“Y nuestra época es la propia de la crítica, a la cual todo ha de someterse. En vano pretenden escapar de ella la religión por santa y la legislación por majestuosa, que excitarán entonces motivadas sospechas y no podrán exigir el sincero respeto que solo concede la razón a lo que puede afrontar su examen público y libre”.
Immanuel Kant.
El llamado a ejercitar, promover y potenciar el pensamiento crítico es permanente desde hace bastante tiempo. Se exige la inclusión del pensamiento crítico en la enseñanza y la pedagogía, se alude a su necesidad en los programas académicos de la escuela, el bachillerato y la universidad. Igualmente, en el espacio social y político, se alaban sus virtudes para la creación de ciudadanos críticos, que participen en la vida de la comunidad, que voten y que cualifiquen el debate público por medio de la palabra y de los argumentos.
Pero ¿qué es el pensamiento crítico? ¿Qué significa pensar? ¿Qué implica el adjetivo crítico? En suma, ¿qué significa pensar críticamente? Estas son las preguntas interesantes. Veamos algunas de las formas como se han entendido estos problemas.
Si se habla de un “pensamiento” acompañado con el adjetivo crítico, de entrada, debemos sospechar que no se trata de un pensamiento cualquiera, de un pensamiento ordinario, cotidiano. Pensamos, más bien, que se trata de un pensamiento diferente y distinto al habitual; un pensamiento cualificado. Esto quiere decir, que este pensamiento debe tener algo especial que se aparta de la manera como habitualmente pensamos en la vida diaria o en el llamado “mundo de la vida” dado, que nos constituye[1]. En efecto, en la vida diaria asumimos como normal muchas cosas: a) consumimos alimentos, productos o mercancías, por ejemplo, compramos ropa porque queremos estar a la moda o vernos bien; b) votamos para las elecciones porque consideramos que participar en la vida política es importante, o c) creemos que la democracia es una institución que debemos defender. Sin embargo, cuando empezamos a pensar con más cuidado o atención los tres puntos anteriores; cuando nos tomamos en serio lo que estamos diciendo o haciendo, nos percatamos (nos damos cuenta) de que hay aspectos problemáticos en esas acciones (lo que hacemos) o en esas creencias (lo que damos por sentado normalmente). Veamos.
Consumir alimentos es necesario para la vida, para perpetuar nuestro cuerpo, la especie y para la reproducción del todo social o la sociedad misma. Sin embargo, una cosa es consumir para mantener la vida y otra muy diferente es comprar compulsivamente una gran cantidad de productos o mercancías para vernos bien. ¿Qué sentido tiene comprar 50 pares de zapatos si voy a usar cinco o seis? ¿Qué sentido tiene, como hacen muchas personas ricas o con dinero, comprar 10 autos? El consumo de cosas en cantidades innecesarias daña la naturaleza porque implica usar más recursos. Consumir en exceso desgasta la materia viva disponible, es un desgaste material del mundo que daña el planeta, contamina el agua y los ecosistemas vivos. Entonces, si pensamos con atención en el consumo en la época que vivimos, llegamos a la conclusión de que consumir es necesario para la vida, pero, a la vez, de que, si lo hacemos irracionalmente, en exceso, solo por lujo o placer, matamos la vida. Entonces, ahí aparece una contradicción, un problema que tenemos que solucionar, pues es necesario seguir consumiendo para poder vivir, pero necesitamos cambiar nuestros hábitos de consumo, nuestras formas de relacionarnos con el lujo, repensar cuestiones como la relación entre el estatus social, el reconocimiento, la presentación social del sí mismo y la subjetividad[2]; necesitamos cuestionar el consumismo del capitalismo velocífero porque este destruye el planeta y, al final, pereceremos por nuestros propios hábitos.
Si pensamos detenidamente los otros dos aspectos mencionados, la política y la democracia, encontraremos también muchos problemas y contradicciones. Por ejemplo, votamos porque tenemos una visión de sociedad que deseamos (más libre, con bienestar social, etc.). Por eso participamos en las elecciones. Sin embargo, cuando elegimos, las personas o los gobiernos que son seleccionados gobiernan para sus intereses personales y no para los intereses de todos los ciudadanos. Se enriquecen ellos con el dinero público, el dinero de todos los ciudadanos que pagan impuestos. En ese caso, nuestra participación no cuenta, no tiene sentido, no tiene efectos y no ha logrado sus objetivos. Y cuando un ciudadano se percata de que su voto no ha servido se decepciona de la política. Pierde interés en la democracia, las elecciones, el bien colectivo, porque sabe que no puede hacer nada. Entonces, el ciudadano pasó de creer en la política a decepcionarse y ser indiferente o apático frente a la política. Llegamos a la conclusión de que es necesario reformatear, cambiar o crear una política nueva, diferente.
Estos ejemplos nos permiten entender mejor la naturaleza (lo que es) y la importancia del pensamiento crítico. En primer lugar, implica pensar, es decir, ejercer una acción intelectual o “reflexiva” sobre un tema, un problema, o lo que se puede llamar un “objeto de estudio”, o de “investigación”. En efecto, pensar es tomar un asunto, un problema, como el consumismo o la política, acercarse a ellos, como objeto de reflexión, y abordarlos para ver lo que nos dicen, pero también para descubrir lo que no está dicho. Es acercarse al problema para ver lo evidente, pero también para darnos cuenta de aquello que no lo es. Para muchas personas consumir, salir de compras, es algo no problemático; defender la democracia es algo de sentido común, que todos aceptan, sin embargo, cuando empiezan a pensar en serio en el consumismo o en la democracia, van a encontrar contradicciones o aspectos problemáticos.
En segundo lugar, el pensamiento crítico implica una actitud permanente, una forma de ser. Es una actitud de sospecha, de desconfianza, de duda, de escepticismo, frente a lo que es habitual. Es dudar de lo que normalmente se acepta sin cuestionamiento. El pensamiento crítico consiste en cuestionar el sentido común de la gente, es dudar de las creencias compartidas de las personas en el “mundo de la vida” dado, irreflexivo, y así derribar muchas ideas sin sentido o nocivas. Decía Kant: “deber es de la filosofía el disipar los engaños producidos por la mala inteligencia, aunque para ello sea menester destruir las más queridas y encantadoras ilusiones”[3]. Por ejemplo, en el cristianismo se piensa que hay un Dios que creó el mundo con todo lo que existe, sin embargo, alguien puede preguntar, ¿Y si el mundo ha existido siempre y si, más bien, fueron los seres humanos los que crearon la idea de Dios? En este caso, el cristiano que afirma que Dios creó el mundo tendrá que pensar en el eternismo que defendían los griegos y responder a la pregunta de una manera justificada, dando razones, dando argumentos, ofreciendo una explicación convincente.
En tercer lugar, podemos decir que la crítica es problematización de las cosas, del conocimiento dado, recibido, de las maneras osificadas como comprendemos el mundo. Aquí problematizar implica un pensamiento perspectivistico que me permita “voltear”, “girar”, los problemas, explorar otras posibles aristas; problematizar es determinar y cuestionar las mismas condiciones de posibilidad de la existencia del conocimiento, de la cosa, del asunto. Esta exploración, esta problematización es un “aprender a ver” distinto, por ello exige la activación de la imaginación para poder escapar a las lecturas habituales, habituadas, a los puntos comunes. Solo así es posible escapar a las ideas fijas, esas que operan como cárceles de larga duración para el entendimiento. Esto quiere decir que todo, en principio, puede ser problematizado. Nada puede escapar, como decía Kant, y como antes de él Francis Bacon, al “libre examen”[4] de la razón, un examen que debe ser, a su vez, público.
Los anteriores sentidos de crítica, son los que encontramos en las obras de Kant, Marx, Nietzsche, la Escuela de Frankfurt. Es una tradición europea muy conocida a la cual debemos sumar la deconstrucción de Derrida y la genealogía de Foucault. Sin embargo, hay que agregar a esas expresiones otras formas de la crítica surgidas en otras partes, en la periferia, donde son importantes nombres como Enrique Dussel, Achille Mbembe, Silvia Rivera, Rita Segato o los distintos movimientos sociales, colectivos y comunidades.
La crítica no es algo que pertenezca de manera exclusiva a lo que la filósofa colombiana Laura Quintana llama “espíritus letrados” en su libro Política de los cuerpos (Herder, 2020). Pensarlo así sería una especie de arribismo intelectual donde los críticos reclaman un “privilegio epistémico” sobre otros sujetos sociales. Por lo demás, tales sujetos no son externos a las fuerzas y configuraciones que los componen, también están dentro de lo criticado, pero eso no anula su capacidad de cuestionar ese mundo, más bien, y justo porque están dentro de él, lo pueden interpelar con conocimiento y con propiedad. La crítica siempre se hace desde “adentro”, pues no existe la figura del crítico como un sujeto externo que está “afuera”, en un “punto cero”, del mundo al cual cuestiona. Estamos configurados y somos producto de la gramática material del mundo en el que habitamos. El crítico, por supuesto, también lo está.
Ahora, si la crítica no es patrimonio de “la ciudad letrada” y sus sabios, debemos pensar que cualquier sujeto si atiende a sus historicidad radical, la de su comunidad, su entorno, su vida misma, puede cuestionar críticamente el mundo y los efectos que este produce sobre él. Lo vemos todos los días: lo hacen campesinos, indígenas, afros, movimientos sociales y distintos colectivos. Desde sus saberes diversos, sus experiencias de vida, sus legados y cosmovisiones, etc., se enfrentan a formas dominantes y hegemónicas de comprender la realidad, cuestionan el sistema económico, las jerarquías sociales, los ordenes políticos, la cultura hegemónica que los oprime. Esos movimientos y sujetos se percatan de la crisis múltiples de la civilización y, a la vez, ofrecen alternativas a las mismas. Esto indica que una mejor comprensión de la crítica exige des-elitizarla y atender a los saberes populares, ancestrales, pues muchas veces hay más conocimiento útil, pertinente, en el pueblo que en las academias. Lo sabía Fals Borda, lo sabía ya Gramsci a comienzos del siglo XX.
Avatares de la crítica hoy
Desde el siglo XVIII en Europa la crítica se impuso como un valor, como algo importante para las sociedades. La crítica implicó pensar por sí mismo, sin estar obligado por otro, en desconfiar de la autoridad de la política, de la iglesia o de la tradición. La crítica, como la planteó Kant, exige la autonomía de la razón, es decir, exige que la persona pueda pensar sin la coacción, sin ser obligado por alguien más. Por eso, desde este punto de vista, la autonomía y la libertad de pensamiento requieren personas que puedan pensar sin estar sometidos a poderes externos que nos impongan maneras de ver el mundo, o de entender las cosas. Un esclavo, por ejemplo, al estar sometido al amo, no puede pensar libremente y, por lo mismo, no puede ejercer la crítica, al menos de manera pública.
El ejemplo del esclavo permite, a su vez, cuestionar el mito de la autonomía total o de la transparencia absoluta del sujeto, del individuo, pues este siempre está inmerso en relaciones históricas que lo condicionan. Desde este punto de vista, el crítico no tiene una libertad absoluta, sino una autonomía “relativa” que le permite cuestionar su mundo o actuar en él. Así, la libertad relativa del sujeto al interior de la sociedad no impide la crítica, pero permite problematizar la posición kantiana de un sujeto límpido y autónomo que fundamenta y legisla con pretensiones de universalidad.
En los sistemas políticos (Estados con dictaduras, totalitarismos) donde no se pueden criticar las medidas del gobierno, no se puede ejercer la crítica. Actualmente en Estados Unidos no se puede hablar en algunas escuelas de racismo o de bisexuales, transexuales o de crisis climática, etc., porque el gobierno ataca a esas escuelas y no les da financiación. Es decir, en Estados Unidos la crítica y la posibilidad de pensar libremente están en peligro.
Dice la pensadora Gloria Jean Watkins, más conocida como “bell hooks”:
“A lo largo de la historia de la educación en Estados Unidos, tanto en el sistema escolar público como en la enseñanza superior, las políticas patriarcales, imperialistas, capitalistas y supremacistas blancas han moldeado las comunidades educativas y han influido en la forma en las que se presentaba el conocimiento”[5].
Por esa razón, se enseñaba que el pueblo americano era superior o que las mujeres negras (también las blancas) no podían ser “grandes escritoras”, o que la literatura escrita por los negros no era “gran literatura”. Esta cita de Watkins permite también concluir que la educación en general nunca es “neutra”, que no solo se enseña contenidos y temas, sino que estos tienen alguna carga ideológica, ya sea crear “buenos” ciudadanos (lo cual es un fin político), ya sea defender la vida comunista, o reproducir la idea de que el capitalismo y el libre mercado es la mejor forma de vivir nunca vista antes. La educación siempre es política, comporta siempre fines ideológicos, lo cual nos permite comprender, también, que la crítica es peligrosa para el poder, por eso este siempre trata de socavarla, de destriparla. Ya decía Herbert Marcuse: “el ataque al pensamiento crítico e independiente forma parte del control totalitario”[6].
Cuando hablamos de pensamiento crítico nos referimos a una forma de pensar con seriedad, con atención, con detalle; aludimos a un reflexionar que desconfía y cuestiona las cosas, los problemas, la información, los datos, las estadísticas, la inteligencia artificial, los enunciados problemáticos y, que más allá de ello, nos permite cuestionar las creencias generalizadas, el conformismo paralizante, “el pensamiento único homologado” (con su respectivo sentir homologado) que sustentan nuestro mundo[7]. Pero la crítica también se expresa de otras formas, en prácticas artísticas, corporales, comunitarias, en expresiones de protesta y de rebeldía, realizadas por sujetos populares y movimientos diversos.
La crítica aborda creencias, imaginarios, cosmovisiones, formas de estar, de ser y de actuar en el mundo, las piensa, distingue, discierne, las estima y evalúa; la crítica muestra, ilumina, visibiliza (hace visible), aspectos escondidos o sepultados bajo las configuraciones históricas sedimentadas de la realidad y sus problemas; la crítica también es sospecha, se basa en la duda, en el escepticismo; descree de los dogmas, de las ideas definitivas, desconfía.
La crítica, pues, es el mejor antídoto contra el absolutismo y el dogmatismo; es necesaria para pensar mejor, para hacernos preguntas y plantear problemas inéditos, para pensar por «fuera de los límites y de los marcos de sentido establecidos» y para «descolonizar la mente». La crítica es necesaria para cuestionar el poder político, la normalidad patológica[8] que nos envuelve, los medios de comunicación y la información que nos ofrecen. De esta manera, también, podemos acuciar la imaginación para mejorar el mundo en el que vivimos, pues como dice bell hooks “lo que no podemos imaginar no puede llegar a ser”.
[1] Husserl, Edmund. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Buenos Aires, Prometeo, 2008, p. 94.
[2] Baudrillard, Jean. La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras. Bogotá: Siglo XXI editores, 2018.
[3] Kant, Immanuel. Crítica de la razón pura. Volumen I. Barcelona, Ediciones Orbis, 1985, pp. 82-83.
[4] Bacon, Francis. El avance del saber. Madrid, Alianza editorial, 1988, p. 46.
[5] bell hooks, Enseñar pensamiento crítico. Barcelona, Rayo verde editorial, 2023, p. 45.
[6] Marcuse, Herbert. Razón y revolución. Madrid, Alianza Editorial, 2017, p. 492
[7] Fusaro, Diego. Pensar diferente. Filosofía del disenso. Madrid, Trotta, 2022, p. 35.
[8] Fromm, Erich. La patología de la normalidad. Bogotá, Paidós, 2024.