… no es perfecta
mas se acerca a lo que yo
simplemente soñé.
Pablo Milanés
La renuncia obligada de Alejandro Gaviria invita a mirar mejor algunas cosas que están pasando en este momento. No voy a hacer su defensa como ministro, rector o candidato. No lo necesita. Prefiero resaltar su oficio como escritor.
En particular quiero hacer referencia a un corto ensayo que viene a cuento en las circunstancias actuales. Su título es Decálogo de un reformista escéptico (2016). Trata de las conclusiones de su experiencia como funcionario por varios años. Entre otras, sería una magnífica lectura para el equipo de gobierno.
Este ejercicio reflexivo por escrito es un ejemplo a imitar por parte de todo alto funcionario porque es una manera de transmitir sus aprendizajes a los nuevos en el servicio público. Tal vez así se evitarían tantas metidas de pata. Y que muchos no jugaran a ser aprendices de brujo, como les sucedió al pasado presidente y al actual, y a sus respectivos bisoños equipos. Quizás sea un paso hacia la obligatoriedad de poseer formación en Administración Pública a toda persona que aspire a ocupar un cargo. El país lo necesita desesperadamente.
Del ensayo en mención quiero resaltar tres lecciones que a juicio de Gaviria debe tener en mente un reformista.
1.Hay que combatir la creencia de que el Estado es la solución a todos los problemas; pero también de que es la fuente de todos los problemas. Ese debate a muerte entre si deben dejarse a las fuerzas del mercado actuar con absoluta libertad o permitir al Estado dirigir por completo la sociedad, debe superarse. Ambos extremos han dado muestras de sus limitaciones para construir sociedades justas. El monopolio del Estado suele caer en ineficacias en la prestación de los servicios bajo su responsabilidad, y en prácticas corruptas vergonzosas. Y el de los privados, no logra sobreponerse por completo a su búsqueda del lucro por encima de otras consideraciones éticas. Sistemas de salud, pensiones, obras de infraestructura, servicios públicos, entre otros, en manos exclusivas del sector público o del sector privado dejarían a la sociedad a merced de las patologías ya diagnosticadas.
Buscar la complementariedad entre lo público y lo privado es una garantía más confiable de resolución de los problemas. En numerosos asuntos el Estado «lo hace mejor de policía que de gerente».
2.«El cambio social no es cuestión de todo o nada, es cuestión de más o menos». El reformador honesto y pragmático debe huir de la retórica pomposa de la revolución y de los objetivos grandilocuentes. Este funcionario recién llegado con su morral de ilusiones cree en la transformación del sistema social, político y cultural desde su despacho con unos cuantos decretos. Descarta los cambios paulatinos y crecientes porque todo lo quiere hacer durante su periodo. Lo obnubilan sentimientos adánicos y justicieros. No se ve a sí mismo como un jugador más de un juego infinito —que es el Cambio Social— sino como el dueño del balón. «Yo lo hago o nadie lo hará». «Todo debe ser cambiado o permitimos al neoliberalismo imponer su dominio».
Hay reformas que es recomendable emprender con gradualidad porque comprometen el destino de todos. Y además así se evitaría empeorar lo que se pretende cambiar.
3.«Las reformas legales no crean, por sí mismas, capacidades colectivas». De la noche a la mañana no aparecen miles de personas capacitadas (maestros, policías, médicos, enfermeras, programadores, ingenieros y constructores de carreteras en las comunidades más apartadas, ni estructuras administrativas, ni capacidades de gestión) ni escuelas, centros de atención médica, redes informáticas, carreteras seguras, avalanchas de turistas. Pueden pasar varios años antes de ser aplicada una política pública y casi nunca se hace de la forma como alguien la diseñó en un despacho. El reformista tiene la ilusión de haber considerado en sus cálculos todas las variables; descarta que sus decisiones generan reacciones, efectos exponenciales sorpresivos y desordenes naturales, cambiando así todo lo presupuestado. Alardea de un control total imposible. Vano intento.
Al revisar estos aspectos a considerar por un funcionario reformista uno no deja de pensar en los anunciados cambios estructurales y en las actitudes dominantes de algunos de sus promotores. Muestran los síntomas de la enfermedad infantil del izquierdismo prescripta por el propio Lenin: todo o nada, y desgano para hacer conciliaciones. A los que no sobra agregar el desinterés (o incompetencia) por la implementación. Mucha poesía y poca carpintería.
No sé si sea equivocado sospechar que el intento de poner en práctica estas ideas haya forzado el retiro de Gaviria. Pero si estoy seguro de que estaba en el lugar adecuado para defenderlas. El unanimismo en un equipo de trabajo —público o privado— pone en riesgo la viabilidad de los propósitos y la eficacia de las acciones.
Para seguir la pista
Gaviria, Alejandro. (2016). Alguien tiene que llevar la contraria. Ariel.
Manuel J Bolívar
Ingeniero Industrial y Magister en Ciencia Política, Coach certificado y Cinéfilo juramentado.