Detesto que la política actual me obligue —comunicativamente hablando— a girar en su órbita constante. Que me tenga hablando única y exclusivamente de ciertos asuntos apremiantes, sin poder avanzar en otros debates que también forman parte de las luchas políticas, culturales y éticas que me atraviesan. Hay otros mundos que merecen ser pensados, otros horizontes…
Tenía un deseo ferviente de escribir una columna sobre los dos últimos episodios de La Tercera Vuelta que escuché con atención estos días, y también quería compartirles algunas reflexiones sobre el libro El arte de no enloquecer, que viene tocando fibras profundas en mi mirada comunicativa. Quería darme ese espacio, permitir que la Educomunicación también fuera filosofía, pausa, introspección. No lo conseguí. Apareció este tema urgente, y tuve que priorizarlo.
Detesto que la política actual me obligue —comunicativamente hablando— a girar en su órbita constante. Que me tenga hablando única y exclusivamente de ciertos asuntos apremiantes, sin poder avanzar en otros debates que también forman parte de las luchas políticas, culturales y éticas que me atraviesan. Hay otros mundos que merecen ser pensados, otros horizontes que también reclaman reflexión. Y sin embargo, aquí estoy, respondiendo otra alerta: el retroceso en el derecho a morir dignamente.
Un derecho ganado en riesgo
Alejandro Gaviria, como ministro de Salud, fue quien reglamentó el procedimiento de eutanasia en Colombia en 2015, dando cumplimiento a los fallos de la Corte Constitucional. Respaldó los activismos y las voces que clamaban por este derecho, reconociendo que morir dignamente hace parte de la vida. Colombia, gracias a esa gestión, se convirtió en el único país de América Latina con un protocolo legal para acceder a la eutanasia.
Hoy enfrentamos un riesgo evidente: el Ministerio de Salud publicó el 20 de junio de 2025 un proyecto de resolución que pretende unificar las normas sobre eutanasia, cuidados paliativos y adecuación del esfuerzo terapéutico. Lo que parecería una actualización técnica representa, según múltiples organizaciones civiles y expertos en bioética, un retroceso grave en las garantías para quienes desean acceder legalmente a este derecho.
Impone trabas innecesarias, como exigir que se agoten todas las opciones médicas antes de acceder a la eutanasia.
Elimina la dimensión subjetiva del sufrimiento, obligando a que sea valorado clínicamente.
Desconoce la figura del consentimiento sustituto, esencial cuando el paciente no puede expresarse directamente.
Omite completamente el suicidio médicamente asistido, despenalizado por la Corte Constitucional en 2022.
Exige reiteración de la voluntad incluso en etapas terminales, dificultando el proceso justo cuando más se necesita humanidad.
La Fundación DMD calificó el proyecto como un “grave retroceso” en una carta dirigida al Ministerio de Salud, donde exige suspender la resolución y abrir un proceso participativo. DMD fue fundada en 1979 y es pionera en América Latina en la defensa del derecho a morir con dignidad. Ha asesorado jurídicamente y acompañado casos emblemáticos, como el de Martha Sepúlveda, quien ejerció su derecho legal a la eutanasia en 2022.
Nuestro cuerpo, nuestra elección
Si me preguntaran a mí, como ciudadana independiente —no como vocera de ninguna colectiva, sino desde una opinión íntima y personal— afirmo que lo justo sería avanzar incluso hacia la reglamentación del suicidio asistido. Esta práctica es distinta de la eutanasia, y ninguna religión, credo, ética externa ni siquiera el Estado debería tener el poder de decidir sobre nuestro derecho a acceder a la muerte digna en nuestros propios términos.
Nuestro cuerpo. Nuestra vida. Nuestra elección.
Es angustiante ver que esto ocurra bajo la administración actual, que, a pesar de sus promesas, ha mostrado una regresión en materia de derechos. Se requiere que las autoridades competentes se pronuncien con altura y demuestren la dignidad que se espera de quienes custodian los derechos en nombre del poder.
El Feminismo Artesanal y la dignidad
Desde el Feminismo Artesanal, cuidar no significa imponer. Honrar la vida implica también respetar su final. Morir con dignidad es un acto de soberanía profunda, de ética personal, de humanidad radical. Los derechos no se custodian con dogmas, se ejercen, se expanden.
“No estoy enferma de muerte, mi vida ya no es vida. No quiero seguir sufriendo. Quiero descansar.” — Martha Sepúlveda, entrevista enNoticias Caracol
Como ciudadanía, tenemos el deber de vigilar, resistir y exigir que ni la muerte ni el dolor sean administrados por agendas regresivas.
Morir dignamente es vivir en libertad. Y esa libertad no se toca.
Yo les agradezco a todos y todas mis lectores.
Ya saben que no solamente hablo como Educomunicadora, periodista y generadora de opinión, también lo hago como escribidora, en ese oficio imperfecto de juntar pensamiento y palabra desde la entraña.
Tal vez la próxima semana me anime a hablar de temas más filosóficos, que no tengan nada que ver con la política coyuntural. Espero poder compartirles esas reflexiones que me deambulan constantemente, sin tener que mencionar las polémicas diarias.
📚 Les recomiendo algunas fuentes para profundizar en la reflexión si lo desean:
Rivera Cusicanqui, S. (2010).Ch’ixinakax utxiwa: una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Tinta Limón, Buenos Aires, p. 125.
Periodista Para el desarrollo humano – Comunicadora para la vida y las resistencias. Edu comunicadora , Escribidora, disléxica , neuro divergente, Autista. madre. esposa ,Ama de casa . Ácrata
Quién propuso la iniciativa de Feminismo Artesanal – Expositora de opinión y este es un espacio de reflexiones desordenada con textos largos.
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