La intervención militar de Rusia en Ucrania, territorio colindante pero ajeno, tan ajeno como lo podría ser cualquiera otra nación independiente y lejana, ya es una guerra vieja; en un año ha repetido las tragedias y calcado las modalidades de otros odios e imposiciones ancestrales; y es tanto más vieja cuanto que el actor que desató la invasión guardaba ilusoriamente expectativas infinitamente más pequeñas, en términos de tiempo. Sucedió como cuando las grandes potencias decimonónicas abrieron fuego en la primera guerra mundial, calculando que no se prolongaría por más de seis meses y en cambio vieron cómo se extendió por cuatro años deprimentes, especialmente letales. Que además alteraron la geopolítica mundial, sin necesariamente cancelar las dinámicas de los conflictos violentos entre los estados.

Vladimir Putin, el imperturbable, desencadenó su camaleónica “operación especial” con la idea al vuelo de que no pasarían dos semanas, sin que Kiev, la capital del vecino incómodo, cayera al paso de la apocalíptica marcha de sus tanques. No solo no cayó, sino que la disfrazada operación se descompuso, cuando los tanques de ocupación tuvieron que retroceder ante el sistema de defensa del Estado invadido, situación que por cierto cambió los parámetros de la guerra y selló aún más las alianzas, que respaldarían sobre todo a Ucrania.

Estrategias enfrentadas: las cartas sobre la mesa.

Cuando Putin ordenó la ocupación territorial quedó planteada sobre el terreno una guerra asimétrica de estrategias opuestas. En medio de una relación desproporcionada de fuerzas, entre el invasor y el invadido, los contrincantes opusieron dos estrategias radicalmente distintas; a saber, el despliegue de una ofensiva por parte de Rusia; y un sistema de defensa en acción, por parte de Ucrania, la nación más débil.

Muy pronto, la defensa se mostró más eficaz y contundente, comparada con la campaña del invasor, circunstancia que no es extraña en la historia, lo que se comprueba con solo recordar, como ilustración, el hecho de que los griegos tuvieran que esperar diez años para tomarse a Troya, la que simplemente se defendía del ejército asaltante, desde el interior de sus murallas.

Por cierto, desde otro ángulo de los acontecimientos, no sobra anotar que la ofensiva de los rusos olvidó lo dicho por el teórico inglés, historiador de la estrategia, Basil L. Hart, en el sentido de que las batallas más famosas se han preparado con ataques al sesgo, no con asaltos directos, no como esa campaña militar directa y vulnerable de los tanques rusos, neutralizados por el dispositivo de los ucranianos, apoyados estos en su artillería y en unos tanques un tanto antediluvianos, sobrevivientes de la época soviética. No tuvieron en cuenta esta advertencia del erudito: “Al estudiar una larga sucesión de campañas militares, pude percibir la superioridad de la aproximación indirecta por sobre la aproximación directa”.

En tres meses largos, la defensa ucraniana propinó un golpe moral y militar a las fuerzas rusas, dejando al desnudo sus falencias estratégicas y tácticas; igualmente las obligó a un repliegue; y esa misma defensa se transformó en una contra-ofensiva en la banda oriental del país, la zona controlada por las fuerzas rusas, sobre todo en la parte sur.

¿Hacia un equilibrio táctico?

 Luego de que la contra-ofensiva le permitiera a Ucrania recuperar franjas territoriales en el Este, a lo cual se sumó la toma de ciudades y centros ferroviarios, el enfrentamiento  avanzó hacia un empate en el desarrollo de la guerra, sin progresos notorios en la posesión del territorio y además sin ningún desbalance significativo en el poder de fuego; eso sí, tampoco sin que se llegara a romper la global superioridad de Rusia y sus reservas, como segunda potencia mundial en el terreno armamentístico, incluida esa condición en el campo nuclear, siempre una amenaza.

La guerra de desgaste.

Emparejadas las acciones de los dos bandos, la guerra se convirtió desde el verano del 2022 en un choque prolongado con tácticas prevalecientes de desgaste, en vez de ofensivas integrales dirigidas a la derrota del enemigo. La guerra de desgaste es el conjunto de operaciones encaminadas, no a conseguir la victoria inmediata, sino a disminuir moral y materialmente la resistencia del oponente.

Ucrania había comenzado sus golpes de desgaste con la semi- destrucción del puente sobre el estrecho de Kerch, el que une a Rusia con la península de Crimea; también mediante las hostilizaciones contra puntos controlados en el Donbass por las tropas rusas, convertidos, no pocos de ellos, en escenarios críticos de los que estas últimas tenían que retirarse.

Sin embargo, en donde más se notó el cambio táctico fue en la dirección rusa de la guerra. Ante el fracaso de su inicial ofensiva y obligada a retroceder en ciertos teatros, la Rusia de Putin optó por una campaña continua de ataques aéreos, con drones y aviones de combate, que descargaban misiles contra viviendas e infraestructuras, todas ellas de carácter civil, particularmente contra las centrales eléctricas del país, para sumir en el frio y la escasez alimentaria a la población, a fin de minar su moral y su voluntad de resistencia, mientras distraía al mismo tiempo a las fuerzas militares del ejército ucraniano, su enemigo; eso sí, ya convertido para la época de navidad, en el objetivo a largo plazo, no en su blanco estratégico inmediato. De cualquier manera, ha sido una guerra de desgaste, con la que la super-potencia militar ha llevado a efecto una veintena de bombardeos destructivos sobre ciudades e instalaciones, entre octubre y enero, una guerra de desgaste más usual de lo que cabría imaginarse en los conflictos entre naciones, según lo ha destacado el historiador Ph. OBrien, uno de los primeros en advertir, como lo ha recordado Paul Krugman, el hecho de que esta ocupación no sería “pan comido” para Putin; y que ha sostenido además la tesis de que muchas guerras se han resuelto por largas y repetidas acciones de desgaste, táctica ésta sobre la que se había pronunciado ya Clausewitz: “La idea del desgaste mediante el combate continuo implica un agotamiento gradual de las fuerzas físicas y de la voluntad por medio de la duración de la acción”.

Las reservas, las alianzas y los apoyos en la estrategia.

Fueron la capacidad defensiva de Ucrania y su contra-ofensiva, los dos factores que forzaron los giros estratégicos de la guerra. Pero además sirvieron como causa de las variaciones sobrevinientes en otro campo de la estrategia, el de las reservas y la retaguardia, el de las alianzas y los apoyos.

Es verdad que los Estados Unidos y la OTAN hicieron lo que estaba a su alcance para halar a Ucrania hacia su bloque, algo que enervaba a Putin frente a la posibilidad de un cerco que asfixiara geopolíticamente a una Rusia, también animada por pulsiones hegemónicas y revanchistas. Sin embargo, este antecedente no quería decir que estuvieran muy convencidos de que Ucrania pudiese resistir una embestida de Putin, en la eventualidad de que se diera.

Ahora bien, la resistencia que ofreció Kiev, exitosa porque impidió que el enemigo consiguiera su objetivo, impulsó a la Administración Biden, por encima de cualquiera tendencia aislacionista, a comprometerse con un apoyo de dimensiones insospechadas al Estado ucraniano, además de que los acontecimientos ayudaron a soldar efectivamente la alianza atlántica, pues los países europeos se entregaron al mismo empeño con mucha decisión.

Así que Europa (salvo la Hungría del populista Orban) y Estados Unidos han comprometido su músculo financiero en el respaldo a una Ucrania que, con la ayuda militar externa ha podido sostener su aparato defensivo y el aliento de su contra-ofensiva, una ayuda que globalmente estaría en el orden de los 150 mil millones de dólares hasta ahora.

El regreso a la ofensiva.

Después del desgaste inclemente al que Rusia sometió a la población ucraniana, Putin y los mandos militares quieren retomar la ofensiva militar, no quizá para doblegar a toda Ucrania, pero sí para dominar absolutamente las regiones del Donbass, cinturón contiguo a la frontera de la super-potencia militar. Es una finalidad para la que cuenta con un aumento considerable de sus tropas, el que le proporcionó el reclutamiento de 300 mil efectivos, más una movilización adicional de soldados regulares, cantidad a la que debe agregarse el escuadrón de mercenarios Wagner, grupo rompedor que abre camino y causa enormes daños.

Esta ofensiva general, desplegable para cuando se termine el invierno, entre marzo y abril, tiene como base la presencia de más de 700 mil militares en territorio ucraniano y en las fronteras del Este y del Norte, un verdadero ejército de ocupación, poderío al que deben añadirse los tanques, la artillería y la aviación.

Para su resistencia, Ucrania acredita sus dispositivos de defensa, muy eficientes en los comienzos de la conflagración, además la experiencia ganada por los comandos de dirección; y tiene patentada por cierto una marca muy especial, la moral elevada, puesta a prueba en medio de la guerra de desgaste.

Y cuenta, sobre todo, con la ayuda grande con la que se compromete la así llamada alianza de Occidente, cuyas primeras señales las ha dado Olaf Scholz, el canciller alemán, al prometer como cuota inicial 14 tanques de guerra Leopard 2, aparatos todos ellos de probada eficacia, tanto en operaciones defensivas como ofensivas, algo que inmediatamente fue correspondido por EEUU con el ofrecimiento de 31 tanques Abrams M-1.

Solo que no son suficientes los aprovisionamientos bélicos representados en artefactos, cañones y vehículos; hacen falta sobre todo municiones, elementos que comienzan a escasear, sin que las fábricas de Europa den abasto. En todo caso, la ofensiva será desigual, según lo visto en el pasado, a causa de los errores del mando ruso; razón por la que habrá avances, pero también fracasos particularmente en el sur.

Ante la próxima arremetida de Rusia, que emplea los ataques aéreos, se hará más apremiante la ayuda de Occidente en aviones de combate a Ucrania, hasta ahora inexistente por los riesgos de una escalada.

Probablemente, en ese apoyo último radicará un nuevo empate entre la guerra ofensiva de la., Federación rusa y la ucraniana estrategia de defensa, susceptible de desdoblarse en contra-ofensiva, circunstancia que prolongará este conflicto con sus horrores, sin que se acerque una negociación y sin que dejen de bordear el precipicio de un ataque nuclear. Con todo, el hecho de que ninguno de los dos bandos gane, también abrirá la quasi-obligación de que negocien la paz.

Por lo pronto, Biden ha dicho que su apoyo a Zelensky es “inquebrantable”. Putin a su turno ha lanzado la frase perentoria de que “Rusia va hasta el final”. Mientras tanto, la diplomacia, la negociación y la paz se mantendrán en ascuas, suspendidas en una espera peligrosa.

 

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