias y  empezar de nuevo.  Y vuelven a aparecer los días de calma, con sus instantes de felicidad y los problemas que si tienen solución.

Si bien es cierto que a veces uno no tiene lo que quiere o le hacen falta un montón de metas y un  montón de problemas por solucionar, pero está en calma. Creo que la tranquilidad se parece mucho a lo que muchos llaman felicidad.

Recuerdo también antes de que mi mamá se enfermara, también de cáncer, ella tomaba clases de tango, hacía gimnasia, siempre fue muy activa y siempre decía “es que vivir es rico”.  Yo trabajaba en ese entonces en la emisora  Vibra Bogotá, tenia programa de 4 a 10 de mañana, así que mis madrugadas eran súper fuertes.  Yo vivía con mi mamá y recuerdo que los sábados no me quería ni levantar, así que ella  me llevaba el desayuno a la cama, esos consentimientos y consideraciones que solo los tiene una mamá.  Mi hermana mayor ya vivía en Canadá, la familia había crecido, dos de mis hermanas se habían casado, teníamos dos sobrinitos y una que venía en camino, nos veíamos cada fin de semana para almorzar, nos íbamos seguido de vacaciones todos y todo estaba bien, en calma.  Luego de un día para otro, un malestar estomacal sería el indicio que todo volvería a cambiar en nuestra vida. Y comenzó un periodo supremamente difícil, triste y agobiante y sí, claro, de aprendizaje, de amor, pero muy difícil y muy duro.  Nada volvió a ser igual.

Y vuelve uno a hacer las paces con las ausencias,  comienza uno a recoger los pedazos, a reconstruirse de nuevo y a intentar tener nuevos días de calma.  Y más que nada, aprovecharlos, sentirlos y vivirlos.

Hago referencia a estas dos experiencias, porque el resto de situaciones difíciles que he vivido se han ido solucionado con el tiempo, con ayuda o simplemente aceptando las cosas como son y dejando de pelear con el destino.   No digo que no hayan sido duras, pero cuando uno se enfrenta a ver a un ser querido sufrir y ve de cerca llegar la muerte y sentir que se le parte a uno un pedazo del corazón, ahí es que uno cae en cuenta al mirar en retrospectiva de aquellos días de calma, tranquilos sin mayores sobresaltos.

Alguna vez leí una frase que decía “si las cosas van mal, no te preocupes, no durarán para siempre. Y si las cosas van bien, disfrútalas, porque tampoco durarán para siempre”  y tiene toda la razón.

Tal vez la felicidad está sobrevalorada y resulta ser tan simple como irse a dormir tranquilo y despertarse tranquilo, a pesar de los problemas, a pesar de lo que falta.

Lo único fijo en la vida es el cambio, así que disfrutemos lo que vivimos hoy, porque no durará para siempre.

En twitter: @AndreaVillate

En Facebook: AndreaVillatePeriodista

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