Definitivamente, Gustavo Petro tiene el talente de jefe de oposición, pero no de gobierno. Como decía un eslogan publicitario, Petro en la Presidencia, “está en el lugar equivocado”. Su alma es de opositor visceral. Inclusive, hoy es opositor de su gobierno, de su equipo de trabajo, al que le endilga la responsabilidad del mal gobierno, mientras que el funge de genio incomprendido. Su escenario natural ha sido el Congreso donde, desde la oposición brilló por sus debates demoledores, más que por sus iniciativas legales. Su talante no es de constructor sino de
demoledor, propio de espíritus caudillistas, como lo fue Laureano Gómez. En las democracias esas figuras son necesarios, pero actuando desde el Congreso, no de la Presidencia.
En este remate de gobierno, el Presidente, su jefe, se ha convertido en su principal crítico, con sus interminables y deshilvanadas diatribas semanales, en los espectáculos televisados de unos supuestos consejos de ministros, que retratan de cuerpo entero el desgobierno que padecemos y la angustia de un Presidente que ve como su tiempo para gobernar se acaba mientras que, más que resultados de gestión, lo que tiene, para mostrarle al país, que ya entra en modo preelectoral, es gobierno de aprendices con un sartal de promesas incumplidas. Es la fórmula precisa para el fracaso: un Presidente iluminado dedicado a predicar un discurso catastrofista y sin soluciones, con unos ministros privados de la dirección del jefe del gobierno, de su jefe, que no tienen la experiencia para llenar, con acción e iniciativas, el vacío generado por un Presidente dedicado a
improvisar discursos apocalípticos y mesiánicos, dirigidos a una audiencia universal, que ni se entera de ellos. Nuestro iluminado presidente persiste en su misión de profeta iluminado, mientras que su verdadera responsabilidad y posibilidad como Presidente, de impulsar un proceso transformador, no discursivo, yace en el olvido e impotente, lo recuerda en la trifulca semanal con
sus inmediatos e ignorados colaboradores.
No creo que la plata del presupuesto le permita superar la decepción que su gobierno ha dejado en muchísimas personas que creyeron en sus promesas y votaron por él, que le cierra las puertas a la presidencia de la persona que la coalición del Pacto Histórico escoja como candidato, el próximo domingo. No les alcanzarán los votos huestes de sus huestes leales, que por lo demás, presentan
signos de división. Considero que su esperanza está en lograr aumentar las curules en el próximo Congreso, para consolidarse como una fuerza de oposición temible; tarea en la cual tienen la experiencia y el perfil que les faltó en la Presidencia. El punto está en que, luego de las elecciones no se pongan a buscar responsables por los resultados, hagan la autocrítica, como se dice en la izquierda, y realicen con seriedad la función democrática de la oposición y el control político, que necesitará Colombia y las fuerzas opositoras para madurar y consolidarse como oposición con vocación y capacidad de ejercer el poder. Ya no se alcanza a bala sino con una tarea de oposición seria y fundamentada, que le muestre a Colombia que son una fuerza política creíble, democrática y con propuestas de transformación, como lo reclama el País, los colombianos.