Muchos, en estos años de la Presidencia de Gustavo Petro, nos hemos preguntado, a qué le juega finalmente el Presidente. Y la verdad sea dicha, no se tiene, no tengo, una respuesta clara al respecto. Su discurso, sus planteamientos, aun en los ya establecidos consejos de ministros televisados, son generales, muchas veces elocuentes y terriblemente desordenados. Y acaba uno
haciéndose la misma pregunta, qué es lo que Gustavo Petro quiere. Situación que, sin dobleces, creo que explica la confusión, la falta de rumbo de su gobierno. Recuerdo que el personaje ha repetido reiteradamente, que no le gusta ser Presidente y en ese punto, evidentemente tiene razón. Es claro, que lo que sí le gusta es el poder, pero no el del ejecutor, sino el del profeta, una categoría superior a la de simple revolucionario.
Una primera conclusión de esta observación, es que el personaje se sitúa a sí mismo, en un plano sideral, cósmico, desde donde pretende abordar el fenómeno de la Vida en sí, más allá de las coyunturas, limitaciones y condiciones históricas, en una perspectiva mundial y en el límite cósmica, que supera los límites del tiempo y del espacio, en que se desenvuelve la cotidianidad de
la vida humana, que quedaría reducida a “leve brisna al viento y al azar”, como dijo el gran Barba Jacob.
A Gustavo Petro lo que le interesa, lo que lo mueve, es ser un nuevo mesías con su prédica de salvador de la Vida en el planeta, que hace desde el Monte Sinaí contemporáneo, un balcón de la Alcaldía o los escaños del Capitolio o Monserrate; su llamado no se dirige a nadie en especial sino a sus congéneres humanos, a sus compatriotas. Es un discurso cataclísmico, de fin del mundo, más
específicamente, de la vida humana. Señala como el gran causante de la amenaza a la continuidad de la vida, no solo la humana, a la contaminación del aire que respiramos, envenenado con los gases de efecto invernadero, producto de la demanda inagotable y creciente de energía, a partir de la combustión del petróleo y sus derivados.
En este punto, el llamado de Petro no es original; hoy es un clamor universal. Su diferencia está en las soluciones que propone y en su aplicación. Plantea una transición mágica a formas de generación de energía, limpias y no contaminantes, como quien mueve un suiche. Algo imposible en Colombia y en el mundo, pues es un proceso gradual. Inclusive, Colombia tiene un porcentaje
significativo de su energía generada de manera hidráulica. Con una simple orden presidencial, no se pueden apagar las térmicas y, aun asumiendo que se hiciera, representamos tan poco en la generación térmica mundial, que la aguja de la contaminación total, escasamente se movería.
La atención de Colombia debe centrarse en continuar la transición a energía limpias, cuyos resultados nos posicionan bien en el ranking mundial, en vez de andar, como el Presidente, buscando apagar las térmicas, de golpe. Se necesita acelerar la construcción de alternativas, con nuevos proyectos hidroeléctricos y eólicos. Todo lo demás distrae la atención, con el único resultado de no acelerar nuestra exitosa transformación. En esto, los fantasmas que rondan la cabeza presidencial, no facilitan que se haga lo que el mundo, el país y creo que aún el señor Presidente, reclaman.