El 31 de diciembre, como lorita amaestrada, repetí el mantra trillado de la fecha: deseé salud, amor y prosperidad para el 2025, en casi todos mis saludos de fin de año. Y, por supuesto, recibí de vuelta esas tres palabras convertidas en buenos deseos.

Salud, amor y prosperidad: en esa trinidad simplista resumimos lo que creemos necesitar en la vida.

Si Aristóteles estuviera vivo, fuéramos amigos y le hubiera enviado por WhatsApp un mensaje deseándole un “¡Feliz año nuevo lleno de salud, amor y prosperidad!”, seguramente me retiraría la amistad y me bloquea, después de leer eso, frunciría el ceño, aterrado por la simplificación que hice de la vida.

Para Aristóteles, buscar (y encontrar) la eudaimonia es el último fin de la vida humana ¿Qué es la eudaimonia? Es una palabra griega que, en una traducción simple, significa felicidad. Pero, en realidad, es un concepto amplio que abarca la búsqueda de una vida plena y virtuosa.

Quizás así debería redactar mi deseo de fin de año para Aristóteles: “¡Feliz 2025! Te deseo una vida plena, vivida de acuerdo con la virtud”. ¿Qué diablos es la virtud para Aristóteles? Es cumplir nuestra propia naturaleza con excelencia o, en palabras que suenen menos acartonadas, ser nosotros mismos a plenitud (Aunque ahora suena a frase de coach hippie de superación personal). Sin embargo, creo que la idea se entiende. Y, pensándolo mejor, comprendo que no es la búsqueda de la eudaimonia, sino vivir en eudaimonia.

Que millones de personas repitamos esos tres deseos como un guion universal en fin de año no es coincidencia: es el reflejo de lo banal que son nuestras aspiraciones y de lo genérica que se ha convertido la naturaleza humana. Alguien me dijo: “Esos son los deseos universales”. Yo le respondí: “Esos son los deseos genéricos de las masas”.

Pensamos, incluso con convicción, que estas tres palabras encapsulan todo lo que los humanos necesitamos para enfrentar la vida y ese cronómetro en cero que colocamos cada año.

¿Por qué salud? Alguien podría responderme: “Es el pilar del bienestar”. Aristóteles, en su obra “Ética a Nicomaco”, argumentaba que la salud es una de las condiciones necesarias para alcanzar la eudaimonia. Y, pues sí, si se piensa con el deseo idealista sin salud es difícil disfrutar de muchos aspectos de la vida, se necesita el bienestar físico y mental para ello. Eso es lo que nos enseñan que debemos creer.

Pero, es inevitable que enfermemos de algo. Aunque cuidemos nuestra salud al máximo, el funcionamiento de nuestro organismo depende de múltiples variables que no controlamos, así que en algún momento enfermaremos. Si nos visualizamos como una máquina biológica, en algún momento uno de nuestros mecanismos fallará. Así que desear salud, en el fondo, es una ironía y una tontería, porque, con el debido respeto a la biología, es una batalla perdida de antemano. Deseamos salud como si fuera un mantra mágico que nos mantendrá a salvo durante los 365 días del año.

A veces pienso que desear salud es casi como desear buen clima. Es algo que no podemos controlar. Solamente podemos prevenir desastres en caso de que el clima sea malo. Igual pasa con la salud.

Y si aplicamos el cinismo en sentido filosófico, Diógenes —un cínico antiguo que, entre otras muchas cosas, rechazaba las convenciones sociales— me susurra al oído que quizás sea más honesto y valioso desearnos fortaleza para afrontar el dolor y la adversidad, en lugar de desear una salud perpetua, que a fin de cuentas es solo una ilusión.

Mejor desearnos resiliencia para enfrentar las inevitables enfermedades que la vida nos lanzará, ya sea como confeti o como granadas. Eso depende de nuestra genética, estilo de vida, situación económica y sistema de salud. También deberíamos desear fuerza de voluntad y disciplina para evitar esas conductas que pueden deteriorar nuestra salud.

¿Por qué amor? Aquí la cosa se complica. Para mí, es el deseo más universalmente genérico que existe. “Te deseo amor”, ¿De qué tipo de amor estamos hablando exactamente? Porque, siendo honestos, hay amores que no se les desean ni a nuestro peor enemigo, como el amor de Frida Kahlo con Diego Rivera o el de Diana de Gales y el hoy Rey Carlos. Recordé una frase de Jean-Paul Sartre: “el infierno son los otros”. Esos “otros” y el amor se pueden convertir en un campo minado de desamor o en una sublime bendición. Pero ojo: ni eterno ni para siempre. Según mi muy citado y apreciado Erich Fromm, el amor real necesita esfuerzo, disciplina y compromiso.

El amor como lo pintan en las comedias románticas gringas es puro marketing. El amor real requiere trabajo y construcción. Es como un Lego infinito con el que, vamos construyendo en equipo las formas de nuestro corazón. (Ese verso fue poesía post-pandémica efervescente, jajaja).

Quizás, sería mejor nos deseamos paciencia y autoconocimiento como motores para navegar por las caóticas y turbulentas aguas del amor.

¿Por qué prosperidad? Desear prosperidad para ti mismo y para los demás es un eufemismo para pedir dinero, sin sentirte y parecer interesado y avaricioso. Ante todo, queremos parecer buenas personas sin codicia y desinteresadas. Cada vez que alguien desea prosperidad, Karl Marx se revuelca en su tumba, al ver cómo ese deseo perpetúa la rueda de consumo desenfrenado y de desigualdad. Rueda en la que estamos, como el hámsters obedientes.

Quizás, si se entiende la prosperidad no como la riqueza material ni el mero bienestar económico, sino como seguridad, estabilidad, logro y progreso en nuestros objetivos, eso sería lo que deberíamos desearnos.

Hay una psicóloga que se llama Carol Ryff, ella creó un modelo de bienestar psicológico que tiene seis dimensiones, la cuarta es “dominio del entorno”, que en síntesis es la capacidad de manejar los aspectos controlables de nuestra realidad, y con ello, aprovechar las oportunidades.

Si tenemos estabilidad económica, logramos dominar la parte de nuestro entorno que nos ayuda a desarrollar nuestro propósito en la vida… o por lo menos encontrarlo. Aunque, siendo honesta, no estoy segura de que cada individuo tenga un propósito de vida que buscar y cumplir. Eso es algo que aún estoy escudriñando. Así que cambiaría eso de “propósito de vida” por “un sentido de dirección de nuestra vida”.

Si vemos la existencia como un camino que estamos recorriendo —a pie, en patines, en velero o como queramos y podamos—, entonces, por decisión consciente, buscamos un sentido de dirección. A lo largo de la vida, este tiene muchas rutas distintas y destinos variados. Si tenemos control de nuestro entorno económico, podemos escoger en qué recorrer el camino, seleccionar la ruta y a qué destinos llegar primero.

Sin embargo, todo lo anterior, si se simplifica, se reduce a prosperidad y al deseo de dinero, con o sin avaricia, pero de dinero, al fin y al cabo. No está mal pedir dinero, ¿eh? Que no estoy diciendo eso. Pero, podemos desear algo más significativo, podemos buscar algo más trascendente.

¿Qué tal si nos deseamos tiempo? Tiempo para disfrutar todo aquello que ya tenemos, tiempo para cuidar y cultivar nuestras relaciones de amistad, familia y amor, tiempo para vivir significativos momentos de no hacer nada, del placer de mirar el techo, el cielo, las nubes o el mar y perdernos en nuestras reflexiones y pensamientos.

Desear “feliz año nuevo con salud, amor y prosperidad” es un ritual vacío, una fórmula de convención social que repetimos como loritos. Cuando expresamos estos deseos, participamos en este simulacro festivo para mantener las apariencias, agradar y encajar.

Jean Baudrillard diría que vivimos en una sociedad de simulacros afectivos, sociales, familiares… no más simulacros de esperanza que disfrazan la vacuidad en la que vivimos.

¿Y sí cambiamos el repertorio de deseos? ¿Qué deberíamos desearnos? Nietzsche afirmó una vez: “el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Inspirándome en esta idea, propongo deseos más significativos que nos lleven a ese “porqué”, deseos que nos impulsen a crear, a crecer y conectarnos con nosotros y con los demás de maneras más profundas.

Propongo desearnos curiosidad, porque, como dijo Aristóteles, el asombro es el principio de la filosofía. Desearnos curiosidad es desear una vida llena de descubrimientos y aprendizajes. Pero no podemos desear curiosidad sin desearnos creatividad, la vida es demasiado corta para vivirla sin música, arte, historias e Inspiración.

Que el sentido del humor esté entre nuestros deseos, porque incluso en los momentos y circunstancias difíciles, el humor puede llegar a ser una herramienta de supervivencia, es el flotador que no dejará que nos hundamos.

Deberíamos desearnos aceptación, no como un sinónimo de resignación, sino como esa capacidad de hacer las paces con nosotros mismos, nuestras imperfecciones y las de los demás. Y de la mano de la aceptación, propongo que nos deseemos valentía, no sólo para enfrentar las granadas que la vida nos lance, sino para vivir nuestra vulnerabilidad sin miedo y para tener el valor de ser auténticos en un mundo de clones.

Todavía podemos desear y brindar por anhelos distintos en este nuevo año, no podemos olvidar que el 31 de diciembre es una convención social. Astronómica,  geológica y biológicamente no sucede nada diferente cuando nuestro planeta pasa frente al sol en ese día y mes del año, que nosotros mismos decidimos contar y nombrar de esa manera: 31 de diciembre. El próximo 29 de enero comienza el nuevo año chino, el año de la serpiente, aprovecharé esa fecha y cambiaré mis deseos, haré un brindis distinto por el nuevo año chino.

El 29 de enero brindaré por la ambigüedad, por nuestra compleja existencia, porque seamos capaces de abrazar tanto la alegría como el dolor con aceptación y comprensión. Brindaré por la incertidumbre, puede llegar a ser mágico desconocer lo que viene. Brindaré por la impermanencia, la extraña belleza de lo efímero y liberarnos de la pesadilla que pueden ser algunos “para siempre”.

Y, sobre todo, brindaré para tener la sabiduría para aceptar que la existencia no se reduce a una fórmula simplista, a esa trinidad genérica de salud, amor y prosperidad. La existencia es un viaje lleno de matices, sorpresas y contradicciones, porque, al fin y al cabo, como dijo Woody Allen: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

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