Psicoterapia y otras Posibilidades

Publicado el María Clara Ruiz

Aquellos Duelos No Resueltos

Vivir conscientemente los duelos garantiza la salud, la vitalidad, y sobretodo la posibilidad de experimentar la alegría y la liberación que se sienten cuando se ha completado el trabajo. Este es el mejor regalo que podemos dar a lo que se ha ido, y es la mejor medicina para seguir con la vida, ya que la tenemos.

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Vivimos tan deprisa que muy pocas veces nos damos la oportunidad de detenernos, de vernos y de sentirnos. Son tantas las distracciones, que difícilmente tenemos ese tiempo para conversar a solas con nosotros mismos, con nosotras mismas, porque al primer intento ya están llamando los «tengo que», la dinámica cotidiana de vivir al día, la maratón de exigencias para llegar a tiempo… ¿Llegar a donde?

Pensamos que al día siguiente, o el próximo fin de semana ya habrá tiempo para los recuerdos, porque hoy lo que toca es seguir en la linea de «cumplir» con las tareas pendientes, que se van acumulando cuando nos damos un respiro para tomar el aire que nos pide el cuerpo, retenerlo un poco y soltarlo… 13 segundos invertidos en una bocanada de vida.

Pero ¿qué pasaría si nos tomáramos más tranquilamente ese tiempo, y todo el que hiciera falta? Posiblemente no sería tan divertido como parece, imaginándolo. Tal vez aparecerían todas esas otras tareas pendientes, las de los duelos que dejamos pasar, por falta de tiempo, o porque nos dijeron que había que «pasar página«, o porque «un clavo saca otro clavo«, o porque «la vida es muy corta y no está para malgastarla llorando por lo que no va a volver«, o porque «al fin y al cabo no era tan importante«. Y a veces simplemente porque no nos dimos cuenta de que estábamos ante un duelo!! Parece mentira pero sí, pasa.

Y como, cada vez más, nos instalamos en el sistema de usar y tirar, eso de darse un tiempo para sentir los duelos parece como de otra época. Y mucho más absurdo parece cuando el «repuesto» de lo perdido está disponible a la vuelta de la esquina. Sin embargo, recordemos que el cuerpo no se deja engañar tan fácilmente y tarde o temprano aparece esa «mosquita cojonera» avisando que hay un dolor que no se ve, pero que tampoco se va.

Hay duelos que son más «aceptables» socialmente que otros, por ejemplo el de la muerte de un ser querido, por hablar de lo considerado más grave dentro de la escala social. El divorcio también ha sido valorado como un duelo importante, al menos hace unos años. Aún así, a medida que pasa el tiempo más se tiende a presionar a la persona en duelo para que rehaga su vida rápidamente y no dedique «demasiado» al sufrimiento que le supone la pérdida de la pareja o la muerte de una persona querida. Pero, ¿quien tiene la medida justa?… ¿cuándo es demasiado?.

Y además, ¿qué pasa con aquellos duelos «pequeños» y a veces invisibles? Pues que muchas veces pasan de largo, sin elaborarlos, porque no hay cabida para ellos, no hay tiempo que otorgarles porque afuera están esperando las miles de opciones más, que ayudan a anestesiar estos sentimientos tan desagradables de vacío y de tristeza. O porque resulta ya hasta impopular hablar de estos temas «tan complicados», en palabras textuales de algunos.

Queramos o no, estos temas complicados son parte de la vida, tan importantes como los momentos de emoción y risa. Estos duelos pequeños e invisibles me interesan especialmente cuando veo alguna persona sufriendo sin saber por qué, cuando veo un cuerpo que ha perdido su armonía, o hinchándose de fármacos para aliviar sus dolencias, cuerpos rotos de tanto «no llorar».

Pequeños e invisibles duelos. Y por eso difíciles de reconocer. O tal vez no es que sean tan invisibles. Es que para algunas cosas a veces falla la memoria. Vamos a recordar un poco:

– El día que se fue el amiguito/la amiguita de la infancia porque le cambiaban de colegio, y cuando hicimos un amago de tristeza alguien dijo con contundencia: «se fuerte, eso no tiene importancia, ya lo entenderás cuando seas mayor».

– El momento en que ese amor que parecía eterno dijo adiós y, afortunadamente, la inocencia dio paso a las ganas de volver a intentarlo. Pero tomarse un tiempo para sentir la tristeza por el amor perdido no estaba de más.

– Cuando se dedicó tanto tiempo y esfuerzo a ese puesto de trabajo tan querido y, al perderlo, se siguió el camino como si hubiera sido un episodio cualquiera.

– Cuando llegó la jubilación, con todas sus consecuencias.

– Cuando la vida cambió y con ella la mudanza, el cambio de casa, dejando atrás tantos momentos vividos en ella.

– Cuando pasamos de la vida en soledad a la vida en pareja, o al revés, y cambiamos rutinas, ritmos, lugares e incluso amigos.

– Cuando vivimos los cambios de la infancia a la adolescencia y luego a la adultez, para llegar algunos a la madurez. No siempre ha sido fácil ver como se queda la muñeca arrinconada en la esquina de la habitación porque empiezan a haber otras urgencias. Y seguro que para nadie será divertido prescindir del encanto de la juventud, aunque esto suponga la sabiduría que trae la experiencia.

Como vemos, cada cambio, cada etapa, aún dentro de la evolución natural, supone pérdidas. Y no se trata de pasarse la vida amargándose por lo que se ha perdido, porque esto también sería, no solo insoportable, sino también patológico. Pero lo que no es natural es ignorar o ridiculizar a quienes viven estas pérdidas intensamente y no respetar el ritmo, el tiempo y el espacio que necesita cada uno para metabolizar las emociones que conllevan esos cambios.

Hay otros duelos que llaman la atención por su ambigüedad, y son los llamados «duelos inconclusos», es decir, aquellos que por sus características no resultan fáciles de elaborar, por ejemplo:

– Cuando una persona cercana, pareja, hija, hijo, amigo o amiga, tiene un accidente o una enfermedad que disminuye sus capacidades, pero no le mata. Se ha perdido a esa persona, y a la vez sigue presente.

– Cuando se rompe la pareja, algo ha muerto… Pero esa persona está en el mundo, muchas veces bastante cerca, por ejemplo cuando hay hijos de por medio.

– Cuando emigramos, dejamos el país de origen pero éste permanece donde lo dejamos.

– Cuando desaparece una persona y no podemos vivir los rituales correspondientes, que ayudan a la elaboración del duelo.

– Cuando muere alguien cercano y no podemos asistir a su entierro por encontrarnos físicamente lejos.

– Cuando se tiene la experiencia del aborto, natural o provocado, con la diversidad de sentimientos que supone tanto para la mujer embarazada como para su compañero/a.

Estos son sólo algunos ejemplos de pérdidas ambiguas que dejan una permanente incertidumbre. Una relación con el absurdo, con el que se aprende a vivir cuando se pasa por este tipo de experiencias, en que nunca se sabe si el otro está presente o no lo está. Entonces el logro consiste, ya no en resolver el duelo como cualquier otro, sino en atreverse a seguir adelante con la vida, aún sin saber para donde se va.

Tenemos la tendencia a hacer juicios rápidos y poco fundamentados como: –«qué valiente!!, después de lo que le ha pasado y mira cómo se ha recuperado en una semana!!»-, ó, –«hay que hacer algo para que se distraiga y desconecte porque está yendo muy lejos con esa depresión»-. O ante un aborto provocado: –«las mujeres que deciden abortar son asesinas e insensibles!!», y después de un aborto espontáneo: –«hay que olvidarse y volver a intentarlo cuanto antes».

Este tipo de mensajes, que invaden la vida cotidiana, se meten por los huecos de las heridas abiertas y no permiten que las personas vivan sus duelos con la intensidad necesaria, elaborándolos de manera saludable, en un tiempo adecuado y con la protección que necesitan.

Esquivar la vivencia de los duelos no nos convierte en héroes ni heroínas valientes. Lo que sí creo es que el poco valor social y el casi nulo espacio que se otorga a la elaboración de las pérdidas, incluyendo las pérdidas cotidianas, nos transforma en una especie de «lisiados afectivos», con una coraza suficientemente rígida para poder contener el dolor, pero apagando todas las demás sensaciones vitales, convirtiendo así el mundo emocional en un desierto.

Y eso es lo que hay que prevenir. No elaborar los duelos, acumularlos con el tiempo, no es ni higiénico ni inteligente. No es higiénico en el contexto de la «higiene mental», por razones que no hace falta explicar mucho. Basta con decir que resulta impactante tanta limpieza aparente y tanto accesorio, cuando por dentro se acumulan restos de pasados estáticos corroyendo la vida. No es inteligente porque al no elaborar los duelos, el riesgo está en la repetición de las experiencias que se quieren evitar, además de los peligros que supone para la salud física y mental.

De todas formas, sentir tristeza, impotencia, rabia o dolor insoportables por una pérdida que nos afecta especialmente no es nada fácil. Y es por esto que buscar ayuda es una opción saludable. La sensación

 de sentirse acompañado/a en la vivencia del duelo puede ser de gran alivio, e incluso puede ayudar a prevenir complicaciones en el proceso, por ejemplo la cronificación del duelo.

 

María Clara Ruiz

 

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