… vivimos en sociedades exasperadas.

DANIEL INNERARITY

En el pasado Hay Festival de Cartagena estuvo Richard Firth-Godbehere presentando su libro Homo emoticus. Él es uno de los mayores especialistas del mundo en el tema de la historia de las emociones. (No se preocupe: a mi también me sorprendió que existiera tal campo de estudio). Es una disciplina que centra su atención en el papel de las emociones en los acontecimientos histórico. Se apoya en los avances de la revolución cognitiva. La realidad social está a tal grado confusa que es pertinente ensayar nuevas ideas para entender lo que está pasando. Haciéndose cargo de este propósito, la teoría de las emociones ofrece una perspectiva reveladora y con mucho sentido.

En este estudio, Firth-Godbehere se basa en algunos conceptos particularmente llamativos. El primero de ellos, que las emociones son construcciones sociales y no, como sostiene la Neurociencia clásica, algo innato de los individuos. A riesgo de simplificar en exceso el tema, las emociones y sus manifestaciones dependen del contexto cultural y de las experiencias previas de cada persona. Cabe decir, están lejos de ser universales: no es posible concebir un diccionario de expresiones faciales para identificar las emociones que sea aplicable a todos los habitantes de la Tierra. Cada sociedad construye sus propias emociones y su definición, así como la manera apropiada de expresarlas y controlarlas. Incluso, de forma sutil o contundente, se imponen desde arriba en lo que se denomina regímenes emocionales. Las empresas representan un ejemplo paradigmático: los empleados deben gestionar sus emociones de determinada manera: la paciencia con los clientes, la sonrisa permanente. Los gobiernos instalan ciertas emociones en las sociedades para apuntalar su gestión: a veces la ira y el resentimiento, otras la esperanza. Tenemos ejemplos cercanos. 

También existen las comunidades emocionales. Aquellas que brotan de la gente y su cultura casi de una manera espontánea. Se trata de sentimientos compartidos que unen a una comunidad. Las familias son un ejemplo a la mano: cada una tiene su forma de quererse, repelerse, celebrar. Por supuesto, el marco teórico y la investigación empírica que dan lugar a este enfoque son más complejos y amplios que lo expuesto hasta aquí. 

Según el autor, las emociones han sentado las bases de las religiones, las indagaciones filosóficas, la búsqueda del conocimiento y de la riqueza. Han destruido mundos a través de la codicia y la desconfianza. Han sido motores de cambios alimentados por el deseo, la repugnancia, el amor, el odio, la ira, … transforma la cultura y lleva a la gente a hacer cosas que pueden cambiarlo todo. A decir de Mauricio García Villegas —que ha investigado el impacto de las emociones en la historia de Colombia— demasiados propósitos nobles se malograron en las inquinas; demasiadas buenas ideas han sido estropeadas por malas emociones. En pocas palabras, las emociones han modelado el mundo. 

El libro aborda varios hechos de la historia y los relaciona convincentemente con las emociones predominantes en aquellos momentos, que marcaron las percepciones y definieron los actos acometidos. Desde la antigua Grecia hasta los Estados Unidos de hoy. Cito por encima algunos eventos bajo esta óptica.

Con la idea de que no hay que renunciar al deseo ya que los pecados serán perdonados mediante el sacrificio y el arrepentimiento, Pablo desarrolló el cristianismo y marcó una manera (¿simple?) de vivir la religión entre los católicos (El que peca y reza, empata). 

Una particular interpretación del amor hacia Dios y el control de los sentimientos carnales dieron lugar a Las Cruzadas: la guerra será justa si se lucha por las razones correctas y no en el propio beneficio o movidos por el odio. 

Transformando el miedo, que puede paralizar y acobardar, en un impulso de lucha, los otomanos emprendieron el ataque definitivo a Constantinopla en nombre de Dios, que condujo al fin del Imperio bizantino, victoria que cambió el mundo. 

La mezcla de miedo a los cambios sociales y la abominación de lo que supusieran repugnante a los ojos de Dios, dio origen a la caza de brujas en el medioevo (ensañándose con las mujeres rebeldes). 

La búsqueda de la felicidad, a través del derecho natural a la propiedad, quedó impresa en la Declaración de Independencia de Estados Unidos. La emoción de adquirir y poseer como fuente de felicidad es el desencadenante del comercio y del Estado moderno alrededor de la protección de la propiedad. La dicha de la posesión y el consumo constituyen la matriz de la cultura norteamericana. 

En suma, la historia vista con los aportes de la Teoría de la construcción de las emociones presenta nuevos ángulos para entender el presente y diseñar el futuro. Podría decirse que el viejo aforismo de Descartes —«Pienso luego existo»— debe ser actualizado por uno más acorde con los nuevos tiempos: «Siento, luego existo». 

De darle credibilidad a este acercamiento a la historia, queda claro que debe tenerse cuidado con lo que se siente porque así coloreamos nuestros modos de mirar la realidad y abrimos o cerramos posibilidades de acción. Lo que puede llevarnos a escenarios futuros desafortunados. El combate contra la perplejidad política —afirma Daniel Innerarity— ha de empezar con un examen de nuestro paisaje afectivo.

Para seguir la pista

  • Firth-Godbehere, Richard. Homo Emoticus. La historia de la humanidad contada a través de las emociones. 2022. Penguin Random House.
  • García, Mauricio. El país de las emociones tristes. 2021. Ariel.
  • García, Mauricio. El viejo malestar del Nuevo Mundo. 2023. Ariel.
  • Innerarity, Daniel. Política para perplejos. 2018. Galaxia Gutenberg.
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