De niña, me rebelé contra el tiempo. Tenía unos 12 o 13 años cuando decidí pelearme con él. Resulta que, a esa edad, ya había leído sobre Cronos y Aión y entendí que el tiempo es relativo, no como nos lo habían enseñado, casi como una regla que solo aplica a los seres vivos de este planeta, y que no nos afecta a todos por igual. La historia de Cronos y Aión es fascinante y me hizo ver el tiempo de otra manera.

Dentro del insondable universo, antes de que todo tomara forma, ya existían dos deidades, dos hermanos: Cronos y Aión. Ambos son los dioses del tiempo, pero cada uno representa conceptos opuestos y diferentes del tiempo.

Cronos es el más popular, y es el tiempo lineal, ese que avanza inexorablemente hacia adelante como una línea recta, segundo a segundo. Es el tiempo que le da melodía a los relojes, el tic-tac. Cronos nos recuerda nuestra mortalidad y lo fugaz de nuestra vida. Es una deidad temible; por miedo a ser destronado, devoraba a sus hijos, y su reinado fue de miedo e incertidumbre.

En cambio, Aión es el tiempo eterno, ese que existe en el universo, más allá del principio y el fin. Aión es el tiempo cíclico, que se repite constantemente, como las estaciones del año que se suceden, pero nunca son iguales cada año. A diferencia de Cronos, Aión simboliza la sabiduría, la eternidad y la armonía universal. Mientras Cronos encarna el terror y la incertidumbre, Aión es tranquilidad, contemplación, un tiempo que fluye sin angustiarse ni apresurarse.

Ambos son dioses del tiempo, pero de naturaleza completamente opuesta. Cuando Cronos toca a los humanos, produce miedo a la muerte y obsesión por el futuro. En cambio, cuando Aión los toca, genera aceptación del presente y confianza en el ciclo eterno de la vida.

Aunque de niña amaba esa historia, prefería pensar que el tiempo es un invento nuestro, y decidí negar a Cronos. Me convencí de que, si lo ignoraba, no correría igual para mí. Si lograba sacar el tiempo de mi vida, las manecillas no girarían de la misma manera, ni con la misma rapidez con la que se movían para otros mortales. Así evitaría, como dice Shakira en una de sus canciones, “que el insulto del reloj acabe de planear mi fin”.

Tenía un reloj (tengo, porque todavía existe) que me regaló mi papá cuando tenía unos 6 años, y a los 12, cuando me peleé con el tiempo, decidí jamás usarlo. Como dice Shakira en otra de sus canciones: “jamás uso reloj”. Siempre he sentido que llevar el tic-tac en la muñeca es como llevar una bomba sincronizada con los latidos de tu corazón, contando los minutos que faltan para que se detenga. El reloj en tu muñeca cuenta las horas que te quedan respirando en este mundo.

Fue cuando murió mi papá que empecé a disgustarme con el tiempo. Estaba furiosa con Cronos, y rompí definitivamente relaciones con él a los 12 años. No más relojes, no más tiempo en mi vida. “Te voy a ignorar, Tiempo”, escribí en uno de mis cuadernos.

En la historia del rey Arturo y Merlín, hay una diosa llamada Mabet. Ella era fuerte y poderosa, controlaba el destino y la vida de todos; su magia era insuperable. Pero un día, un mortal descubrió que ella existía porque la gente la recordaba. Ella y su magia se nutrían de las oraciones que le hacían, de las ofrendas y del miedo que le tenían. Cada vez que alguien la nombraba, que un humano pensaba en ella y pronunciaba su nombre, Mabet se volvía más poderosa.

Mabet era inmortal; no había forma de matarla, pues era una diosa. Sin embargo, ese mortal descubrió la manera de hacerla desaparecer: había que ignorarla, nunca más nombrarla, borrarla de la historia, de la mente y de las palabras. Así fue como Mabet murió o desapareció; la aniquilaron al ignorarla.

Cuando era niña y leí esa historia, se me ocurrió aplicar la misma técnica al tiempo, al temible Cronos. Pensé: si no lo veo, si no lo nombro, si no lo pienso y se me olvida que existe, el tiempo desaparecerá de mi vida. ¡Cuánta inocencia!

Ignoré a Cronos durante muchos años, aunque, en el fondo, a medida que crecía, era consciente de que el tiempo no desaparecería de mi vida. Sin embargo, una parte de mí pensaba que debía ser constante; no se le gana la pelea a Cronos tan fácilmente. Todavía hoy no uso reloj y miro la hora solo cuando es estrictamente necesario. Llevo el tiempo conmigo a la fuerza, en el teléfono celular.

No me he reconciliado con Cronos y no tengo intención de hacerlo. Aunque peleo sola contra el tiempo, él no está enojado conmigo; seguramente ni siquiera se ha percatado de que existo y que estoy enojada con él. En la inmensidad del universo y en el centro de la eternidad, para él no soy más que un insignificante grano de arena. Aunque no se puede subestimar el poder de un grano de arena, puede causar muchas molestias si te cae en un ojo.

A veces siento que, cuando miras la hora constantemente, parece que el tiempo pasa más rápido, y nunca me ha gustado la rapidez del tiempo. ¿Habrá alguien a quien le guste que el tiempo pase más rápido? Supongo que habrá situaciones en las que sí.

De niña, cuando conocí a Aión, también comprendí que el tiempo no es una línea recta. No me parece que sea un círculo; es cíclico, pero en forma de espiral. En esa época, me imaginaba que podía circular en la espiral a mi antojo; para mí no existían los conceptos de pasado, presente y futuro, los entendía todos como un mismo espacio en el que podía fluctuar. En mi mente, pensaba que podía moverme por la espiral a mi antojo, y desde esa época amo las espirales y detesto las líneas rectas.

Algunas de las cosas más interesantes e importantes del mundo tienen forma de espiral: el tiempo, el ADN, las ondas sonoras. Nada de lo que conforma el mundo es una línea recta. Tu corazón late en ondas; cuando se convierte en una línea recta, es porque ha dejado de latir. El horizonte es un espejismo; lo vemos como una línea recta que tiene fin, pero en realidad, el horizonte es oblicuo e inesperado.

Entonces, cuando era niña, me sentaba a imaginar el tiempo como una espiral. Cuando murió mi papá, quise caminar por la espiral del tiempo hasta el momento antes de su partida, pero no supe cómo. Fue entonces cuando entendí los conceptos de pasado, presente y futuro, y también que hace falta mucho más que tu mente para caminar libremente por la espiral del tiempo.

Desde niña, suelo darle vida a lo que se supone que no la tiene; escribo cuentos otorgando alma y vida a lo inanimado. A lo largo de mi vida, he escrito muchos cuentos sobre el tiempo, les regalo uno:

Eterna envidia

La eternidad, un día, se aburrió del tiempo; le tenía envidia. Hablando consigo misma, mientras observaba la danza de las galaxias, se dijo: “Todos los humanos, todos los días, hablan del tiempo, cuentan las horas, minutos y segundos. Su vida gira alrededor del tiempo. ¡Hasta celebran el paso del tiempo en sus vidas! ¿Por qué?”

La envidia la invadió. Ella, la eternidad, majestuosa, asombrosa e inalcanzable… ¿Cómo es posible que los humanos no la veneren, que no sea más popular que el tiempo?

“¿Qué pasa si hago desaparecer al tiempo?”, se preguntó la eternidad. Entonces fraguó un plan para acabar con él. Como la eternidad es tan glotona, decidió comerse al tiempo. Un día, mientras el tiempo giraba y danzaba con el sistema solar, la eternidad se hizo inmensa, tan grande que abrió sus fauces y se tragó al tiempo. No tuvo ni que morderlo, ni siquiera lo degustó; la eternidad se lo tragó de un solo bocado, pero el tiempo no murió.

Desde ese día, el tiempo vive atrapado dentro de la eternidad, y dicen que allí se quedará para siempre. ¿Quién va a ir a rescatarlo? ¿Cómo sacas al tiempo del estómago de la eternidad? Actualmente, la eternidad sufre de reflujo gástrico; tiene millones de relojes haciendo tic-tac, tic-tac, dentro de su estómago. Creo que, a estas alturas, la eternidad ya se ha arrepentido de haberse tragado al tiempo. Quizás algún día lo vomite”.

Albert Einstein cambió la forma como vemos el tiempo; se dio cuenta de que no solo existe Cronos, sino también Aión. Según su Teoría de la Relatividad, el tiempo no es una constante universal que se aplica de manera uniforme a todo lo que existe. El tiempo no es inmutable; todo lo contrario, es maleable y completamente susceptible a la influencia del espacio y la velocidad.

La teoría de Einstein hace que imagine el tiempo como un acordeón, que se expande y se contrae dependiendo de cómo bailamos la melodía del cosmos, de cómo nos movemos a través del universo.

El ejemplo clásico para explicar la Teoría de la Relatividad es el del viaje en tren: si vas en un tren que viaja acercándose a la velocidad de la luz, a medida que el tren aumenta su velocidad, el tiempo dentro del tren se vuelve más lento. Se ralentiza en comparación con el tiempo de las personas que están fuera del tren. Pero para ti, que estás dentro del tren, el tiempo parece transcurrir de manera normal. Miras tu reloj y el tic-tac sigue la misma aburrida melodía: las manecillas se persiguen unas a otras como siempre, para alcanzarse y comenzar de nuevo la carrera. Sin embargo, para las personas que te observa desde fuera, desde el andén de la estación, tu tiempo se ha ralentizado; estás como en cámara lenta. A esto se le conoce como “dilatación del tiempo”: cuanto más rápido nos movemos, más lento envejecemos en relación con aquellos que permanecen inmóviles.

Esto demostró que el tiempo no es absoluto, que Cronos no es el único que manda, y que el tiempo corre de manera distinta dependiendo de dónde te encuentres: dentro del tren se vuelve más lento, mientras que fuera del tren pasa más rápido, una manifestación de Aión.

Pero la Teoría de la Relatividad no se “detiene” ahí; esa todavía no es la estación donde se baja Einstein, ni otros científicos. El “espacio-tiempo” en presencia de una gran masa, que genera una fuerte gravedad, se curva, entrelazándose casi como una espiral (así me lo imaginaba de niña). Se forma una trenza entre el espacio y el tiempo. Es como si el tren, al pasar cerca de una inmensa montaña, tuviera que reducir su velocidad para sortear una pendiente. Esto es conocido como “dilatación gravitacional del tiempo”, lo que significa que la gravedad también influye en el paso del tiempo.

Esto quiere decir que el tiempo no solamente es relativo en función de la velocidad, sino que también se ve afectado por la gravedad.

La película Interestelar nos muestra esto: en presencia de una fuerte gravedad, como la que se encuentra cerca de un agujero negro, Cronos prácticamente se detiene. Esto sucede porque la gravedad curva el espacio-tiempo, y el tiempo se estira hasta casi detenerse. El tiempo es elástico, como una trenza de chicle.

Todo esto hace que el significado del pasado, el presente y el futuro sea distinto. Dentro de la trenza del espacio-tiempo, el pasado, el presente y el futuro son hilos que forman parte de la misma estructura. El futuro ya existe, de alguna manera, en una forma que aún no comprendemos del todo. Y el pasado está presente al mismo tiempo, aunque indeleble e imperceptible para nuestros sentidos y para nuestra comprensión del mundo y de la vida.

¿Qué es el tiempo para nosotros, viajeros efímeros en este tren cósmico? Lo veo también como una danza entre la velocidad y la gravedad. No creo que sea un vals, demasiado lento. La melodía del universo no sigue un compás regular; es una sinfonía llena de impredecibles e infinitas variaciones. El tiempo es también la banda sonora de la existencia universal.

Uno de mis poemas favoritos es de Jorge Luis Borges, titulado El tiempo de Borges:

“Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”.

Una vez me pregunté: ¿Estamos hechos de tiempo? Y Borges me respondió con otro de sus poemas: “Tu materia es el tiempo, el incesante tiempo. Eres cada solitario instante”.

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