No hay manera de encarrilarlas. Se buscan a sí mismas tomando caminos diferentes. Adaptarse no está en sus planes y esto las convierte en las famosas ovejas negras.
“Estás mal”, se les dice a las ovejas negras. “Tómate la pastilla, a ver si te calmas”. “Estás loca”. “Vístete decentemente”. “Péinate». “Compórtate como se debe”.
Los diagnósticos populares se debaten entre la locura y la maldad. Las ovejas negras indignan, mueven suelos falsos, tocan fibras muy profundas. Desvelan, sin saberlo, los más oscuros secretos de las ovejas blancas.
Son temidas e incluso odiadas y con demasiada frecuencia se les intenta neutralizar. Formas hay para escoger… un par de bofetadas, el rechazo permanente, la marginación. Estas son las más populares pero no las únicas. También están las opciones de negarles sus derechos y de ponerles fuera del alcance la satisfacción de sus necesidades.
Pero también hay otras maneras más sofisticadas, como es la de inflarlas indiscriminadamente, ahora sí, a punta de medicamentos para la ansiedad, el TDAH o la depresión, como si estos fueran lejía para ovejas en vez de medicinas. Muy efectiva estrategia que consiste en construir un tupido velo blanco sobre la lana negra y, como por arte de magia, el paisaje se torna tan inmaculado que roza lo insoportable.
Algunas se quedan aletargadas, cargando el pesado y tupido velo por mucho tiempo… o toda la vida. Otras consiguen despojarse de lo que les sobra y con una rápida sacudida vuelven a obtener su color natural.
También sucede que algunas ovejas blancas se tornan negras con el tiempo, contagiadas tal vez por el bicho de la lectura, de un buen maestro o de un viaje inolvidable.
Sería bonito presenciar un arco iris de ovejas, donde el negro o el blanco no marcaran diferencias, más allá de las singularidades tan necesarias para una sana convivencia.
María Clara Ruiz