Ayer vi un video en el que un perro llevaba en su boca la cabeza de un hombre. Instagram se está convirtiendo en algo cada vez más bizarro; a veces entro y, de repente, me encuentro con videos escalofriantes como ese.

En el video, el can camina con total normalidad, un poco apurado, pero no asustado, mientras lleva en su boca la cabeza de un hombre. Quienes graban el video se muestran asombrados y dicen: «Ese perro lleva una cabeza humana en la boca». Sin embargo, no se escuchan gritos ni se observan sobresaltos en la calle por donde el perro camina, ni tampoco se siente un asombro aterrador en quienes graban el video.

Parece que en esas calles están acostumbrados a horrores de esa índole. Desafortunadamente, el perro caminaba por una calle en Zacatecas, México, un país donde los muertos desmembrados son parte del día a día. En su columna de opinión de hoy en el diario El País, Carmen Morán Breñan nos cuenta cómo los horrores del crimen se han convertido en una especie de símbolos nacionales macabros, como los ahorcados en los puentes y los desmembrados encontrados en bolsas de basura.

¿En qué momento una sociedad se acostumbra a ver cuerpos desmembrados sin horrorizarse? La respuesta simple podría ser: cuando se vuelve tan constante que se convierte en cotidiano. ¿Cómo podemos medir cuán constante y cotidiano debe ser? ¿Cuánto tiempo se necesita para que esto ocurra? No lo sé. Erich Fromm lo llama la patología de la normalidad, cuando todo lo que no es ni debería ser normal se convierte en normal, como en este caso, el crimen y la muerte violenta. El año pasado escribí una columna sobre el tema, que les comparto por si desean leerla (Aquí).

La preocupación que me invade es reconocer que en Colombia no estamos lejos de esa situación. El asesinato, los sesos en el pavimento, el baleado retorciéndose en la calle mientras muere ya no horrorizan al pueblo, todo lo contrario: cada muerto por sicariato se convierte en el vídeo del día, el más visto y compartido por WhatsApp e Instagram. El suceso se convierte en el chisme del momento y poco a poco el nivel de horror y susto ante la situación y las imágenes va disminuyendo. Se va convirtiendo en un macabro entretenimiento, en un tema de conversación. Se leen y escuchan conversaciones con detalles del asesinato, la identidad del muerto, si falleció inmediatamente o si demoró muriéndose mientras desconocidos lo grababan agonizando. Y hablan de todo eso sin pudor ni temor alguno, como si se estuviera charlando del clima. Creo que la gente se asusta más hablando del clima.

En Cartagena y Barranquilla, es frecuente ver en los videos de sicarios a niños y jóvenes como espectadores de los tiroteos, observando al moribundo con curiosidad y un poco de morbo. No se escucha a ningún adulto decir que retiren al niño del lugar y a ninguno de los que graban u observan al muerto parece importarle si hay algún niño entre la multitud presenciando la escena.

En Cartagena de Indias y en la Costa Caribe, el sicariato está empezando a ser parte del paisaje y la sociedad está normalizando el asesinato. El hecho de encontrar un muerto en la mitad de la calle ya no provoca gritos de susto, y se puede ver a la gente pasando junto al difunto sin asombrarse ni alejarse, como si se tratara de una bolsa de basura esperando ser recogida.

Estamos a pocos pasos de convertirnos en una sociedad que no se aterra al encontrar desmembrados dentro de bolsas en el poste de la esquina. Nos falta poco para ser los vecinos que se “han acostumbrado a vivir en un cementerio, acelerando hacia la oficina sin prestar atención al puente donde cuelgan varios cadáveres”, como escribió Carmen Morán en su columna.

¿Llegaremos a eso? ¿A ver ahorcados en un puente de nuestra ciudad y seguir de largo como si fueran pendones publicitarios de cerveza? ¿O a que un perro pase por la puerta de nuestra casa con una cabeza humana en la boca y no gritemos de miedo y horror? Por el contrario, ¿tomaremos una foto para enviar el chisme a nuestros amigos? Sí, vamos en esa dirección. Nos estamos convirtiendo en esa sociedad. Ya el sonido de una bala es familiar y cotidiano, parte del ruido de la ciudad, y para muchos el asesinato en la mitad de la calle forma parte del paisaje.

Quizás el próximo año abra Instagram y me encuentre con un video que muestre a un gato caminando con una mano humana en su boca. Al leer la descripción, me entere que el minino estaba caminando por la calle del Arsenal en Cartagena de Indias.

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