Si cree usted que la educación es cara, 

pruebe con la ignorancia

DEREK CURTIS BOK

 Presidente Universidad de Harvard (1971-1991)

La educación cumple muchos propósitos. Enumerarlos es correr el riesgo de omitir alguno fundamental. Pero hay uno que, creo, está fuera de discusión. La educación debe promover la movilidad social. Que no es otra cosa que el desarrollo de las competencias de la gente para obtener y desempeñar un trabajo a la altura de su potencial y de sus gustos, por el cual pueda recibir ingresos suficientes para mejorar su situación material y cultural. En palabras más simples: que los hijos de los pobres no estén condenados a la pobreza.

En este sentido es que son desalentadores los más recientes resultados de las pruebas Pisa que elabora la OCDE (Organización para la cooperación y el desarrollo económico). Colombia ocupa el último lugar en pensamiento creativo, que define como «…la capacidad para participar en la generación, evaluación y mejora de las ideas»; que en últimas examina «…qué tan bien están preparando los sistemas educativos a los estudiantes para pensar de manera innovadora en diferentes contextos de tareas». Nada menos y nada más: una de las destrezas clave del progreso de un país y de las personas.

Ante tal resultado, el Jefe de Estado emitió una respuesta que lo deja a uno perplejo. Que la culpa es de los expresidentes Pastrana (1998-2002) y Uribe (2002-2010). (Esta reacción primaria evoca de inmediato aquella vieja historia de «la culpa es de la vaca», como explicación de las dificultades para promover las exportaciones de manufacturas de cuero). Si Colombia fuera una empresa y Petro su gerente, es probable que ya lo hubieran llamado a rendir cuentas. Le dirían que fue contratado para solucionar el problema, no para buscar responsables en la historia de la empresa. Es fácil conjeturar, pues, que no tiene en mente un plan para hacerse cargo del asunto. 

El hundimiento de la reforma educativa parece confirmar que el interés no era llevar un poco de alivio a esta problemática. El asunto no está en las prioridades del gobierno. Estaba a punto de ser aprobada porque contaba con un acuerdo político que así lo hacía pensar. Sin embargo, Fecode convocó un paro exigiendo el retiro de la reforma. Como se sabe, es un poderoso sindicato de profesores, que ha sido una efectiva organización para mejorar el nivel de vida y las condiciones de trabajo de sus asociados, y simultáneamente, a juicio de muchos, uno de los factores regresivos del sistema educativo público. Son tres los motivos de la movilización sindical: rechazo al reconocimiento del rol de la educación privada, cuestionamiento al fortalecimiento de la educación terciaria (educación para el trabajo y el desarrollo humano; como si la educación formal fuera suficiente) y resistencia a la evaluación de los docentes en concordancia con los resultados de los alumnos en las pruebas académicas. 

Después de ver este panorama no tiene sentido sorprendernos por la baja generación de valor agregado del trabajador colombiano, y por ende, de su baja remuneración. La economía y la educación están estrechamente relacionadas. Curiosamente el presidente ha impelido a los empresarios a que no extraigan sus ganancias de los bajos salarios sino de la alta productividad. Pero está difícil aceptarle el reto. Una parte de la fuerza laboral escasamente lee y entiende lo que lee, y a duras penas resuelve problemas de aritmética elemental. Solo pueden ejecutar tareas simples y alcanzar un rendimiento mediano.

A este paso, el país continuará dependiendo de la exportación de recursos naturales; y en el futuro, parece, del turismo. Lejos estamos de pensar en producir servicios y artículos con valor agregado sofisticado, fruto de la aplicación del conocimiento y las nuevas tecnologías. Simplemente porque el sistema educativo, sobre todo el público, no desarrolla a plenitud y de acuerdo con las exigencias del mundo moderno, las facultades de los niños y jóvenes. Tan apremiante es el problema que las empresas no logran cubrir sus vacantes por falta de disponibilidad de talento calificado. Entre otras razones porque se considera, en el universo ideológico en el Poder y en Fecode, que la educación para el trabajo es una concesión a los empresarios. 

Estamos, entonces, en un remolino fatal para el futuro de las generaciones. Mala educación, bajo nivel de desarrollo de competencias, malos empleos, mínima remuneración, poco progreso. Olvidémonos de la movilidad social. Descartemos por ahora la consolidación de una cultura meritocrática. Aquella que premia el esfuerzo, el talento y la disciplina. Hay unos pocos jóvenes con acceso a una educación privada de alto nivel que los prepara para los mejores trabajos en Colombia o en el exterior, y muchos otros casi predestinados para la informalidad laboral gracias a la educación pública. De configurarse la igualdad de oportunidades en nuestro país, no todos partirían del mismo sitio. Profundizaría la desigualdad.

Conmueve constatar que el mundo no se detiene. Las zonas más prósperas están pasando de etapas donde se impuso la meritocracia a otras donde se está instalando a velocidades siderales la hipermeritocracia. Lo que de alguna forma explica esa prosperidad. En ese universo los mercados laborales se están dividiendo entre las personas que logran trabajar con máquinas inteligentes y las que no. Entre aquellas cuyos conocimientos se están complementado con los de estos aparatos y otras que están peleando contra ellos. A este fenómeno lo denominan polarización laboral. En concordancia con estas tendencias, las nuevas generaciones se preparan en áreas tales como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas; no tanto en derecho y administración, como acontece aquí. Si alguien es de las primeras categorías lo esperan mejores condiciones en sus ingresos y en el mundo laboral. Si pertenece a las segundas, es urgente que haga algo al respecto.

En nuestro medio, en tanto, amplios sectores de la población joven no pueden leer de corrido un texto y menos comprenderlo. Eso significa para ellos que los niveles de ingresos y de posiciones en el mundo del trabajo que les esperan no son muy halagüeñas. Pareciera señalados para los trabajos de baja productividad, poco exigentes en conocimientos, y con escasas posibilidades de adquisición de nuevas habilidades. En otras palabras, sus esperanzas de lograr un ascenso social a partir de la educación chocan contra un muro impenetrable. Ese es el costo de una mala formación. 

Meterle el diente a esta calamidad social y económica debería ser una misión público-privada.

Para seguir la pista

  • Se acabó la clase media. Cómo prosperar en un mundo digital. Tyler Cowen. 2014. Antonio Bosch editor.
  • La tiranía del mérito. Qué ha sido del bien común. Michael J Sandel. 2021. Debate.
  • La tiranía de la mediocridad. Por qué debemos salvar el mérito. Sophie Coignard. 2024. Deusto.
  • La culpa es de la vaca. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1233520
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