Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

El tono sí importa

A una parte del país le asusta un triunfo de Petro en las elecciones presidenciales. Justo es reconocer que esta sensación no solo es el resultado de la campaña de miedo hacia él adelantada por el Centro Democrático, sino que además es el fruto del mal sabor dejado por algunas de sus actuaciones. 

Como respuesta, analistas políticos simpatizantes vienen insistiendo en no confundir a Petro con el programa de Colombia Humana. Escriben: «…la discusión debería girar más en torno a qué necesita Colombia y no tanto en torno a quién necesita…». 

Él tiene sus defectos —como todos— pero su proyecto político es progresista, argumentan. No propone estatizar empresas, alterar el estado de derecho, eliminar la propiedad privada, secuestrar niños, quemar iglesias, cometer feminicidios y, en general, nada que ponga en riesgo el sistema. En síntesis, no es de temer su eventual presidencia: las acciones de su gobierno estarían claramente delimitadas por la plataforma política de su partido. Proponen separar el quién del qué.

Suena sensata pero es algo optimista esta posición. Trataré de refutarla. En política es una vana ilusión pensar que importan más las ideas que los dirigentes encargados de llevarlas al gobierno. 

La historia nos refriega en la cara lecciones al respecto. ¿Cuál habría sido el desenlace de la Segunda Guerra Mundial si la confrontación final no hubiera estado encabezada por las personalidades y temperamento de Hitler y Churchill? El uno con su fanatismo y resentimiento; el otro con su obstinación y audacia. Cada uno imprimió su huella digital en el rumbo de los acontecimientos, en lo bueno y en lo malo. Otro habría sido el cuento si Hitler hubiera muerto en una trinchera en la Primera Guerra Mundial y Churchill no hubiera sobrevivido en 1931 al atropello de un vehículo en la Quinta Avenida. 

Los avatares de un país son no solo el fruto del devenir de ideas: intervienen también el azar y el temperamento de los dirigentes. Los hechos históricos van ligados estrechamente a sus biografías y sicologías, al arreglo o desarreglo de sus emociones, al perfil de sus instintos y pulsiones. Sin el odio de Uribe hacia Santos el país sería diferente… y seguramente mejor.

Los líderes de los gobiernos irrigan en sus administraciones un conjunto de actitudes, emociones y formas de adelantar su gestión. El ritmo, la honestidad, la conexión con la ciudadanía, la humildad o la arrogancia, el compromiso o la negligencia, la libertad o el autoritarismo, el pantallerismo o la discreción, el respeto por los contradictores.

Igual acontece en las organizaciones empresariales. El cambio de presidente de una compañía transforma su cultura, los modales de sus empleados, la manera de relacionarse con sus clientes, sin que necesariamente haya modificado su misión de obtener rentabilidad y crecimiento. Hasta puede llevarse por los cuernos la reputación de la empresa y hacer invivible el lugar de trabajo para sus empleados. Apple no fue la misma cuando pasó de las manos del insoportable y genial Steve Jobs a las del sereno y pragmático Tom Cook. 

Las formas y el tonito de la figura política importan tanto como el contenido de su programa.

Por eso conviene examinar las actuaciones y declaraciones de Petro. Como congresista, aplicado y crítico; como tuitero, deslenguado e irresponsable; como alcalde, regular y encandilado por el poder; como jefe, machista y mandón en su movimiento; como líder, catalizador de la indignación popular. Puede mimetizarse en un programa inspirador y democrático, pero es dable sospechar de la manera como lo aplicaría. De su tono. 

Sabemos de sus dificultades para gestionar el desacuerdo, convivir con la independencia de sus colaboradores (algunos de los mejores terminan por abandonarlo), de la belicosidad para imponer sus visiones. Hemos sido testigos de sus falencias para crear consensos y convocar voluntades en una sociedad diversa en lo social y en lo económico; nos consta su habilidad para discursear y su incapacidad para ejecutar (como el presidente Duque; no es casual el prestigio de ambos como congresistas, un oficio donde se valora la incontinencia verbal). Convencido de que es un iluminado intérprete del pueblo, suele sentar cátedra sobre «soluciones finales» para todos los problemas del país. Su engreimiento e ímpetu mesiánico solo son comparables con los de su más enconado contrincante, el expresidente Uribe. Inclusive los emparenta su moralismo. El uno se siente vocero exclusivo de quienes aman la vida; el otro, de los que aman la patria.

No es suficiente, pues, con proponer una plataforma política con reformas  seductoras (laboral, pensional, política, tributaria, agraria, educativa, energética, de la justicia). Igualmente crucial es quién estará a cargo de implementarlas. Y en este caso es difícil fiarse del talento y el talante de Petro para ejecutarlas sin dejar un reguero de fracturas, resentimientos, chapucerías. Tal vez, entregaría un país  peor.

Del Centro Democrático asustan tanto su todopoderoso líder como su proyecto político. De Colombia Humana, algunos tememos más a Petro que a su programa. 

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