En una sociedad que parece empeñada en olvidar su historia, surge una frase que, aunque trillada, sigue resonando con verdad: “quien olvida su historia está condenado a repetirla”, atribuida al filósofo George Santayana. Esta sentencia, inscrita de manera sombría en la entrada del bloque número 4 del campo de Auschwitz, advierte sobre el peligro de ignorar los eventos del pasado. En Cartagena, el pueblo parece sufrir de amnesia histórica, lo que da lugar a la repetición de eventos donde solo cambian los tiempos y los lugares. Es necesario volver la mirada hacia el pasado y recordar ciertos eventos que podrían augurar un peligroso futuro para varios barrios empobrecidos de la ciudad: la aporofobia y la gentrificación.

Cartagena de Indias se caracteriza por una sociedad que, desde sus cimientos, padece la aporofobia. Este término encierra el rechazo, el miedo, la aversión y la hostilidad hacia los barrios empobrecidos y las personas que los habitan. La aporofobia no es simplemente una actitud individual; es, en su esencia, una estructura social que perpetúa la desigualdad, la exclusión y la violencia.

Esta fobia se cimenta en la creencia de que las personas empobrecidas son una carga, un problema o una amenaza para la sociedad. Como consecuencia, se les niega el reconocimiento, el respeto y la dignidad que merecen como seres humanos. Esta visión distorsionada no solo se traduce en la segregación física de estos barrios, sino también en políticas y prácticas que perpetúan su marginación.

La ciudad de Cartagena nos ha mostrado una realidad desalentadora: una parte dominante de la sociedad se caracteriza por su aporofobia, clasismo, elitismo y tendencia a segregar. La pobreza es un tema que les aterra, y siempre optan por ocultarla o estigmatizarla. Lo más preocupante es que esta actitud no solo se encuentra arraigada en la sociedad, sino que también se manifiesta entre los mismos gobernantes y el sector empresarial.

Un ejemplo reciente de esta lamentable dinámica se produjo en respuesta a una advertencia emitida por el Departamento de Estado de los Estados Unidos a sus ciudadanos que planeaban visitar Cartagena. En lugar de ofrecer una respuesta sensata, el alcalde William Dau Chamat emitió declaraciones que reflejan a la perfección esta problemática. Sus palabras fueron las siguientes: “Oye, no te metas en los antros, no te metas donde hay violencia, no te metas donde hay delitos, quédate en las zonas a dónde van los turistas, las zonas que están bien controladas. Un turista no tiene por qué ir a meterse a un barrio tenebroso a las 2 de la mañana”.

William Dau, alcalde de Cartagena de Indias, etiquetó de manera despectiva e irrespetuosa a los barrios empobrecidos al llamarlos “barrios tenebrosos”, lo cual arroja una sombra de estigmatización sobre toda la población que reside en estos.

Otro lamentable episodio de aporofobia y segregación se registró en septiembre de 2017 durante la visita del Papa Francisco a Cartagena. Como parte de su agenda, se programó una misa en Contecar, ubicado junto al empobrecido barrio Ceballos. En la madrugada del 10 de septiembre, se erigieron altas vallas metálicas de aproximadamente 2 metros de altura alrededor del barrio. Un muro de 2 kilómetros se interponía entre sus habitantes y la vía que conducía a Contecar.  Cuando amaneció y los habitantes del barrio Ceballos despertaron se dieron cuenta que estaban encerrados. Estas vallas se instalaron mientras la comunidad dormía, aparentemente para evitar cualquier oposición.

El propósito de esta cerca era evidente: impedir que el Papa y los asistentes a la misa vieran la cruda realidad de la pobreza que existe en Cartagena, una realidad evidente en el barrio Ceballos. Este sector ha sido sistemáticamente olvidado y maltratado por todas las administraciones gubernamentales de las últimas dos décadas. Irónicamente el tema de la misa era la dignidad de la persona y derechos humanos.

Cuando la indignación se desató en una parte de la ciudad y la comunidad comenzó a protestar, derribando las vallas porque no se dejarían encerrar, los funcionarios del distrito se tiraron la pelota de la culpa unos a otros. El alcalde encargado, Sergio Londoño Zurek, afirmó no tener conocimiento ni haber dado la orden, y así sucesivamente, como en una fila india, ningún funcionario de la alcaldía tenía idea de lo que había ocurrido. La verdad es que Corpoturismo fue la entidad responsable de contratar e instalar las vallas, pero aparentemente nadie en la alcaldía sabía sobre esta situación.

También es importante recordar una época en Cartagena en la que, cuando se celebraba un evento internacional en la ciudad, la policía desplegaba camiones en Bocagrande y el Centro Histórico para “recoger” a los habitantes de calle, llevándolos en contra de su voluntad a casas de acogida durante la duración del evento. El objetivo era asegurarse de que las zonas turísticas no mostraran ninguna señal de pobreza.

La aporofobia y la gentrificación están estrechamente relacionadas, ya que ambas responden a una lógica de segregación espacial y social destinada a excluir a los sectores más vulnerables de la ciudad. La gentrificación, un fenómeno social, que implica la transformación de un espacio urbano empobrecido en uno de mayor nivel socioeconómico, cultural y ambiental. Este proceso conlleva el desplazamiento de los habitantes originales, generalmente de clases populares o empobrecidas, en favor de aquellos con mayor poder adquisitivo. Además, se produce la sustitución de las actividades económicas tradicionales por otras más lucrativas y acordes con los nuevos gustos y demandas de la élite, lo que a menudo resulta en la desaparición o el encarecimiento de los comercios tradicionales y locales que solían ser fuentes de empleo y abastecimiento para los vecinos. En muchos casos, este fenómeno ocurre mediante la especulación inmobiliaria o el auge del turismo.

La gentrificación y la aporofobia se alimentan mutuamente, creando un círculo vicioso de desigualdad y exclusión que afecta profundamente a la estructura social y espacial de Cartagena.

Siguiendo la premisa de George Santayana, es imperativo recordar que Cartagena ha experimentado diversos procesos de gentrificación. Uno de los casos más destacados incluye los barrios de Getsemaní, San Diego y, en general, el Centro Histórico de la ciudad. Este proceso de gentrificación ha sido objeto de discusión y, lamentablemente, se encuentra en un estado avanzado.

Por otro lado, se encuentra el caso de La Boquilla, donde el turismo y los proyectos residenciales de estrato 7 amenazan con devorar esta zona. La comunidad de La Boquilla, al ser una comunidad étnica ancestral, cuenta con legislación que la respalda y le permite defenderse de la voraz gentrificación. Como comunidad, resisten valientemente para proteger su existencia, cultura y formas de vida.

El turismo es un depredador de comunidades, vende la ilusión de desarrollo y empleo, pero en Cartagena de Indias es un empleo paupérrimo, mal remunerado, casi de explotación y en niveles que rayan la informalidad.

Cartagena está próxima a vivir un peligroso proceso de gentrificación. Hace un poco más de quince años construyeron 3.5 kilómetros de una vía que se llama la Perimetral, que bordea la ciénega de La Virgen y pasa por algunos de los barrios más empobrecidos de la ciudad, como Olaya Herrera. Y como suele pasar en Colombia, la vía nunca la terminaron y a la parte construida no le hicieron mantenimiento, quedando una carretera maltrecha y de difícil circulación. Ningún alcalde electo o interino pudo terminar la vía o hacerle el mantenimiento necesario a la parte ya construida ¿Sería por corrupción o indolencia? Quizás ambas, lo cierto es que eso demuestra el nulo interés por el bienestar de la ciudad.

Inicialmente, la vía Perimetral tenía como objetivo descongestionar el tráfico en la ciudad y unir rápidamente el norte y el sur de Cartagena. Sin embargo, la noción de “unir el norte y el sur de la ciudad” conlleva más que una ubicación geográfica; también refleja la división social arraigada en Cartagena.

Hace quince años, Cartagena aún no experimentaba el gran desarrollo turístico e inmobiliario que caracteriza hoy a la zona norte y la vía al mar, con proyectos de viviendas de estrato 7 y hoteles de lujo. En ese entonces, la élite cartagenera no veía claramente el potencial turístico que podría tener el otro borde de la ciénega de La Virgen, el borde empobrecido.

Sin embargo, debido al creciente interés de los empresarios locales en esta zona, el alcalde William Dau, en aras de “unir la ciudad”, transformó el macroproyecto “Parque Distrital Ciénega de La Virgen”, regulado por el decreto 063 de 2006, en el “Malecón Ciénega de La Virgen.”

Detrás de esta “brillante” iniciativa de Dau se encuentran los gremios y empresarios de la ciudad. En 2022, presentaron el documento “Agenda de Cartagena y Bolívar de cara a la nueva legislatura y el nuevo gobierno 2022-2026,” promovido, apoyado y elaborado por diversas asociaciones empresariales, como la Cámara de Comercio, el Consejo Gremial de Bolívar, la Comisión Regional de Competitividad e Innovación de Cartagena y Bolívar (CRCI), Invest in Cartagena y Bolívar, Cartagena de Indias Convention and Visitors Bureau, varias universidades y otras entidades. Este documento incluye el macroproyecto de la ciénega de La Virgen como una prioridad.

¿Qué ha motivado este repentino y masivo interés en esa zona de la ciudad? ¿Se les despertó la conciencia ambiental y social? Paradójicamente, hace 15 años, cuando se inició el proyecto, a nadie pareció interesarle. Este asunto genera muchas suspicacias, ya que la implementación de este macroproyecto podría convertir a todos estos barrios en potencialmente “gentrificables”. Debido a la dominante aporofobia en Cartagena, la pobreza de los barrios como Olaya, El Pozón, La María, El Líbano… les aterra y todos esos barrios estorbarían.

No sorprende que la alcaldía y los empresarios se unan para impulsar un proyecto que podría dar lugar a la gentrificación. De acuerdo con David Ley, un geógrafo estadounidense, los procesos de gentrificación involucran agentes clave para su éxito. Esto incluye a los gobiernos locales que formulan acuerdos y decretos para permitir legalmente la gentrificación, junto con la obtención de recursos para la “renovación urbana”; agentes inmobiliarios que generan especulación en los bienes; empresarios que establecen negocios que impulsan económicamente la zona en beneficio de la élite; y los medios de comunicación que promocionan y legitiman la gentrificación, normalizándola y presentándola como progreso.

Pero, ¿en qué consiste exactamente el macroproyecto “Malecón Ciénega de La Virgen”? Uno de sus objetivos es la finalización de la vía Perimetral y una “intervención integral” de la zona a través de una “renovación urbana”. Estas cuatro palabras asustan cuando se aplican a proyectos urbanísticos en barrios empobrecidos que podrían tener potencial turístico, ya que el riesgo de gentrificación y segregación es significativo. La gentrificación aumenta la desigualdad, la exclusión y la segregación espacial, lo cual es nefasto para una ciudad como Cartagena, que cada día se vuelve más pobre y dividida.

El Universal, en una noticia, cita una declaración de la Secretaría de Planeación sobre el tema: “el proyecto será el detonante para la recuperación ambiental y social de la ciénega de La Virgen, y la renovación y adaptación del territorio a las dinámicas actuales, a los escenarios de cambio climático y reactivación económica.” Según la Secretaría de Planeación, este macroproyecto busca la transformación social, ambiental y urbana del borde de la ciénaga mediante obras de infraestructura e intervenciones integrales que permitan crear nuevos espacios para el disfrute y aprovechamiento de los cartageneros. Sin embargo, las preguntas claves son ¿En qué consiste esa transformación social? ¿Cuáles serían esos nuevos espacios? y a quiénes se refieren con “los cartageneros” en esta afirmación, ya que la incertidumbre persiste en cuanto a quiénes se beneficiarán realmente de este ambicioso proyecto.

Desde una perspectiva geográfica, la vía Perimetral se extiende desde el sector 11 de Noviembre en el barrio Olaya Herrera hasta San Francisco. El objetivo principal de este macroproyecto es completar la construcción de la vía, conectando la Vía de La Cordialidad en El Pozón con la Vía del Mar en La Bocana. Además, se planean intervenciones integrales a lo largo del borde de la ciénega con el fin de crear nuevos espacios para el disfrute de los cartageneros.

En el contexto del macroproyecto, se ha dividido el borde de la ciénega de La Virgen en trece unidades funcionales. Las tres primeras se ubican dentro del tramo ya construido de la vía Perimetral. ¿Pero qué es una “unidad funcional”? Según la Secretaría de Planeación, se trata de diversos espacios destinados al disfrute y aprovechamiento de los cartageneros, que incluyen áreas gastronómicas, culturales, deportivas, educativas, ambientales, turísticas y ecoturísticas, entre otros. Estos espacios están siendo definidos en “mesas de trabajo” en colaboración con la comunidad de los barrios circundantes, que son algunos de los más empobrecidos de la ciudad, como El Pozón, Olaya Herrera, El Líbano, La Esperanza, La María, Fredonia, entre otros.

Sin embargo, es importante destacar que estas “mesas de trabajo” suelen ser un requisito obligatorio para la aprobación de recursos, pero en la práctica a menudo buscan principalmente una falsa inclusión de la comunidad. En situaciones como esta, las comunidades se reúnen para compartir sus preocupaciones y necesidades, que ya son conocidas por el distrito. Estas inquietudes se registran cuidadosamente en actas por parte de funcionarios de la alcaldía y son firmadas por representantes de la comunidad. Lamentablemente, en muchas ocasiones, estas reuniones resultan ser una mera formalidad y las fotos tomadas se utilizan para alimentar las redes sociales institucionales, dando la impresión de un “trabajo con las comunidades” que a menudo carece de impacto real en la vida de los habitantes.

Las actas de estas reuniones sirven como evidencia de que se ha cumplido con una parte del proceso, pero lamentablemente es probable que estas actas, en las que se registran las necesidades de la comunidad, se conviertan únicamente en documentos para cumplir requisitos formales que otorguen viabilidad financiera al proyecto del malecón. La realidad es que ni esta administración ni ninguna anterior parece haberse preocupado por el bienestar de estas comunidades. No les importa que en la actualidad haya áreas en Olaya Herrera y El Pozón que carezcan de alcantarillado y sufran de una deficiente prestación de servicios públicos. Esta problemática persistente no se ha solucionado en el pasado, y no parece que vaya a resolverse con la implementación del macroproyecto del malecón. O, para ser más precisa, se resolverá con el macroproyecto, pero los beneficiarios no serán las comunidades actuales.

El geógrafo mexicano Luis Alberto Salinas Arreortua sostiene que la gentrificación es un proceso que crea espacios elitistas para un sector específico de la población a expensas de otro que carece de recursos. Por lo tanto, cuando se analiza la explicación del proyecto en diferentes contextos y surgen expresiones como “reordenación urbana”, “intervención integral”, “renovación urbana”, “renovación y adaptación del territorio a las dinámicas actuales”, “reactivación económica”, “transformación social,” y “nuevos espacios,” surgen alarmas que indican que este macroproyecto podría dar lugar a un grave proceso de gentrificación y segregación. Esto se debe a que, con todas estas renovaciones y la creación de nuevos espacios, el valor inmobiliario y turístico de toda la zona comienza a aumentar. Este efecto se acentúa aún más si se consideran otros proyectos que ruedan en los círculos políticos y empresariales, como la creación de marinas en esa zona y la construcción de lujosos centros comerciales.

El fenómeno de la gentrificación puede analizarse desde dos enfoques predominantes: aquel que enfatiza el papel de la demanda y el que destaca la importancia de la oferta. En el caso de Cartagena, es el enfoque de la oferta el que se está manifestando con mayor fuerza. Este enfoque argumenta que la gentrificación está siendo impulsada por los intereses económicos de los agentes inmobiliarios, quienes ven oportunidades de inversión y especulación en las zonas empobrecidas de nuestra ciudad. Estos agentes encuentran respaldo tanto en el Estado como en las élites locales, que promueven políticas urbanas orientadas hacia el mercado, el turismo y el patrimonio. Estas políticas tienen como consecuencia un incremento en el valor de la tierra y la exclusión de los sectores populares, lo que se alinea con una perspectiva neoliberal que favorece los intereses del capital por encima de los derechos de las personas.

¿Qué creen que se están imaginando o proyectando todos esos políticos y empresarios con este macroproyecto? Su visión parece ser transformar el borde empobrecido de la ciénega de La Virgen en una zona de lujo, con hermosos paseos peatonales, instalaciones deportivas de alta gama, restaurantes de lujo y costosas marinas llenas de yates para paseos por la ciénega. A esto se sumarían lujosos hoteles y proyectos inmobiliarios residenciales igual de costosos o aún más que los que existen actualmente en la zona norte. Todos estos proyectos se enmarcarían en los estratos 6 y 7, y reemplazarían a los barrios empobrecidos que existen en la zona en la actualidad, entre los cuales se encuentran Olaya Herrera, Fredonia, El Líbano, La María, San Francisco, entre otros.

La élite de Cartagena de Indias, en su afán de ocultar la pobreza, está empleando la estrategia de la “urbanización avanzada”, un concepto acuñado por Loïc Wacquant. Este modelo de desarrollo urbano neoliberal se basa en tres pilares: la polarización social, que se refiere al crecimiento de las desigualdades entre grupos sociales en términos de ingresos y oportunidades; la segregación espacial, que implica la distribución desigual de grupos sociales en el territorio urbano según su nivel socioeconómico; y la penalización de la pobreza, que se traduce en la criminalización de comportamientos y estilos de vida de los sectores populares y excluidos, percibidos como una amenaza o molestia por los nuevos residentes. Esto explica por qué el alcalde de Cartagena no duda en calificar como “barrios tenebrosos” a las zonas empobrecidas de la ciudad.

A medida que el malecón se acerque a su finalización, se avecina un masivo proceso de gentrificación. La especulación inmobiliaria dará inicio a la adquisición de viviendas en los barrios empobrecidos a precios muy bajos, con la intención de construir viviendas de estratos altos y hoteles (siguiendo el patrón observado en La Boquilla). Las familias que no vendan tendrán dificultades para mantenerse en el lugar debido a los cambios en las dinámicas socioeconómicas del barrio, así como al aumento en las tarifas de servicios públicos e impuestos. Aquellas viviendas que sean invasión o carezcan de títulos de propiedad, a pesar de décadas de ocupación, serán desalojadas en cumplimiento de la ley, lo que resultará en el desplazamiento de estas familias.

Este fenómeno se conoce como “brecha de renta” o “rent gap,” un concepto acuñado por el geógrafo Neil Smith. En términos técnicos, se refiere a la diferencia entre el valor actual de una propiedad y su valor potencial si se renovara o reutilizara la zona para otro propósito. Smith argumentó que esta brecha de renta es el motor de la gentrificación, un proceso mediante el cual barrios populares son invadidos por clases acomodadas y empresarios que desean vivir en zonas céntricas con valor cultural, ambiental o turístico.

Según Smith, esta brecha de renta se origina debido a la falta de inversión tanto pública como privada en los barrios populares, que experimentan un deterioro y una depreciación de su valor. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en Cartagena, donde estos barrios han estado olvidados durante dos décadas, con calles en mal estado, falta de alcantarillado y servicios públicos deficientes, un entorno cada vez más marginalizado. Sin embargo, esta situación se convierte en una oportunidad para los inversores inmobiliarios, ya que ven el potencial de rentabilidad al rehabilitar estos barrios y convertirlos en lugares atractivos para nuevos residentes con mayor poder adquisitivo y para los turistas. Los residentes originales terminan expulsados por todo este proceso.

Uno de los aspectos más preocupantes de la gentrificación es la migración que conlleva, ya que implica un flujo de personas con un mayor nivel socioeconómico hacia las zonas céntricas, históricas o empobrecidas con potencial turístico. Al mismo tiempo, implica un flujo inverso de personas con un menor nivel socioeconómico hacia las zonas periféricas o suburbanas, donde las condiciones de vida suelen ser aún más precarias que en sus barrios de origen. Estos movimientos alteran la distribución espacial de la población y generan procesos de segregación socioespacial. Como resultado, las personas de Olaya y los barrios aledaños se verán obligadas a migrar a áreas aún más periféricas y marginadas, lo que contribuirá a una dinámica de pobreza, desigualdad, desplazamiento, precariedad, violencia, conflictos y contaminación, incluso peor que la ya existente.

Las comunidades pierden manifestaciones artísticas, culturales y sociales que solían expresar la identidad y la historia de sus lugares y sus habitantes.

Las zonas gentrificadas, ya habitadas por las élites y el turismo, se convierten en lo que Sharon Zukin denomina “paisajes de poder”. Este término implica que el espacio urbano refleja y reproduce las relaciones sociales de dominación y resistencia entre los diversos actores sociales. La gentrificación, en este sentido, se interpreta como una forma de imponer una nueva cultura hegemónica sobre las culturas populares y marginales de los barrios.

Desde esta perspectiva, el espacio urbano no se considera un mero contenedor pasivo de actividades humanas, sino un producto histórico y cultural que refleja y perpetúa las desigualdades y conflictos existentes en la sociedad. El espacio urbano se convierte en un campo de batalla y segregación espacial, donde se disputan significados, valores y recursos entre los diferentes grupos sociales.

Es fundamental destacar que uno de los efectos de la segregación espacial es la fragmentación social, que implica la ruptura de vínculos y solidaridad entre los diversos grupos que conviven en la ciudad. Esto genera una falta de cohesión social y un aumento de los conflictos y la violencia. Siguiendo la perspectiva del filósofo alemán Jürgen Habermas, el espacio urbano debería ser un ámbito de comunicación y deliberación pública, donde se construye el consenso y la democracia a través del diálogo entre los ciudadanos. Lamentablemente, en Cartagena, el espacio urbano dejó de ser un lugar para construir consenso. La violencia, las peleas y la intolerancia que vemos en las calles de Cartagena son un triste testimonio de esto.

Para llevar a cabo a gran escala el Malecón Ciénega de la Virgen, lo que incluye renovación urbana con desarrollos inmobiliarios, turísticos, marinas y centros comerciales y de entretenimiento, los barrios empobrecidos estorban, afean el paisaje y la comunidad pobre que los habita se convierten en una molestia.

Es importante destacar que la gentrificación no sigue un proceso lineal ni irreversible. Las comunidades no son meros espectadores pasivos que deban aceptar sin resistencia su expulsión o marginación. Por el contrario, deben organizarse y movilizarse para defender sus derechos, intereses e identidad frente a la invasión inmobiliaria de sus territorios. Solo de esta manera pueden generar diversas formas de resistencia y contestación al proceso de gentrificación, que van desde la reivindicación política y legal hasta la unidad comunitaria. Estas formas de resistencia expresan la voluntad de los habitantes originales de mantener su presencia e influencia en el barrio, así como de preservar su memoria histórica y patrimonio cultural.

Frente a este panorama, se pueden considerar algunas soluciones para reducir la segregación espacial y sus consecuencias negativas. Una de ellas es la intervención pública, que implica la regulación del mercado inmobiliario. La cual veo imposible, dado que el mismo gobierno distrital fomenta la gentrificación.

Otra alternativa es la participación ciudadana, que implica la movilización social, la organización comunitaria y la reivindicación política para transformar el espacio urbano de acuerdo con las necesidades e intereses de los grupos más desfavorecidos.

Es fundamental que las comunidades tengan plena conciencia de lo que está ocurriendo y de lo que se avecina, así como sistemas comunitarios sólidos que defiendan a los habitantes de los barrios. Hasta el momento, esto no parece que esté sucediendo.

Nadie se opone al crecimiento de una ciudad ni al mejoramiento ambiental del cuerpo de agua más importante de Cartagena. Sin embargo, es esencial que todo desarrollo urbano se base en la justicia social como premisa fundamental, respetando la diversidad sociocultural e implementando procesos genuinos de participación ciudadana. Esto es lo que realmente contribuirá a crear una ciudad más humana e inclusiva. Lamentablemente, la historia de Cartagena nos muestra que, en lugar de eso, cada proceso de crecimiento urbano e inmobiliario ha desplazado y afectado negativamente a la población vulnerable, generando segregación espacial y fragmentación social.

La pregunta que surge es si Cartagena de Indias está destinada a repetir la historia de segregación socioespacial que ha vivido en el pasado.

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