Psicoterapia y otras Posibilidades

Publicado el María Clara Ruiz

Palabras que acarician, Palabras que duelen

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Hace algunas semanas publiqué una entrada sobre la importancia del tacto en la salud. Me sorprendió la gran aceptación que tuvo y los comentarios que suscitó en los diferentes foros por parte de lectoras y lectores sensibilizados con el tema, tanto por razones profesionales como por sus propias experiencias personales.

 

Después de la alegría y el inmenso agradecimiento por la receptividad, el tema sigue vivo. Pero la cuestión que me ocupa hoy no es el tacto en sí mismo, sino el efecto de la palabra en las emociones e incluso en la misma piel que tiene una función, digamos de anfitriona, de nuestra relación con el mundo.

Esto se refleja en el lenguaje cotidiano, por ejemplo cuando decimos que al escuchar ciertas palabras, sonidos, músicas o incluso el silencio, se nos eriza la piel, se abren o se cierran nuestros poros, se siente frío o calor. Estas sensaciones provocan respuestas, ya sean de acercamiento o de rechazo, de relajación o de estrés, de seguridad o de miedo.

Porque las palabras y los sonidos también acarician, maltratan, aman, odian. Y todo esto va más allá de una simple conjugación de letras, de su implicación fonética o, incluso, del volumen. Por ejemplo, no basta con decir «amor» en tono de película romántica para dar por sentado que es una palabra-caricia. Puede serlo, puede no serlo. Tampoco hace falta hablar bajito para no agredir, ni hablar de viva voz para hacer daño.

El tono de la voz -que no el volumen, al menos no siempre-, el contexto en el que se dice la palabra, los gestos que la acompañan, son elementos que dan identidad a sus contenidos. Por esto, es una pena que no se de suficiente importancia a la complejidad del lenguaje no verbal. Si se le diera, nos ahorraríamos muchos dolores de cabeza, tanto en la vida íntima como en la convivencia social.

Si fuera así, nos cuidaríamos mucho más de lo que decimos y sobre todo de cómo lo decimos. Porque, a veces, las prisas de la vida cotidiana hacen que se desatiendan algunos pequeños detalles, que no por pequeños dejan de ser trascendentales. Nombrar a la persona amada, hablar al niño o a la niña, tratar a empleados, a amigos, a clientes o a personas que solicitan nuestros servicios, muchas veces parece un acto mecánico, algo que se puede hacer mientras se ve la televisión, se hace o se piensa en otra cosa.

Pero de poco sirve aprender, también de forma mecánica, las implicaciones del lenguaje no verbal. No somos máquinas que responden de manera uniforme a los estímulos. Desde mi punto de vista, poco puede ofrecer el manual que muestra «paso a paso», con dibujitos y todo, que si alguien mira a la derecha significa esto y si baja la cabeza significa lo otro, que si se pone un pie adelante es esto o que si se cruzan las piernas es lo demás. Cuando veo esto me sorprende cómo se  puede llegar a comercializar cualquier cosa, incluso lo que no tiene precio. Lo único que falta es una app que nos muestre con un click el contenido, el motivo, el significado y la media ponderada de las palabras y sus implicaciones en el cuerpo, el propio y el ajeno.

En realidad, las palabras acarician, dañan, activan, matan. Lo saben quienes han experimentado la violencia física o psicológica. Y también lo saben aquellos/as que conciben las relaciones afectivas en el terreno de la dependencia. Porque, en estos casos, ser -supuestamente- muy importante para alguien tiene más que ver con la opresión, el estancamiento y la amenaza.

Todos y todas hemos experimentado alguna vez el estremecimiento ante unas palabras dichas con la voz y con el cuerpo, llenas de significado y plenas de su contenido y también hemos podido sentir la vibración interna cuando las pronunciamos. Podemos diferenciar estas sensaciones de las que sentimos cuando las mismas palabras se pronuncian en el vacío de la mecánica, de la costumbre o de la conveniencia. La piel participa permanentemente del lenguaje, se ruboriza, se seca, se hidrata, se pone pálida, según el caso y las particularidades de cada quien.

Haz la prueba. Estate atento/a al menos por unos días, consciente de tu piel, de sus reacciones y de las informaciones que te da. No es algo que puedas controlar, ya que hace parte de tu Sistema Nervioso Vegetativo, es decir, el que funciona de manera autónoma. Pero sí puedes reconocer en sus respuestas lo que te hace sentir segura/o, lo que vives como peligro, lo que sucede en tu interior. No te apresures en obtener respuestas, no saques conclusiones. Déjate sentir, simplemente sentir …y observa.

Y no te preocupes por guardar la información. En tu cuerpo reside el mejor dispositivo para alojar la memoria, la del placer de tenerte, de entender tu mundo, de conocerte.

 

María Clara Ruiz

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