Psicoterapia y otras Posibilidades

Publicado el María Clara Ruiz

La Codependencia – Un «amor» que destruye

Sentir al otro… una de las experiencias más intensas. Una capacidad humana que nos acerca y nos permite acompañarnos. Se da en las parejas, en los amigos, en los colegas, entre padres-madres e hijos, entre alumno y maestro, en la relación terapéutica.

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Le llaman empatía y su base es la capacidad de amar. De amor se ha hablado mucho y de diversas formas, desde su versión más destructiva hasta lo que se considera saludable. Para situarnos en este tema, sugiero leer “El amor, lo que No es”, publicado en mi blog. Porque, a veces, confundimos amor con la dependencia, el miedo, la posesión o incluso el odio, es decir, con una variedad de sucedáneos que están bastante lejos de la empatía y que, más que parecerse, lo desfiguran hasta destruirlo.

Entre lo que NO es amor se encuentra la codependencia, que es una condición psicológica destructiva, haciendo que la vida de una persona gire alrededor de la de otra, olvidándose de sí misma y, por el contrario, dedicándose a protegerle, a salvarle, a facilitarle la existencia aunque esto sea imposible.

A primera vista todo parece ir bien. Una excelente persona tan entregada, una madre tan sacrificada, una pareja tan preocupada, un colega tan amable, un terapeuta tan comprometido. El primer aviso de peligro es que la persona codependiente suele olvidarse de sí misma para centrarse en los problemas del otro. No por casualidad encuentra frecuentemente relaciones con gente problemática, con necesidad de ser rescatada de alguna manera, creando rápidamente un lazo muy difícil de romper cuando llega el momento de hacerlo.

Como es lógico, cuando se ignoran las propias necesidades y se pone la vida en manos de otra persona, sea quien sea, cuando las cosas no salen como se espera la sensación es de frustración. Y ¿cómo se va a hacer sentir mal a una persona tan buena, que se desvive por ayudarnos? Ahí está la dinámica, muy compleja y muy perversa:


La persona codependiente se convierte en necesaria. Lo da todo, lo soluciona todo, lo entiende todo y… lo controla todo. Genera la necesidad de su presencia y así evita o, como mínimo, aplaza lo que más teme: el abandono.


La actitud, como se entenderá, es de inhibición de las emociones como la rabia, el miedo, la expresión de las necesidades. Cuando todo esto está en constante represión, el estado depresivo es frecuente por la imposibilidad de generar los cambios esperados en la otra persona. Es fácil, cuando se está afuera, pensar que esto no le va a pasar a uno. Pero el contexto puede ser condicionante y, por ejemplo, personas cercanas a drogodependientes, a alcohólicos, a enfermos o a otras personas vulnerables física, psicológica o socialmente, pueden desarrollar actitudes codependientes con facilidad, aunque la vulnerabilidad depende de varios factores que hay que analizar de manera individual.

Algunos autores hablan de factores de riesgo para un rasgo codependiente. Se habla de quienes han pertenecido a familias desestructuradas, han padecido pobreza o han tenido que ser adultos desde edades muy tempranas. Pero como en el mundo de las emociones los causa-efecto suelen darnos muchas sorpresas, hay quienes se encuentran en una situación de codependencia sin tener el historial antes descrito. Por eso es que, además de tomar en cuenta estos parámetros, hay que analizar, descubrir, ver a nivel individual dónde se origina esta necesidad indirecta de sentirse necesario. Aquí es donde se encuentra la oportunidad de conocerse y de animarse a cambiar, no al otro, sino a la propia condición de estrés y de sufrimiento permanente.

No es raro encontrar personas enfrascadas en relaciones destructivas, de las cuales no pueden escapar. La persona codependiente no suele darse cuenta de que lo es. En general, la forma de relacionarse con el otro está justificada y a primera vista parece bastante bien adaptada a la situación. Pero si lo vemos bien, la actitud codependiente facilita la dependencia en el otro y contribuye a la perpetuación de un ciclo de enfermedad.

Uno de los ejemplos clásicos es el de la adicción a sustancias químicas. Es común que al lado de un adicto a las drogas o al alcohol se encuentre una pareja, padre, madre, amigo/a o hermano/a codependiente, que ha adoptado como misión la recuperación del dependiente, su salvación, su rescate. Obviamente, en estos casos el apoyo del sistema es fundamental. Pero ayudar también conlleva una serie de condiciones que resultan indispensables para la salud, tanto del que ayuda como de quien es ayudado.

Pero la codependencia no se limita a quienes se encuentran cerca de adictos a las drogas. Como sabemos, cada vez más encontramos situaciones individuales y sociales que se convierten en perfectas carnadas para quienes poseen rasgos codependientes. Así como hay adictos a las drogas, hay personas que no consiguen nunca construir una vida estable, que no llegan nunca a definirse por un trabajo, que no consiguen realizar sus proyectos, que sufren permanentemente, que no llegan a saber lo que quieren, que no tienen las oportunidades de las que gozan otros.

No se trata de personas “buenas” o personas “malas”, pero no hace falta ser drogadicto o alcohólico para tener una vida difícil. Además, hay quienes, a pesar de aparentar condiciones de vida afortunadas, en su interior habita un gran vacío y expresan una constante necesidad de que se les salve de algo. Como si tuvieran un aroma especial, estas personas son tremendamente atractivas para quienes necesitan rescatar constantemente a los demás. Y así, todos los días, se forman parejas de amantes, de amigos, de colegas y se refuerzan relaciones insanas entre las familias.


Estos son algunos ejemplos que hacen pensar en un riesgo o en una situación de codependencia:

* Cuando, en vez de vivir las relaciones, te pasas el tiempo buscando oportunidades para ayudar excesivamente, creando así una necesidad permanente de control, vigilando, corrigiendo e intentando cambiar a los demás.

* Cuando adoptas como misión el rescate de esa persona y para conseguirlo crees que hay que aguantarlo y perdonarlo todo, sin límites, justificando cualquier actitud con tal de permanecer en este rol.

* Cuando te dedicas a proteger excesivamente a la otra persona, llegando incuso a mentir para defenderle de cualquier conflicto, negando tus emociones, aparentando estar bien y rechazando cualquier intento de acercamiento de alguien que ponga en duda este falso bienestar.

* Cuando el sentimiento de vacío y la culpa te impiden retirarte, aunque sea lo que más deseas, sintiéndote incapaz de afrontar tus propias necesidades y deseos, es decir, de hacerte cargo de tu propia vida.

* Cuando te preguntan cómo estás y respondes cómo está la otra persona, cuando tu “yo soy” está condicionado por las consecuencias de tus esfuerzos por el cambio del otro y cuando prima la certeza de que si tú no estás, esa persona va a empeorar su situación.

* Cuando tu alegría está directamente relacionada con los progresos de la otra persona y tu derrota tiene que ver con su empeoramiento. Así mismo, cuando tu identidad se ve afectada por la apariencia del otro, su vestido, su presentación personal, su estatus o su comportamiento.

* Cuando tu valiosa ayuda se convierte en un acto manipulativo como; “Te quiero si cambias”, “Te regalo este vestido si vas al médico”, “Te doy el dinero que me pediste si te quedas conmigo”.

El riesgo que conlleva la ayuda a una persona dependiente está en el de entrar en una relación adictiva, con otras connotaciones pero con la misma dinámica en el sentido de “necesitar cada día más dosis” para estrechar la relación, buscando el bienestar que da sentirse necesario e indispensable para la recuperación del otro.

Recordemos que querer algo o a alguien intensamente no es ninguna enfermedad. Pero convertir ese algo o alguien en imprescindible para la propia vida, ya es para pensárselo. Hacer algo para mejorar la mala situación del amigo es simplemente humano. Hacer, hacer y hacer y nunca llegar a pensar que es suficiente, es para prestar atención a nuestras verdaderas motivaciones. Amar con tranquilidad y con alegría puede ser la coronación de una vida satisfactoria. Amar con angustia y con miedo es suficiente razón para buscar ayuda.

María Clara Ruiz

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