Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

La gran resignación

 

 

Desconciertan las noticias de Estados Unidos. Se informa que en noviembre más de 4 millones de trabajadores dejaron sus trabajos, alrededor del 3 % de su fuerza laboral. Además, que ya suman más de 10 millones las vacantes y 8 millones los desempleados. Curioso. No hay gente para tanta cama. (Para un colombiano esto suena a ciencia ficción).

Por supuesto, es una situación que genera preocupación en una época pospandémica que lanza a las fauces de la pobreza a millones de personas en el mundo. Ya le tienen etiqueta: La Gran Renuncia.

Lo novedoso de este fenómeno son las razones que empiezan a esgrimirse para explicarlo. Y eso produce envidia sana. 

La primera es que las ayudas sociales del gobierno han desestimulado el interés de la gente por buscar empleo. Raro en un país donde predomina un patrón cultural que califica cualquier gesto asistencialista del gobierno como socialista y el sueño americano repudia la holgazanería. Sus precarios sistemas de protección social (salud, laboral, pensiones), comparados con países desarrollados, son reflejo de estas ideas. Sin embargo, las ayudas han expirado y persiste la renuencia a trabajar. No parece, entonces, que sea una causa central.

Hay otras de mayor fondo. Las personas que se confinaron en sus casas descubrieron de pronto que hay vida inteligente fuera de la oficina. Volvieron a estar en familia; salieron a caminar con sus mascotas; retomaron lecturas y series pendientes; aprendieron a cocinar; se ahorraron el desplazamiento hacia sus lugares de trabajo. Y esto es válido tanto para los que fueron despedidos como para los que pudieron teletrabajar y los que renunciaron. Todos ganaron tiempo para vivir, para el ocio de valor. (Recordemos de paso que, al menos en Colombia, las cifras de maltrato familiar y hambre se dispararon).

Ha resurgido, pues, una vieja reivindicación política: más vida, menos trabajo. Inclusive hoy se habla de más tiempo para vivir la democracia, que permita informarse, discutir, movilizarse. (Colombia es uno de los países con la mayor jornada laboral).

A lo anterior se agregan la baja remuneración, el agotamiento y el aburrimiento en lo que se hace. Los sectores económicos con mayores dificultades para cubrir sus vacantes son aquellos que tradicionalmente ofrecen los menores salarios y los peores ambientes laborales (entretenimiento, hotelería, servicios personales, comercio, distribución). Quedan, entonces, al descubierto la responsabilidad de las empresas y la legislación laboral: contratos inestables, imposibilidad de incapacitarse, mínimas licencias de maternidad y paternidad, maltrato, jornadas extenuantes, falta de reconocimiento. El imperio de la precariedad. La gente tratada como «una herramienta que habla». (Y en mucho de esto sí nos parecemos los dos países). 

Y si faltaran más indicios, debe mirarse la cifra de empleados muertos y desaparecidos por el hundimiento de una bodega de Amazon en Illionis a causa de los recientes tornados. Puso en evidencia el menosprecio por la vida de los trabajadores por parte de una empresa emblemática del capitalismo moderno.

La desazón venía incubándose desde el 2020. Así lo indicaban los porcentajes de personas que entonces se declaraban insatisfechas y dispuestas a renunciar en breve en Estados Unidos (41 %, según el Índice de tendencias laborales de Microsoft). Ya no queremos trabajar para imbéciles, declaraba alguien. Por eso explotó la gran rebelión proletaria y de la clase media. Los conductores de camiones, por ejemplo, se resisten a retornar a las anteriores condiciones. Han roto las cadenas mundiales de abastecimiento. 

En nuestro país la insatisfacción y la disposición a cambiar de empleador son escalofriantes (70 %, según un estudio de FTI Consulting de abril, 2021). Pero con un agravante: no hay cama para tanta gente. Nuestro modelo económico no genera suficiente empleo debido, entre otras razones, a que se sustenta en una economía primarizada: explotación de recursos naturales y producción con bajo valor agregado. Por eso estamos lejos de una gran dimisión y de una gran rebelión.

En Norteamérica, en tanto, está en gestación un nuevo Contrato Social en el trabajo gracias a este cambio de prioridades de los empleados. Están elevando los salarios, mejorando los entornos laborales, flexibilizando permisos y licencias. Inclusive se está produciendo un nuevo equilibrio de poder en los mercados laborales gracias a la ganancia de influencia de los trabajadores sindicalizados y no sindicalizados. 

Paralelamente ha surgido un afán por elevar el compromiso emocional de los empleados (engagement) con sus empresas y la búsqueda de la felicidad en la oficina (happytalismo). Dos nobles propósitos que exigen la confluencia de una compleja mezcla de elementos: estilos de liderazgo decente; oficios con significado más allá de la subsistencia; flexibilidad extrema en horarios y rutinas (jornadas híbridas: parte en casa, parte en oficina); beneficios adicionales (licencias para cuidados de hijos); promoción de ambientes creativos y participativos; culturas organizacionales basadas en la confianza; permanente desarrollo de capacidades; preocupación por el equilibrio vida-trabajo; entornos psicológicos sanos e ilusionantes (estabilidad, respeto); desconexión digital. Subsanando así, en algo, la precarización con motivación y entusiasmo.

En fin, todo lo que ayude a recuperar la vieja creencia del trabajo como posibilidad de realización personal. O, como mínimo, a persuadir a la gente de que vuelva a sus puestos.

Por el momento, que aquí no cunda el pánico ni exploten las expectativas. Es baja la probabilidad de que estos fenómenos se repliquen. Sin duda, algunas empresas son buenos sitios para trabajar. Pero la mayoría practican una concepción semifeudal del trabajo y del asalariado. Si no les gusta  —responden a sus empleados— renuncien que afuera hay miles dispuestos a hacerlo bajo nuestras condiciones. Y nadie se alimenta de dignidad.

Ante las organizaciones y el Estado, hay tres posibles conductas de las personas, según el economista Albert Hirschman. Si el vínculo contractual establecido es satisfactorio, la reacción es de lealtad; si el vínculo falla, la gente comienza a alzar la voz; si no hay respuestas, la opción comienza a ser la salida (emigrar, renunciar). En Colombia toca una cuarta: La Gran Resignación, puesto que no abundan los empleos decentes, y estamos atascados en una legislación laboral disfuncional —para patronos y trabajadores—, según lo reporta la Misión de Empleo convocada por el gobierno.

Contrasta la gravedad de estos problemas, y de muchos otros, con la modesta atención que les prestan los precandidatos.

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