Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Estoicismo 2022

 

He insistido sobre un tema en estos Reencuadres. Nuestras formas de pensar. Soy de la opinión de que algunas dificultades exigen un abordaje más filosófico y psicológico que político. Y no tanto porque así se resuelvan sino porque puede sugerir otros planteamientos y mejores acciones para afrontarlas. Sé que no suena muy progre este acercamiento a los problemas que nos agobian, pero en ocasiones hay que abandonar el rebaño…

Creo en que hay una conexión entre las maneras de ver la realidad y las emociones. El origen de los sentimientos de temor, ansiedad, ira, aflicción, radica en el tipo de observador que somos del mundo exterior más que en la realidad misma. Tales sentimientos colorean la vida, para dicha o para desgracia. Y pueden, por lo demás, restarnos funcionalidad como individuos y como ciudadanos. 

En suma, de acuerdo con esta idea, la manera como percibimos el mundo suscita cierto tipo de pensamientos y emociones que a su vez obstaculizan nuestro desempeño. Por lo anterior conviene revisar la filosofía de vida que nos guía.

En esta oportunidad quiero hacer eco de tres lecciones del estoicismo que vienen al caso. Es verdad: se sospecha que un estoico es una persona fría y reprimida. Pero igualmente sus postulados pueden tomarse como una guía para permanecer resueltos, fuertes y con los pies en la tierra. 

En primer lugar, Séneca, Epícteto y Marco Aurelio  —maestros de esta escuela —plantean que «De las cosas que existen, unas dependen de nosotros y otras no». O sea, distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no. Desarrollar esta capacidad no es sencillo. Es, para muchos pensadores, una de las mayores pruebas de sabiduría. Por el contrario, no saber diferenciarlas es una torrentosa fuente de infelicidad, estrés, agotamiento y desilusión. Hay personas y colectivos que se sienten los Gerentes-Generales-del-Mundo y al no poder probar la validez de su aspiración recaen en la desdicha personal y la anomia social. O peor todavía: se convierten en verdugos emocionales de sus hijos, de sus subalternos en el trabajo, de sus comunidades. De sí mismos. Pretenden controlar lo incontrolable. En el campo político, el juego es doblemente peligroso porque hay dirigentes que se creen Gerentes-Generales-Del-Mundo, y seguidores que creen el cuento. (Basta observar los ímpetus caudillistas de algunos candidatos: todo lo saben, todo lo pueden). 

Ni la vida social ni la personal están completamente bajo nuestro control. A lo sumo, somos dueños del esfuerzo por mejorarlas, pero difícilmente de los resultados. Siempre hay circunstancias y otros actores —y la suerte—, que no se pliegan a nuestra voluntad. Reconocer esta realidad es una determinación razonable en el hogar y en la comunidad. Aceptar lo que no está en nuestras manos y trabajar duro para modificar lo que sí, es el primer paso para escoger la justa forma de resistencia ante la adversidad cuando las cosas no salen como queríamos.

En segundo lugar, «No son las cosas las que perturban a las personas, sino los juicios que se forman sobre ellas». De nosotros depende la facultad de formular aquellos juicios y por ende de suscitar motivación, deseo y aversión. No es posible, en consecuencia, eludir hacernos cargo de los estados emocionales que nos iluminan o apagan. Nuestra vida se estructura de cierta manera alrededor de la forma como evaluamos todo —¡somos criaturas enjuiciadoras!

Si lo anterior tiene sentido, es admisible retomar esta vieja lección de higiene mental y emocional en una época en la que están a flor de piel la rabia y el miedo, pasiones de las que nos consideramos súbditos. Dentro de todo individuo o colectivo social avasallados por pasiones virulentas se forma una tormenta de pensamientos y creencias que las retroalimentan. En ese remolino se corre el riesgo de que elaboremos diagnósticos inservibles de las situaciones y reduzcamos las posibilidades de actuar para cambiar lo que nos incomoda o nos hace desdichados. De la indignación en bruto a la coordinación de acciones políticas o individuales hay un largo trecho. Los sesenta días de bloqueos y vandalismo, a mi juicio, dejaron ese aprendizaje.

Finalmente, una tercera reflexión, que no alcanzo a desarrollar pero que queda de tarea. «En cada situación que te sobresalte, acuérdate de buscar dentro de ti mismo qué capacidades posees para manejarla. Si asumes un papel que está por encima de tus capacidades, no solo pierdes el decoro con él, sino que además desatiendes aquellos otros que sí serías capaz de desempeñar». Piensa uno de inmediato en el tropel de candidatos a la presidencia. (Y aplica para uno mismo). Algunos esgrimen en su favor tan solo su particularidad étnica, de género, su orientación sexual, su edad, sus genes de familia otrora insigne, su locuacidad, una pasada gestión exitosa. Dirigir un país es algo más complejo y uno como elector debe tenerlo claro al momento de votar. O, en palabras de Porcia, personaje de El mercader de Venecia, «…si hacer fuese tan fácil como saber lo que conviene, las capillas serían catedrales, y las cabañas, palacios».

Resumo mi tesis. El estoicismo predica el valor de la racionalidad. Se trata, pues, de recuperar tal patrimonio de la especie. En ese sentido son provechosas estas tres reflexiones de sentido común que los estoicos nos lanzan desde la antigüedad. Permitámonos fantasear con ellas en esta época de balances y propósitos. Seguro no traerán la paz nacional, ni disminuirán la desigualdad ni redimirán las élites dirigentes, pero de pronto reconfortan. ¡Feliz año nuevo!

 

Nota: «Reencuadres» reaparecerá en la segunda quincena de enero.

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