¿Alguien sabe por qué carajos las gallinas no vuelan? Esta pregunta me estuvo rondando en la cabeza varios días, hasta que tuve tiempo de preguntarle al todopoderoso Google. Pero todavía no les voy a dar la respuesta científica de por qué, aunque las gallinas tienen alas, no vuelan.
Antes de preguntarle al señor Google, en una noche de insomnio, los musos de la inspiración llevaron a mi cabeza la siguiente historia:
Hubo una época en que las gallinas elevaban vuelo hacia el sol, no como un cóndor o un águila, sino como una gallina libre, cacareándole al viento y mirando lo pequeño que se ve el mundo cuando estás volando entre nubes. Eran aves libres que despertaban al sol cada mañana para que saliera.
La vida no era fácil para las gallinas: tenían peligros, debían enfrentar riesgos, tomar decisiones (algunas que no eran sencillas), planificar su vida, trabajar en equipo, asumir desafíos, tomar las riendas de sus miedos y superarlos. De eso se trata el maravilloso regalo de la vida.
Eran felices, libres, autónomas, con criterio, exploraban lugares nuevos y construían su propio futuro.
Un día nefasto, un hombre capturó a un grupo de gallinas. Se dio cuenta de que esas hermosas aves libres le podían ser útiles, darle alimento (huevos), convertirse en comida y hasta servir de despertador.
Pero antes, tenía que domarlas, atar sus patas al suelo, doblegar su espíritu libre, convencerlas de que les ofrecía seguridad, alimento diario y un “hogar”. Convencerlas que era más sencillo y seguro vivir en una granja que libres por el mundo.
Ya no tendrían que tomar decisiones difíciles, alguien más “asumiría” la responsabilidad de decidir lo que era mejor para ellas. Se convirtieron en unas esclavas felices.
Las que no querían, las despiertas, aquellas que sabían que su naturaleza era volar y recorrer el mundo, a esas rebeldes les cortaron las alas y las encerraron en corrales oscuros.
Hasta que se les quebró el espíritu, se volvieron conformistas, las devoró el miedo y se quedaron atadas al suelo. Comida, abrigo y seguridad, ¿qué más podían pedir? ¿Y es que acaso cuando volaban entre nubes no tenían lo mismo? La diferencia era que en esos tiempos debían conseguirlo ellas mismas.
La siguiente generación de gallinas, las que nacieron en el corral, dejó de volar voluntariamente. ¿Para qué volar? No lo necesitamos.
La generación que siguió creyó que no podían volar, que sus alas eran inútiles, meros adornos. Y que la misión de sus vidas era poner huevos y convertirse en alimento.
De generación en generación se les fue olvidando que alguna vez volaron y fueron libres. Sus cuerpos se fueron adaptando hasta que, efectivamente, ya casi no podían volar.
Se convirtieron en hermosas y nobles aves doblegadas y resignadas a un destino que jamás fue para ellas.
La realidad científica de por qué no vuelan las gallinas está entre líneas. Si la quieren más clara, tienen la tarea de buscarla en Google. Por ahí dicen que las gallinas no vuelan porque pesan mucho, pero los albatros miden 1.30 metros, pesan 21 kg y surcan los cielos.
Diana Patricia Pinto
Comunicadora social y periodista, magister en Dirección de Empresas y Organizaciones Turísticas.
Autora de libros de cuentos y novelas infantiles, juveniles y para adultos. También es autora de libros académicos sobre turismo, comunicación y política. Escribe poesía vanguardista, autoayuda y reflexiones. Actualmente tiene trece libros publicados de diferentes géneros y temáticas.
Directora de Cartagena Post, portal informativo de Cartagena de Indias. Creadora del podcast Plétora.
Profesora universitaria por más de 15 años, en las áreas de comunicación y turismo en importantes universidades colombianas. Creadora de varios programas académicos innovadores en una universidad pública de su ciudad.
Tiene estudios superiores en Gerencia de Mercadeo, de proyectos y docencia universitaria.
Es columnista de opinión de medios de comunicación y portales hispanoamericanos.
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