Ya hace poco más de un año, cuando el gobierno llevaba en funciones 6 meses, era posible adivinar que Colombia no tendría cambio, pero sí reformas. Ningún cambio en la cultura política, en los imaginarios éticos, en el estilo del ciudadano y en una postura firme frente a la corrupción; aunque por otro lado sobrevendrían reformas, parciales pero serias, en beneficio de los más vulnerables; transformaciones sociales en la salud, en la educación, en el mundo laboral y en el régimen de pensiones.
Hoy es más claro el hecho de que el cambio no ha llegado y quizá no llegue, en el sentido de unas nuevas formas de ejercer el poder, no tan instrumentalizado y a la vez menos clientelista.
El problema mayor es el de que reformas tampoco habrá. Ellas han llegado a un punto en el que se asemejan a un paciente atacado por fiebres cruzadas, en el que todo se complica, sin un horizonte cercano de muerte, pero tampoco de alivio próximo.
El catálogo de reformas truncadas
La reforma a la salud está llegando al punto más crítico de la anemia que la acosa; ha perdido su soplo vital. Si pasó holgadamente en la Cámara, se ha quedado sin oxígeno en el Senado, lo que estaba previsto por lo demás.
La reforma pensional que inicialmente contaba con buena acogida, recibe ahora la indecorosa bienvenida de los ausentismos que impiden el quorum para recibir el trámite adecuado.
El gobierno que desechó las coaliciones se confió en los apoyos individuales de los parlamentarios, metodología que empieza a tropezar con su agotamiento. En resumen, revolotea en el recinto del Congreso el fantasma de la debacle en la agenda legislativa del cambio.
Y a todas estas, la improbable Constituyente
En momentos en los que su plan de reformas pasa por un valle muy bajo y la reforma a la salud está ad portas del hundimiento, el presidente dio en la flor de agitar la idea de una Constituyente, a la manera de una plataforma desde la que se podrían adelantar las fallidas transformaciones, bandera ésta que arrió, tan pronto recibió críticas de diverso orden, provenientes de voceros de la derecha y del centro.
Con todo, el argumento que más pesaba contra la propuesta, no era otro que la circunstancia de que la convocatoria de una asamblea de esa naturaleza tiene que sobreponerse a obstáculos institucionales, como el hecho de estar obligada a obtener más de 13 millones de votos favorables, si es que antes llegara a pasar el filtro de las mayorías absolutas en el Congreso. Todo lo cual la convierte en una iniciativa casi irreal durante la presente coyuntura, salvo que solo se tratara de un divertimiento, mecanismo para mantener ocupada la escena política.
Ahora bien, no son siempre legítimos los cuestionamientos, a veces con ataques histéricos a veces con temores filisteos, contra la eventualidad de una constituyente, cuando precisamente el único experimento de esa naturaleza, hace 33 años, resultó un ejercicio virtuoso.
Lo cual no niega la validez de nuevas experiencias constituyentes; más bien las puede revalidar; eso sí, bajo una concertación de casi todas las fuerzas políticas, para crear un espacio en el que concurran diversos partidos, compelidos a grandes acuerdos, y sin imposiciones unilaterales, en temas como el orden territorial, la justicia, el tipo de régimen político, sin olvidar el de la seguridad y las Fuerzas Armadas. Espacio constituyente que valorizaría los consensos fundamentales, los que afirman la identidad democrática.
La suerte confusa de las reformas
En todo caso, las reformas del gobierno del cambio enfrentan plazos muy reducidos para su aprobación; así mismo, un juego parlamentario, muy fracturado y desordenado, cosa que no le da fluidez al proceso legislativo, el que está más bien sembrado por bloqueos, ausentismos deliberados y por un cierto filibusterismo, que distrae y aplaza, sin que por ahora se produzcan acercamientos para sacar adelante algunas de las reformas; las que por el contrario patinan en medio de un pantano político, poco esperanzador.
Son los roces e interferencias en los rodamientos y engranajes, de los que habla el nobel en economía Oliver Williamson, los mismos que representan los costos de transacción, planteados por el neo-institucionalismo; y que en el caso del sistema inter-institucional es un fenómeno que se traduce en esa ingobernabilidad a la que hemos denominado “carencia de gobernanza estratégica”, la misma que habla de la dificultad estructural para realizar las reformas con las que se identifica la voluntad del gobierno, algo que tiene que ver en este caso con un modelo de preferencia estatalista y con énfasis en los subsidios, bajo la esperanza -fundada o no – de una mayor redistribución en los ingresos, favorable a la población más urgida de soluciones.
Se trata de una ingobernabilidad estratégica – la de la incapacidad para grandes reformas – que finalmente le pasará una factura sensible al proyecto del Pacto Histórico, eventualidad nada deseable que el presidente trata de sortear con la movilización de los sectores populares en los territorios.
Movilización y Territorios
Gustavo Petro ha desplegado desde casi el comienzo de su mandato, reuniones fervorosas en algunas zonas rurales del país, a las que les dio forma con su modelo de Gobierno con el Pueblo; son asambleas a las que se desplaza con su gabinete y con los altos funcionarios. Consigue movilizaciones locales de tamaño considerable, las que son acompañadas por la devoción y el entusiasmo de las organizaciones populares y los líderes de la región. Por cierto, no le falta razón al presidente cuando las valora con pinceladas más atractivas y favorables que las concentraciones de la oposición en las ciudades, quizás portadoras de una carga más negativa por sus lemas expresados preferentemente contra alguien.
En los territorios y en la población semi-rural es en donde estaría encontrando una mejor conexión, una relación más orgánica con la sociedad civil que es empujada por las necesidades más urgentes; es un proceso de entronques que naturalmente tendrá que cimentar con una voluminosa inversión social en los territorios tradicionalmente abandonados.
De esa manera, en el juego de los posicionamientos políticos, Petro estaría instalando mejor su liderazgo en la Colombia periférica, representación de una sociedad subalterna y fragmentada, aunque prometedora, si la meta es una Colombia moderna e integrada. Mientras tanto, los escenarios institucionales y los urbanos comenzarían a serle más esquivos y complicados; escenarios mucho más disputados por unas élites y partidos tradicionales, a los que ya no podrá debilitar; y ganadores por lo demás en las grandes ciudades después de los recientes comicios regionales y municipales. Lo cual ofrecerá el terreno particular para la carrera presidencial del 2026 y en general para los horizontes políticos a mediano plazo, en cuyo marco no parece resuelto lo que tiene que ver con las grandes transformaciones sociales y políticas, aun pendientes como una deuda histórica.