Foto gratuita disparo horizontal de los escritorios en el interior del edificio del parlamento escocés

Los partidos se multiplican y la coalición se divide. Sobre estos dos trazos se reacomoda el orden de los partidos y las coaliciones, según los apremios de una coyuntura llena de desafíos. Uno es la proliferación de los partidos, cuyo número alcanza el pico de 31, ya reconocido y certificado por el Consejo Nacional Electoral. El otro trazo es el de la incipiente pero así mismo evidente inestabilidad de la coalición de gobierno; por cierto sorprendentemente amplia hasta ahora, aunque heterodoxa, mezcla de partidos tradicionales y de fuerzas alternativas, una circunstancia que en los primeros seis meses ha garantizado una confortable gobernabilidad, apoyada en un trabajo articulado entre el Ejecutivo y el Congreso; solo que hoy enfrenta el reto de sobreponerse a una gobernanza menos ágil y fluida y sobre todo más sometida a transacciones dispendiosas, incluso tortuosas.

Partidos a granel

La multiplicación de los partidos, como criaturas que salen de debajo de las piedras, es la prolongación de la fragmentación política, nacida hace poco más de treinta años de la crisis de los dos partidos tradicionales y rubricada por la Constituyente del 91, aunque luego fuera corregida por una reforma en 2002, sin un éxito duradero, según se ve ahora.

El surgimiento de nuevos partidos, facilitado por la actitud condescendiente de la Autoridad Electoral, incrementa la existencia de partidos de patronazgo, tal como los llamaba Weber; no de intereses, no de pertenencia ideológica; sino constituidos más bien como aparatos de adhesión y reclutamiento, que se organizan en función de las aspiraciones de su jefe y fundador, personaje éste que encarna la condición de caudillo, empresario y político profesional, un patrón que con sus ambiciones diferenciadas seguramente promueve el pluralismo, pero personaliza en exceso la democracia.

Coalición en problemas

Por otra parte, la coalición mayoritaria en el parlamento, esa fábrica de leyes, ha comenzado a mostrar sus primeras descoseduras, y las ha mostrado a raíz de las tensiones que se originan entre sus miembros, con ocasión de las reformas impulsadas por el gobierno de izquierda.

Ha sido el caso del hundimiento de la reforma política, retirada finalmente como proyecto por orden del propio jefe de gobierno; sí, pero antes fue cuestionada por uno de sus aliados más cercanos, el Partido Verde. Después llegaron los palos en la rueda, a propósito de la reforma a la salud, en el pacto entre los partidos de la coalición, uno de las cuales -el liberal- ha preferido apartarse  de una propuesta concertada, imitado luego por los conservadores y por el partido de la U, todo lo cual significa un tropiezo serio, que el gobierno piensa sortear acudiendo al apoyo individual de algunos representantes de estas colectividades, algo que por supuesto irritará a las jefaturas de los partidos de la coalición gobernante, y aún así, sin disipar las neblinas de la incertidumbre que envuelven la suerte del proyecto de ley.

¿Coalición de hegemonía frágil?

La coalición ha sido extensamente hegemónica por una razón numérica, la cantidad y el peso de sus miembros; no así por las distancias ideológicas en su composición interna, un fenómeno que la convierte por el contrario en una alianza amenazada por la fragilidad, esto es, por la debilidad en el pegamento de sus convicciones compartidas.

El presidente Petro consiguió edificar esa coalición con una habilidad notable, ayudado por el influjo que ejerce el poder presidencial y por la atracción ética y cultural con la que arrastra la idea del cambio, un horizonte por cierto envuelto en un aliento legitimador, un soplo que al parecer le bastó, pues no se le notó urgencia en sumarle a la operación otro factor, el de las concesiones burocráticas a sus aliados; que las hubo, ciertamente, pero en una proporción mucho menor de lo que cabría esperar dado el peso de estos en el Congreso y en el censo electoral.

Se trata de proximidades programáticas débiles que se resienten aún más, cuando las distintas y dispares bancadas en el Congreso se enfrentan al ejercicio de consensuar reformas de alta complejidad, en manera que estando orientadas por el ideal del cambio; sin embargo, arrastran con cargas de incertidumbre insostenibles o pueden acarrear efectos regresivos, no-queridos, como ha ocurrido con la reforma política, ya descartada, o con la de la salud, hoy sometida a cuidados especiales, a fin de rodearla de unas mayorías  inseguras.

Proliferación, equilibrio inestable y gobernabilidad

La proliferación de partidos – fraccionamiento exagerado de la participación y la representación en el orden político- guarda correspondencia con la conformación de coaliciones, tanto más necesarias, cuanto que la dispersión de grupos, movimientos y facciones dificulta la gobernabilidad de un presidente, que limitado apenas al respaldo de su partido, otra minoría, no tendría garantía alguna para sacar adelante su plan de gobierno.

Solo que la coalición mayoritaria que nazca debe ofrecer entre sus atributos una cierta solidez; es una simple exigencia de la física, que también funciona en la política; en este caso, el equilibrio estable para gobernar, ese que no deja que las cosas tambaleen.

Ahora bien, la aparición de más y más partidos, agencias repartidoras de avales, impondrá la necesidad de mayores coaliciones; pero también será un fenómeno, portador del veneno de su erosión interna, esa que descompone las alianzas organizadas con vocación de permanencia.

Dicha erosión, como la que comienza a dibujarse en la coalición de gobierno provocará un equilibrio; ya no estable, sino inestable, un motivo para que se estire o encoja, de acuerdo con las discrepancias o coincidencias entre las bancadas correspondientes, alrededor de los proyectos específicos de la agenda oficial.

Micro-negociaciones y macro-acuerdos

Será un juego de cálculos y decisiones, definido por el umbral crítico, ese que sirve de raya,  a partir de la cual, el gobierno mantiene las mayorías; en otras palabras, la ley del tire y afloje. Si las mayorías descienden hacia la línea del mínimo común denominador, el gobierno verá cómo se reduce, su margen de maniobra; mientras tanto, los partidos de la alianza valorizarán sus acciones en la bolsa imaginaria en la que se cotizan las votaciones parlamentarias, ese valor de cambio, que les permitirá aumentar su capacidad para presionar al Ejecutivo.

Probablemente, en todo este asunto, predominará un juego de intercambios políticos, en el que abunden las negociaciones en el seno mismo de la coalición mayoritaria para encontrar consensos en torno de las reformas, lo cual se parece mucho a la antesala para un proceso cíclico de micro-negociaciones en aras de asegurar macro-acuerdos, la nueva modalidad que le espera al régimen actual de coalición interpartidista, no- hegemónica ideológicamente hablando.

En el ejercicio de esas micro-decisiones compartidas, radicará el éxito de una gobernabilidad, basada en una coalición que se extiende y se recoge alternativamente, pero que no renuncia a su vocación de ser mayoría.

Entre tanto, la reproducción sin término de partidos y pequeños movimientos tenderá a convertirse en el efecto vicioso de la competencia multipartidista, sin que por otra parte ayude mucho a enriquecer la democracia ni favorezca la gobernabilidad, a la que no contribuye ni poquito en la medida en que reflota, multiplicados, los intereses políticos y las demandas, ante unas coaliciones, sin muchas posibilidades de responder.

*Una versión de este artículo ha sido publicada en Revista Sur

 

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