Claro que sí. Aunque la pregunta es retórica, por no decir necia. Pero igualmente es retórica y necia la indignación de sus opositores porque Petro y el Pacto Histórico tengan esa aspiración. Todo gobierno planea permanecer en el poder directa o indirectamente a través de su partido. Iría en contravía de la psicología de un político y de la esencia de una agrupación partidista que después de acceder al poder les fuera indiferente continuar allí. Las razones son simples: no solo piensan que su obra aún está inconclusa sino que tienen nuevas ideas para presentar a los electores. Al fin y al cabo los problemas nunca se resuelven en un periodo de gobierno. Eso sin contar que procuran continuar disfrutando de los privilegios —los nobles y los vulgares— del poder estatal.   

Siendo así, debe cambiarse la pregunta. Plantearse por ejemplo: ¿qué hará el gobierno para mantenerse en el poder? Y es obligatorio formularle a la oposición una pregunta similar: ¿qué está haciendo para mejorar sus posibilidades de ganar en el futuro? Las respuestas a estas preguntas son las que nos ponen nerviosos o esperanzados.

Sin duda, hay múltiples maneras limpias de mantenerse en el poder. Habría que comenzar porque el partido de gobierno haga una trabajo impecable en el manejo del Estado para merecer la reelección. Lo que significa cumplir sus promesas de campaña, distinguirse por la eficiencia y la transparencia, mejorar visiblemente el bienestar de la gente y fortalecer las instituciones. 

¿A este respecto qué se puede decir del gobierno Petro?  Respondamos tratando de controlar sesgos ideológicos y sobresaltos emocionales. Es evidente su interés por los pobres; por una mayor justicia social (educación, alimentación, salud, pensiones, tierras); por dar fin a las olas de violencia. También hay que reconocer que no ha hecho trizas el Estado de derecho pese a sus detonantes discursos. Y está cambiando el marco político: del inmovilismo al reformismo. Aunque son evidentes las flaquezas para concretar sus planes. Veremos. Apenas van seis meses.

Por desgracia, también hay maneras sucias de retener el poder. Y el actual gobierno está en eso. Promueve reformas electorales que favorecen a su partido (listas cerradas, libre transfuguismo, elección de congresistas en el Ejecutivo);   utiliza programas sociales para captar votantes; manipula precios para obtener rentabilidad política (el Soat de los motociclistas); crea comunidades de apoyo mediante la promoción de formas de asociación gremial (campesinos, jóvenes, sindicatos, etnias, territorios, presos), que es una especie de dirigismo estatal de la sociedad civil.

Pero así mismo hay que ser exigentes con la oposición, de la cual se espera que no solo se dedique a mostrar la incompetencia del gobierno, sino igualmente a probar su competencia para obtener de nuevo el poder. Debe comenzar por hacer un autoexamen de las causas de su derrota (y seleccionar candidatos que superen a Fajardo, Fico y a Rodolfo Hernández, cosa no muy difícil, por cierto); revisar la vigencia de sus propuestas ante las nuevas realidades (ambientales, identitarias, igualitarias); reconocer y corregir su desconexión emocional con la inconformidad de la gente que no encuentra respuestas a sus necesidades de cambio. 

Sin embargo, tampoco la oposición anda en buenos pasos. Desaparecida o desarticulada, o por momentos monopolizada por los rezagos del Centro Democrático, todavía no logra credibilidad política. Su incapacidad para presentar propuestas interesantes y sus flojos debates a las iniciativas gubernamentales le han impedido despegar. Además, se equivoca al pensar que es suficiente con propagar una «ira de perdedores» contra Petro para proyectarse como alternativa.

De continuar así el juego, presiento que el Pacto Histórico mantendrá el poder gracias al fuerte viento en su favor: cumpliendo como pueda algunas de sus promesas, echando la culpa a otros de los problemas que es incapaz de resolver y chamboneando en algunos asuntos delicados. Pero sobre todo porque los gobiernos resisten bien una mala oposición.

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