… subestiman el hecho, a veces terrible, 

de que el anhelo de orden y seguridad en la gente del pueblo 

sea tan grande como el anhelo de justicia social.

Mauricio García en «El orden de la libertad»

    

Creó revuelo en las redes sociales la circulación del escudo nacional con la leyenda «Libertad y Orden». Todo comenzó en el chat de los gobernadores y generó la adhesión o el rechazo de partidos y ciudadanos. Los autores argumentan que su  propósito era celebrar la decisión del gobierno de romper negociaciones con el «clan del golfo» que tenía sitiado el bajo Cauca, y ordenar a las Fuerzas Armadas el comienzo de las operaciones para tomar el control de la situación. La derecha aprovechó el fervor patriótico suscitado para recalcar que ellos quieren más a los soldados y policías que los demás colombianos; el gobierno, para tildar de autócratas y enemigos de la paz total a quienes replicaron aquel mensaje.

          Son entendibles estas reacciones. Tradicionalmente la izquierda siente aversión por lo que entiende por Orden: sospecha que pone en riesgo la Libertad. Y la derecha rechaza lo que entiende por Libertad: sospecha que pone en riesgo el Orden. Esta es una disputa que se remonta a la Independencia. Orden es sinónimo de permanencia del dominio de las viejas estructuras y poderes, el despotismo; y libertad es sinónimo de anarquía y anomia. Así, en esos términos absolutos, maximalistas, rotundos, se interpreta aún en nuestros días esta consigna. Como si se tuviera que escoger entre uno u otro. Vana disputa.

En efecto, si uno se calma entiende que en la vida individual, social y política es necesario un justo equilibrio entre estas dos aspiraciones. Cuando no se respetan ninguna regla ni organización y cuando cada quien hace lo que le plazca, se crea un contexto que facilita el surgimiento de la violencia, el estancamiento económico, el abuso de los fuertes, de los inconformes y aprovechados de todo tipo; afloran las peores pasiones y ambienta las propuestas populistas. El déficit de Estado y de orden es fuente de sufrimiento para pobres y ricos.

Según la Encuesta de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Dane, el 52.9 % de los colombianos experimenta una sensación de inseguridad. Hay sectores sociales que habiendo apoyado a Petro en la segunda vuelta hoy se debaten en la incertidumbre por la manera errática como está manejando algunos asuntos. Boric en Chile se vio obligado a modificar sus prioridades de reformas ante el desmadre de la inseguridad. Quién sabe si nuestro gobierno es capaz de aprender de experiencias ajenas… Aceptar que no es suficiente con discursear y trinar desbocadamente para cambiar la realidad y las percepciones de la gente. 

Equivocado es, entonces, menospreciar el anhelo de seguridad de muchos colombianos.

Las sociedades, los equipos y las personas pasan por etapas de desarrollo psicosocial de acuerdo con sus más sentidas preocupaciones, anhelos y capacidades. Siguiendo a Maslow, podría decirse que tenemos necesidades fisiológicas (sobrevivencia), de seguridad (física), sociales (solidaridad), estima y reconocimiento (respeto), y autorrealización. Aunque no son secuenciales, si hay cierta jerarquización. Si las más básicas no son satisfechas, difícilmente se piensa en las demás. Con hambre es complicado practicar el respeto por la vida propia o la ajena. En momentos de peligro inminente es difícil concebir grandes sueños. Como decía López Michelsen: en medio de un naufragio no se dan clases de natación. El miedo a perder la vida y nuestros bienes y derechos produce emociones extremas y conduce a actos desesperados para defendernos.

Por eso se habla de evolución y de involución. Las sociedades, los equipos y las personas avanzan, retroceden o se estancan en su desarrollo de expectativas, sueños y posibilidades de acción. De la esperanza por un mejor porvenir regresamos a la búsqueda de la simple sobrevivencia. El temor al balazo y el asedio de los ladrones nos primitivizan. Quizás es lo que está sucediendo. Y hay políticos al acecho para explotarlo.

En este marco de análisis vale interpretar la desconcertante favorabilidad de Bukele en el país y su estrategia de seguridad en El Salvador. Las escabrosas escenas de represión que muestran a «los maras» desfilando encadenados, rapados y uniformados por entre los policías, ha despertado los peores instintos en algunos sectores nacionales. (Quizás, para algunos, escenas comparables a las de los policías secuestrados en el Caquetá desfilando por entre los protestantes en medio de vejámenes). Muchos colombianos concluyen —ante la percepción de incompetencia o pasividad estatal en el ejercicio de la autoridad legítima— que esa es la forma de tratar con los violentos.

Es posible que estos asomos de simpatía por el mal llamado «milagro Bukele» no pongan de manifiesto una patología social ni el retorno de un expresidente. Más bien, podrían sugerir la creciente desconfianza en la política de orden público denominada Paz Total porque no está saliendo bien. Y en un ambiente de libertad sin orden —y también de orden sin libertad— no hay reformas a la salud, pensiones, agraria o laboral, que valgan.

Para seguir la pista

García, Mauricio. El orden de la libertad. (2017). Fondo de Cultura Económica.

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