Argentina es una enferma grave, 

que ni se cura ni se muere,

 y que le cuesta un dineral a la familia.

EZEQUIEL MARTINEZ ESTRADA,

Escritor argentino (1895-196

 

Es más sencillo juzgar que tratar de comprender. Pero hagamos el intento con el sorpresivo triunfo del ultraliberal Javier Milei en las recientes elecciones primarias de Argentina, que aumenta seriamente sus probabilidades de llegar a la presidencia. Este acontecimiento  —que todos coinciden en llamar «el terremoto que nadie vio venir»— puede servir de escarmiento en Colombia.

Milei es un tipo ilustrado y estrambótico, cuyo programa tiene el inmodesto título «La única solución». Comprende ideas tales como: dolarización de la economía y cierre del Banco Central; reducción de impuestos; desmonte del asistencialismo social; prohibición del aborto; rechazo a los ambientalistas y sus discursos apocalípticos; guerra a la casta política por corrupta; desarrollo de un plan motosierra para reducir el tamaño del Estado (eliminando ministerios adoctrinadores y cunas de malversación de dineros públicos como los de Salud, Educación, Desarrollo, Ciencia); libertad total de mercados para que triunfen los que ofrezcan un mejor producto a mejor precio. Y dos perlas envenenadas: desregular los mercados de armas y órganos. El nombre de su partido: «La Libertad Avanza». Y advierte que si el Congreso no aprueba sus reformas lo hará a través de plebiscitos y consultas populares; o sea, acudirá a la calle y al balcón.

Uno podría preguntarse cómo es posible que semejante menú de ideas haya recibido el apoyo de una tercera parte de los votantes, infligiendo una humillante derrota al histórico binomio conformado por el kirchnerismo y el antikirchnerismo. 

Miremos datos. Argentina lleva dos décadas sin crecimiento económico; con una inflación del 115% y con tendencia a empeorar (los precios cambian varias veces durante el transcurso del día); una pobreza cercana al 40 %; un gasto social que sobrepasa el 40 % del PIB; una deuda externa impagable y casi sin reservas internacionales. Su crisis social, política y económica no es coyuntural, es crónica. Esto sucede en un país que hasta hace poco más de cien años estaba considerado entre los cinco más ricos del mundo. Por todo ello se habla del «voto-bronca» por Milei. El hartazgo de muchos ciudadanos con la situación ha encontrado en este candidato perfomático y transgresor un desfogue para su rabia. Este apoyo electoral es una especie de «quema simbólica de llantas en la autopista»; un estallido social. Lo que no significa que necesariamente comparten todo su ideario. Sin embargo, parece que prefieren dar un salto al vacío que continuar así. Sueñan con una Argentina distinta.

Pero además de encarnar la frustración y el repudio de esta mayoría silenciosa, Milei ha hecho una lectura afortunada de algunas razones que hay detrás. 

Ha identificado un responsable del desmadre, en el que todos parecen estar de acuerdo: la casta política, que aquí denominamos clase política. Porque no tiene un proyecto esperanzador de país en su mente; solo busca su enriquecimiento y el mantenimiento del poder, mientras la inseguridad, el empobrecimiento y el desastre total avanzan sin freno. 

El segundo elemento, que está perfectamente articulado con el primero, es el descontrol del gasto público en forma de ayudas monetarias, subsidios de todo tipo, gratuidad de cuanto servicio se pueda, creando una figura monstruosa de asistencialismo social clientelista. El que fuera un ejemplar Estado de Bienestar en América Latina al estilo europeo, se convirtió en un hiper Estado atrofiado, sin capacidades de ejecución, y ahora es un agente reproductor de la cultura de la pobreza y la victimización. (Que por lo demás ha dado luz a un singular resentimiento de los sectores medios contra los pobres que reciben ayudas). En vez de empleos, los sucesivos gobiernos peronistas optaron por la ayuda monetaria y el sobreempleo público; a cambio de estimular el esfuerzo y la disciplina, consolidaron un poderoso corporativismo a través de sindicatos, gremios y asociaciones simpatizantes, que puede interpretarse como una distorsión del poder popular, para gestionar beneficios del gobierno. El Estado te salva, parece ser la consigna. (Hace poco se publicó un estudio que revelaba que Argentina pasó de ser el país con mayor proporción de personas con posgrados de Latinoamérica a ser hoy el de menor. Quizás la gente perdió la esperanza en un mejor porvenir). Y la casta política, apoltronada en el aparato estatal, es la que gestiona este abultado gasto público. Pareciera que entre más pobres mejor para ella.

Y el tercer elemento es el marchitamiento del tejido productor de servicios y artículos. Hay un total desestímulo a la iniciativa empresarial bien sea por la vía del exceso de impuestos, o por simple ideología política. Para hacer las cosas está el Estado. 

De esta forma se cierra un círculo infernal: como no hay a quien cobrar suficientes impuestos, ni quien genere empleos y traiga divisas para sostener el copioso gasto público se acude a una acción demencial: la emisión masiva de dinero por parte del Banco Central, que es dependiente del Ejecutivo. Y ese abundante dinero en la calle sin productos para comprar es el caldo de cultivo de la hiperinflación, la semilla de la pobreza. De ahí la intención inverosímil de Milei de cerrar el Banco Central y desechar la justicia social por considerarla una aberración. 

Casta política enquistada, gasto público desfinanciado, deplorable Estado interventor y hostilidad hacia los empresarios. Este es el fallido modelo argentino. El fenómeno Milei —el remedio que posiblemente sea peor que la enfermedad— no es un huérfano ni una criatura extraterrestre. Ha sido mancomunadamente incubado por años entre una clase política mediocre y cerrada a las reformas, y una izquierda populista. 

Como cualquier terremoto, éste puede tener réplicas en otras zonas geográficas. Pensar en todo esto desde Colombia puede ser útil.

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