Me encanta la vida y sus sorpresas. Como a diario me enseña cosas nuevas y me hace cambiar de opinión, mostrándome nuevas formas de ver a mi alrededor. La vida es fascinante, con sus altos y bajos. En muchas ocasiones no he tenido bajos, sino profundos abismos de los que no sé ni cómo salí. Bueno, tal vez sí, en ocasiones alguien que me ama lanzó una cuerda o estiró la mano para rescatarme. Y yo decidí tomar la cuerda y apretar la mano, porque siempre eres tú quien decide.

Hay dos tipos de abismos: uno en el que ingresas tú solito cuando no sabes manejar tu realidad y te pierdes, hasta a veces eres tú mismo quien cava el abismo y te lanzas dentro. Pero hay abismos que no eliges; te empujan a ellos la vida, las situaciones y las personas. Te patean al abismo, esas situaciones te toman desprevenida, por sorpresa, y cuando te das cuenta estás en lo profundo, de golpe contra el suelo y en la completa oscuridad.

He caído en muchos de esos abismos, la muerte de un ser querido, cuando me enfermé gravemente (de este abismo aún estoy saliendo), situaciones familiares, económicas, laborales… Lo importante es salir del abismo.

Una vez lo que hice fue cambiar de abismo. Cavé un túnel dentro del abismo en el que estaba y me metí en otro abismo diferente, que era menos profundo que el anterior, y fue así como salí de ahí. Una cosa loca, pero bueno, así fue.

La vida, con sus sonrisas y lágrimas… el paquete completo es lo que hace que vivir sea interesante. Aunque desde hace un tiempo siento mi vida en pausa, como cuando estás viendo una película y la detienes porque debes hacer otra cosa y luego se te olvida que tenías una película puesta. Bueno, así. Aunque mi vida no sería una película, más bien una serie con temporadas indefinidas. Algunas temporadas muy malas y aburridas, otras ilógicas, cuando terminas esa temporada dices, ¿Esta vaina qué fue? Y otras interesantes. Obviamente, nadie puso mi vida en pausa, fui yo misma.

Vamos a mitad de año y ya comencé a reflexionar sobre cómo ha sido. ¿Cómo me va con mis metas? Voy cojeando y, en ocasiones, arrastrándome, pero ahí voy. ¿Qué debo hacer para culminar aquellas a las que les falta poco? Ni idea, estoy como hundida en el lodo y no sé cómo abrir el camino. ¿Estoy contenta con la vida que llevo y con la persona que soy? Definitivamente no, ni con una cosa ni con la otra. Usualmente entro en esta sombría reflexión, pero se acentúa cuando cumplo años, cuando finaliza el año o cuando llega alguien a desordenarme la vida, a cuestionarme o, lo que es peor, a hacer que yo misma me cuestione.

En estos seis meses he tenido momentos en los que no he tenido tiempo para escribir y también momentos en los que no he podido escribir, aunque me sobraba el tiempo. A ver, siempre estoy escribiendo; me refiero a escribir sobre mi interior y sobre cosas de la vida. Momentos en los que estuve tan estresada que las palabras se escondieron de mí. Entré en momentos de oscuridad.

Luz y oscuridad. La gente malinterpreta el uso que le doy a estas analogías. Mis amigas rezanderas lo ven desde una perspectiva espiritual. Pero yo me refiero a luz y oscuridad en mi mente: momentos de claridad y consciencia, y momentos en los que estoy perdida e insegura.

Tengo una vida imperfecta, casi disfuncional. Bueno, no casi, disfuncional, y sinceramente no sé si quiero ser funcional. He estado llena de emocionantes desafíos, dificultades que me hacen recorrer nuevos senderos en los que he aprendido mucho. He entendido que está bien que las cosas no sean fáciles. La vida te obliga a ser persistente, paciente, creativo, audaz y a enfrentar tus miedos. Eso sonó a un libro de Paulo Coelho.

Dicen que la vida es un regalo. ¿Lo merecemos? ¿Lo merezco? No lo sé. No podría definir la vida como un regalo. Pero somos afortunados de tener esto que se llama vida; para bien o para mal, aquí estamos.

Hoy estoy llena de decisiones aplazadas. Cosas que debí hacer hace mucho tiempo, pero siempre encontré una excusa para evitarlas, para no convertir en acciones esas decisiones que ya había tomado. Soy la reina de la procrastinación en los aspectos más íntimos de mi vida. Desde hace días decidí no aplazar ninguna y afrontar esas decisiones, esos cambios que debo hacer en mi vida y en mí misma. Necesitaba un empujón, entonces me acordé de un vídeo donde una niña pasa su mano por su espalda y se empuja a sí misma para deslizarse por un tobogán.

Y les cuento, cuando terminé de escribir esto en mi cuaderno y lo leí, me dio una punzada en el pecho. ¿Esto ya lo he escrito antes? Creo que sí. Tenía esa sensación de que ya había escrito estas palabras. La historia del abismo y el banal párrafo de mis cuestionamientos existenciales. “Ya todo esto lo escribí”, pronunció mi mente, y fue cuando recordé una historia que había transcrito en mi cuaderno de cuentos de otros. Una historia que me encanta y que en la adolescencia me hacía fantasear con ella y todas sus posibilidades. Se las comparto fragmentada, de modo resumido, para dejarles la curiosidad de que la busquen y la lean completa. Les comparto la parte que concierne a este escrito.

Se llama “La serpiente que se muerde la cola”, de Amado Nervo. Y comienza con un señor enfermo que va donde un médico porque se siente preocupado, vive en un déjà vu constante, siente que todo lo que vive ya lo vivió, recuerda como si ya lo hubiera hablado, comido, vivido, todo… El médico le da dos posibles razones por las cuales eso le sucede. Les comparto textualmente la segunda razón:

“La segunda explicación es un poco más honda… Nos la da todo un sistema filosófico, cuyos patrocinadores han sido hombres de la talla de un Federico Nietzsche, un Gustavo Lebón y Blanqui. Puede sintetizarse así: Dado que el tiempo es infinito, y que el número de átomos de que se compone la materia es limitado, se deduce que los mismos sistemas de combinaciones deben fatalmente reproducirse; es decir, que el sistema de combinaciones que, al cabo de más o menos milenarios, le permitió a usted nacer y vivir, tiene que volverse a dar a fortiori, al cabo de un número n de siglos, de milenarios, de periodos, de ciclos, de lo que usted guste, ya que, matemáticamente, esas combinaciones, por numerosas que usted las suponga, no son infinitas. ¿Me entiende usted?

__ Sí doctor, perfectamente, pero eso que usted dice es estupendo.

__ Estupendo y lógico, amigo mío.

El gran Flammarión, en una de sus más sugestivas páginas, supone que, dada la infinidad de mundos, puede formarse en la infinidad del espacio un planeta idéntico al nuestro, donde acontezcan idénticas cosas; que pase por idénticos periodos geológicos, para reproducir la historia de los hombres, sin una tilde de menos. En ese planeta vuelven a guillotinar a Luis XVI, el 21 de enero de 1793.

… Pero no es necesario ampliar la hipótesis. La teoría ortodoxamente científica, absolutamente matemática de lo limitado de las combinaciones atómicas, nos lleva, aún sin salir de este mundo que habitamos, a la inevitable conclusión de que el concurso de hechos infinitamente pequeños que, dadas tales o cuales circunstancias produjo al hombre llamado Pedro o Juan, ha producido ese mismo hombre n veces en la sucesión de los tiempos … y lo producirá todavía. Así pues, usted como yo, como todos, ha vivido, quién sabe cuántas veces, la misma vida, y la ha de vivir aún, en el eterno recomenzar de los siglos, simbolizado por la serpiente que se muerde la cola…”

Las combinaciones atómicas de la Diana Patricia de hoy están volviendo a escribir esto que otras veces escribió en diferentes sucesiones de tiempo. Somos la serpiente que se muerde su propia cola o somos una escama de esa serpiente llamada Uróboros.

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