Ayer una señora se coló y me quitó el puesto en la fila del supermercado. Este incidente me recordó una historia que escuché hace días, una historia con una moraleja dudosa:

“Había un señor dueño de una finca. Una mañana temprano, llegó un jornalero a pedirle trabajo y le ofreció trabajar 8 horas por 10 pesos. Al mediodía, llegó otro jornalero pidiendo trabajo y le dijo que le trabajaría 3 horas por 50 pesos. El dueño de la finca aceptó.

El primer jornalero le reclamó al terrateniente porque le parecía injusto que le pagara 50 pesos por 3 horas de trabajo al otro jornalero. El dueño de la finca le contestó que la culpa fue de él por no ser más ‘vivo’ y cobrar más dinero por menos tiempo de trabajo”.

Según quien contó la historia, la moraleja es que hay que ser más “vivos” y cobrar más para que no aparezca otro más vivo que tú.

Sin embargo, me parece que esa no es la moraleja correcta. El primer jornalero pidió trabajo y cobró lo que honestamente costaba su labor. El segundo jornalero, aprovechado y avivato, cobró más dinero por menos tiempo de trabajo, estafando al dueño de la finca, quien al parecer es un tonto al que le gusta regalar su dinero.

En esta historia se premia la viveza y la estafa, y se castiga la honestidad. Esta situación no es solo una anécdota, sino que refleja nuestro diario vivir.

Cuando la señora me quitó el puesto en la fila, no me quedé callada. Le dije que no fuera tan irrespetuosa, que tuviera un mínimo de educación y me devolviera mi lugar. También le pedí a la cajera que no la atendiera, porque quien seguía era yo. La cajera se hizo la sorda y atendió a la señora maleducada. No discutí más porque estaba en modo namasté y no quería confrontaciones.

Cuando la mujer que me robó el puesto se iba, me dijo cínicamente: “De malas, eso te pasa por estar distraída y no andar pilas”.

¿Distraída? Estaba haciendo normalmente una fila. Hasta ahora me entero de que, haciendo cola, tengo que estar alerta para que no me roben el puesto.

Lo peor de todo es que estos comportamientos son festejados, y ser un “vivo” es considerado una cualidad y no un defecto.

Álvaro Vargas Llosa, en su libro “La fauna política latinoamericana: neopopulistas, reyes pasmados e insoportables”, habla sobre la “cultura de la viveza”, manifestando que es una característica social muy arraigada en Latinoamérica. Para él, es un síntoma de sociedades donde existe desconfianza en las instituciones y una debilidad legal. Vargas Llosa explica que cuando los ciudadanos perciben que las “reglas del juego” (sean legales o convenciones sociales) son injustas e ineficaces, la tentación de “ser vivo” se convierte en una estrategia de supervivencia.

Vargas Llosa manifiesta en su libro que la astucia y la viveza se consideran como una respuesta adaptativa a un entorno hostil. Sin embargo, también hace énfasis sobre los peligros de la corrupción y la falta de ética en esta cultura de la viveza.

Al analizar lo expuesto por Vargas Llosa, la “cultura de la viveza” sí puede ser una capacidad de adaptación y supervivencia dentro de una sociedad sistemáticamente injusta y sin equidad; pero, por otro lado, arraiga en la población una inclinación hacia la deshonestidad y la corrupción, que transciende el entorno de la supervivencia y comienza a considerarse un “hábito útil” para buscar el beneficio propio pasando por encima de los demás, sin ningún principio ético y moral.

He escuchado siempre que dicen “tienes que ser el más vivo” o “mi hijo es el más vivo del colegio”. Pero, ¿quién es “el más vivo”?

* El que es capaz de quitarle el puesto a otro, colarse en la fila, irrespetando el tiempo y el derecho de los demás.

* El que estafa, cobrando más de lo que cuesta, engañando, o vendiendo que probablemente no esté en un óptimo estado y tú no lo sabes.

* El trepador que, para alcanzar una posición, pasa y pisa a todo el que puede sin ningún dolor moral.

* El adulador que, a punta de hipocresía, se gana a las personas solo por el mero interés de obtener algo.

* El más bravucón o bravucona que, a punta de gritos, agresividad y mala actitud, se quiere imponer porque “tiene carácter”.

* El oportunista que vive del “papayazo” para obtener algo “gratis” o más barato cuando no lo es.

Este tipo de comportamientos los vemos a diario. Por ejemplo: cuando el taxista le cobra más al turista porque no conoce las tarifas, cuando en Cartagena le cobran un almuerzo a un turista cinco veces más de lo que realmente vale, o cuando una mujer sin educación te quita tu lugar en la fila.

Por fortuna, yo no soy “la más viva” ni lo quiero ser. Todos los días trabajo e intento ser respetuosa y decente, sin dejarme de nadie, pero sin pasar sobre nadie para obtener algo.

En una sociedad que se premia la “cultura del más vivo”, se desincentiva la honestidad. Desmontar esta percepción cultural no es sencilla. Necesitamos una educación que promueva valores éticos y un compromiso colectivo por parte de la sociedad para rechazar estos comportamientos.

Debemos redefinir lo que consideramos como habilidades de “éxito”, comenzando con nosotros mismos, crear en nuestras vidas una cultura de integridad y respeto mutuo.

Ser “el más vivo” también es una forma de violencia.

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