Los «reaccionarios» no tienen el monopolio 

de la retórica simplista, perentoria e intransigente.

A. HIRSCHMAN

En su libro «Retóricas de la intransigencia», el economista y ensayista Albert Hirschman propuso categorías de análisis útiles para entender el momento político.   Se percibe en Colombia un ambiente de crispación y enceguecimiento, en el que la deliberación está proscrita desde el poder («…los que gritan fuera Petro son asesinos», vocifera el presidente) y la oposición juega brusco y con desacierto. Han preferido tratarse como enemigos a destruir que como adversarios a derrotar en la próxima contienda electoral.

Corriendo el riesgo de no hacer justicia a sus planteamientos, esbozaré algunas de sus ideas. Hirschman partió de una revisión histórica del desarrollo pleno de la ciudadanía en las dimensiones civil, política y social, promovidas por sectores autoproclamados progresistas. Civil, se refiere a las libertades individuales (expresión, pensamiento, religión); política, al desarrollo de la participación en el ejercicio del poder; y social, al reconocimiento de condiciones mínimas de educación, salud, bienestar material y seguridad, las cuales se materializaron en el Estado de Bienestar. En su recorrido encontró tres tesis comunes y repetidas en las posiciones reaccionarias para oponerse y criticar estos impulsos progresistas. Las denominó tesis de la intransigencia.

(Antes de continuar es pertinente anotar que este pensador se esfuerza por evitar asignarle una connotación negativa al término reaccionarios. Recuerda, siguiendo a Newton, que reacción sencillamente es algo que sigue a la acción. Siendo así, es un acto que puede provenir de cualquier lado del espectro político. Los progresistas se convierten en reaccionarios ante un gobierno conservador; los conservadores son los reaccionarios durante un gobierno progresista).

Las tres tesis de la intransigencia que han practicado en la historia tanto progresistas como reaccionarios son: la Tesis de la perversidad; la de la futilidad; y la del riesgo

La primera tesis, la de la perversidad, se ocupa de los resultados de los cambios. Los reaccionarios sostienen que toda acción de cambio del régimen político, social y económico traerá consecuencias desastrosas. Solo sirve para empeorar la situación. Los progresistas, por el contrario, aplicando la misma lógica radical,  solo ven los efectos positivos. Se desentienden de las consecuencias involuntarias y fuera de control, perversas, de los cambios. Subestiman los daños de la improvisación, el mal diseño y la deficiente gestión porque nada puede salir mal cuando hay buenas intenciones. Caso concreto, la reforma laboral en curso que, buscando desarrollar los derechos individuales y colectivos del trabajo, puede incrementar el desempleo y la informalidad.

La siguiente tesis, la de la futilidad, se refiere al poder de las leyes sociales.

Los que se oponen sostienen que los cambios propuestos alteran leyes de hierro forjadas por la historia. Los que los proponen, en tanto, hacen acopio de otras leyes en vía contraria: que las leyes de la sociedad conducen irrevocablemente al progreso. La historia, prosiguen, pasa por una serie finita e idéntica de etapas y no hay poder humano que las detenga. Afirman tener «la historia de su lado». Un ejemplo a la mano de este tipo de reacción es la reforma agraria. Para unos, es una violación al sagrado derecho a la propiedad privada en el campo para poner en manos incompetentes el campo colombiano. Para otros, la reforma agraria es una etapa indispensable en el proceso de progreso de la sociedad. En ambos extremos se desestima la capacidad de la acción humana para modelar la sociedad.

La tesis del riesgo se centra en la incertidumbre de los cambios. Los reaccionarios afirman que su costo es tan elevado y su complejidad es de tal magnitud que ponen en riesgo los logros previos. En otras palabras, que es más lo que puede perderse que lo que podría ganarse. Del otro extremo, los progresistas subestiman las amenazas, simplifican la realidad, subvaloran los efectos imprevistos de las acciones sociales y políticas. El ejemplo más patético es el de la reforma a la salud. Para los primeros, el sistema funciona bastante bien de acuerdo con estándares internacionales y no hay motivo para someterla a cambios sustanciales. Echaremos por la borda los avances en cobertura y calidad. Para los segundos, todo está bajo control … en el discurso.

A grandes rasgos, así argumentan los opositores y defensores de las reformas. Llevando sus puntos de vista, a veces válidos, hasta los escenarios más apocalípticos o más utópicos, que tienen en común que penetran con facilidad en las mentes desesperadas. Ambos bandos utilizan, en los términos de Hirschman, discursos intransigentes. Tienden a parecerse más de lo que están dispuestos a reconocer. 

Lo fundamental es, sin embargo, resaltar el objetivo que se proponía Hirschman al identificar estas retóricas. Que no era otro que recuperar los diálogos «amistosos con la democracia»; restablecer una deliberación civilizada que contribuya a la formación de una opinión informada y al mejoramiento del diseño y desarrollo de reformas.

El centrismo colombiano haría bien en coger oficio recogiendo las mismas banderas. Practicando el cambio del tono de las conversaciones políticas, cultivando una atmósfera de reconciliación y diálogo, y buscando puntos intermedios en torno a las reformas. Poniendo de relieve algo que es natural a la política real: nada es blanco o negro, ni es todo o nada. La justicia social no es un tema escriturado a la izquierda ni el de la seguridad a la derecha. Así quitaría espacios y seguidores a los extremos y menguaría la polarización. Todo para formular un rumbo, inyectar pragmatismo a los cambios y despertar la esperanza de que es posible y necesario un país mejor.

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