Entre el resentimiento y el odio
En esta turbulencia de emociones encontradas que estamos atravesando urge plantearnos una pregunta sensata: ¿con qué tipo de emoción estamos escogiendo candidatos a las próximas elecciones? O quizás es más útil formulárnosla en otra forma: ¿con qué tipo de emoción estamos siendo conducidos a las urnas en las próximas elecciones? Y más vale que seamos francos con la respuesta porque las consecuencias son serias.
Hacer la pregunta de la segunda forma es más pertinente, pero no con la intención de mostrarnos como víctimas de una conspiración oligárquica o progresista. No. Simplemente porque hay algo que las ciencias de la cognición han desarrollado. Que en el origen de las emociones hay tres tipos de razones: las biológicas (genéticas, hereditarias); las psicológicas (las reacciones aprendidas ante los estímulos externos, los quiebres de la vida); y, por último, las que nos interesan en esta reflexión, las sociales y culturales producto del contexto en el que nos desenvolvemos.
En efecto, las culturas predominantes de las sociedades son una de las causas del clima emocional. Parte de nuestra vida sentimental es una construcción social, producto del medio y no de desarreglos personales.
En el libro «La geopolítica de las emociones» (2009) el pensador geoestratégico Dominique Moïsi, identificaba países caracterizados por una cultura de la esperanza, una cultura de la humillación y una cultura del miedo. A partir de allí podían explicarse muchas de las actitudes y conductas de sus ciudadanos, y las políticas públicas por las cuales optaban. Y recientemente la socióloga Eva Illouz publicó un ensayo en el cual plantea cómo las estructuras políticas, económicas y culturales dan lugar a los sentimientos que nos atraviesan.
Las emociones, lejos de ser una expresión del lado salvaje y animal de las personas, de su lado irracional, son producto de juicios de valor y hacen parte de nuestros procesos de cognición, de la manera como percibimos y damos sentido a la realidad. Sentimos con la razón y razonamos con la emoción. Para bien o para mal. Entre la razón y la emoción hay una simbiosis que se nos dificulta reconocer.
Basados en estas premisas vale la pena formularse más preguntas. ¿Cómo se conforman las emociones? ¿Qué tipo de emociones experimentan los colombianos?
Como se dijo antes, las emociones son juicios de valor, interpretaciones de situaciones personales o sociales que se elaboran a partir de muchos elementos: los medios de comunicación que sintonizamos, las redes sociales a las que permanecemos pegados, los discursos de los dirigentes que seguimos, la educación que recibimos, las normas y costumbres que orientan nuestra vida social, los círculos familiares y de amistades en los cuales nos desenvolvemos, las tribus con las que nos identificamos, el lenguaje que utilizamos.
En fin, el contexto que nos rodea en todas sus manifestaciones contribuye intensa y a veces inconscientemente a formar nuestro cuerpo de opiniones, juicios e interpretaciones de la realidad, que amalgamados configuran las emociones, que a su vez se constituyen en filtros a través de los cuales interpretamos los hechos. De esta manera hay sociedades (o legiones de personas o eras de la historia) que se distinguen, en general, por su optimismo, su ira, su desconfianza, su esperanza. Somos más el resultado de nuestro medio social de lo que estamos dispuestos a aceptar.
Algo así como dime con quien hablas, qué medios consultas, cuál es tu líder preferido, y te diré cómo te sientes frente algunas situaciones.
En Colombia hay dos poderosas fuentes de emociones colectivas. La que representa el expresidente Uribe y su combo, y la que representa el presidente Petro y su combo. Con combo me refiero a sus simpatizantes intensivos, equipos de trabajo, los medios y redes sociales que amplifican sus tesis, sus organizaciones políticas, su modo de ver el mundo. El primero ha sido exitoso en la propagación del odio (con fuertes dosis de rabia y miedo) por aquellos que considera enemigos de la patria, amigos del castrochavismo y del neocomunismo, entre los cuales incluye a simples contradictores de sus ideas.
El segundo es un manantial cósmico de resentimiento (con fuertes dosis de rabia y odio) por aquellos que considera esclavistas, oligarcas, nazis, negros conservadores, empresarios codiciosos y enemigos de la humanidad, culpables de todo, entre los cuales incluye a simples contradictores de sus ideas.
Estos son los agentes promotores del clima emocional que respiramos.
De ser cierta esta hipótesis, cabe concluir que es urgente hacer algo al respecto. No es sano lo que pasa. Las emociones tristes de este par de líderes históricos y lo que simbolizan han inoculado un veneno en las venas de la sociedad, afectado nuestras almas y procesos cognitivos para examinar la realidad, y sesgado nuestras decisiones políticas.
Y con el resentimiento y el odio cómodamente instalados en nuestras mentes y corazones nada bueno puede pasar. Son pasiones que quitan energías para la acción, obnubilan el buen juicio para encontrar puntos de encuentro que saquen adelante un proyecto de sociedad, e impiden una conversación pública decente. Por el contrario: incitan acciones ruines y malos pensamientos: extirpar al adversario, recuperar un pasado glorioso o refundar todo, buscar venganza, ir tras una utopía regresiva, derrocar las élites, ajusticiar a los vándalos. Porque las emociones se concentran en el presente y se desentienden del futuro.
Por lo discutido hasta aquí, son requeridos candidatos que estén a favor de algo y no en contra de todo. Que en vez de emociones tristes como las nombradas, infundan esperanza. De tal forma que sea posible imaginar un mejor futuro y confiar en que se puede avanzar y mejorar gradualmente. Que despierten afecto por las formas democráticas y sus instituciones, aunque sean imperfectas y no garanticen la solución final de nada.
Significa que a la esperanza es necesario agregarle grandes dosis de cordura, paciencia, afabilidad por ideas nuevas y personas, tolerancia, disposición para sostener conversaciones difíciles, y pragmatismo. Atributos escasos en estos tiempos emponzoñados. Estamos obligados, por consiguiente, a recelar de nuestro entorno social y cultural, y hacernos cargo de la reconfiguración de nuestro perfil anímico, de tal forma que cultivemos emociones propias de una sociedad democrática, que no son precisamente el resentimiento y el odio.
Insisto. ¿Con qué emociones preferimos participar en las próximas elecciones?
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Para seguir la pista.
La teoría de la emoción construida, por supuesto, es más compleja de lo que he esbozado arbitrariamente en esta nota. Por esta razón sugiero las siguientes lecturas para aquellas personas interesadas en estudiar sus fundamentos.
- Feldman Barret, Lisa. La vida secreta del cerebro: cómo se construyen las emociones. Editorial Planeta, 2014
- Illouz, Eva. Modernidad explosiva. Katz Editores, 2025
- Moïsi, Dominique. La geopolítica de las emociones. Grupo editorial Norma, 2009.
- Nussbaum, Martha. Paisajes del pensamiento: la inteligencia de las emociones. Paidós, 2001
- García, Mauricio. El país de las emociones tristes. Ariel, 2021