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Expandiendo el poder de cambio distribuido en la comunidad educativa

¿Cómo conciben actualmente las ciencias sociales esa capacidad de liderazgo que gravita en los miembros de la escuela? Conózcalo en esta columna del director de la Fundación Promigas. 

La escuela de hoy se debate entre dos conceptos de liderazgo: el jerárquico y el distribuido. El primero, alude a contar con la dirección de un líder o de varios líderes (héroes) para transitar con éxito el camino hacia la calidad educativa; el segundo, considera que el liderazgo debe ser una capacidad transversal de la escuela, más inclusiva y poderosa porque sabe aprovechar la fuerza de cambio distribuida en toda la comunidad, en la que también están incluidos los líderes escolares jerárquicos. Por su amplio espectro, esta segunda perspectiva cobra interés y fuerza en el poder de cambio distribuido en la comunidad educativa. Por ello, a continuación se buscará entender qué hay detrás de la noción de liderazgo distribuido.

El liderazgo distribuido debe entenderse no como un atributo individual, donde una persona (el héroe) con ciertas “capacidades innatas” guía a sus seguidores, sino como una capacidad transversal de la comunidad en la que el líder visionario es capaz de transformar la realidad que le rodea con el concurso de sus colaboradores. Sin embargo, aún persiste la idea de que los colaboradores son incapaces de transitar el camino solos, por lo que Foucault (1998) presenta otra perspectiva del poder: “el poder de verdad que permite volver inteligible su ejercicio no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes. El poder es omnipresente (…) se está produciendo a cada instante, en todos los puntos o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes” (p. 133).

Lea: Acompañamiento y cambio escolar: expandiendo el poder de cambio distribuido en la comunidad educativa. 

Llevado al contexto educativo, lo planteado por Foucault nos hace ver que hay un poder oculto en la comunidad, decir, que hay un poder plural y creativo distribuido en las organizaciones que, además, se ha mantenido en un segundo plano, asignándole erróneamente un carácter pasivo. Esta situación hace surgir el siguiente interrogante: ¿cómo conciben actualmente las ciencias sociales esa capacidad de liderazgo que gravita en los miembros de la escuela?

Una de las respuestas más acertadas a esta pregunta se encuentra en la obra El fin del liderazgo (Bennis, 2000), en donde el autor plantea que el tsunami de la complejidad y la incertidumbre del mundo económico actual hace trastabillar al líder superior jerárquico organizacional. Esta nueva realidad solo la pueden enfrentar las empresas acudiendo al poder de cambio de las personas que se encuentran en todas las áreas de la organización. Por su parte, la concepción de “coliderazgo” propuesta por Bennis y Heenan (2006) lleva a distribuir la toma de decisiones y liberar el poder que atesoran los sujetos en todos los rincones de la organización. Este poder es energía fundamental para desencadenar una acción y capacidad de convertir las intenciones en realidades.

En esta misma línea, Druker (2000) plantea que “la tarea del líder es desarrollar líderes…El jefe debe aprender a construir equipos en los que los especialistas tomen el liderazgo en el área que dominan con superioridad (p.87)”.

Como se puede ver, estos postulados sobre el liderazgo distribuido han estado gravitando con mucha fuerza en el mundo empresarial, pero ¿cómo se concibe este fenómeno en las organizaciones escolares? Uno de los primeros estudios sobre el tema hace evidente que el liderazgo en la escuela cambia de sujeto cuando cambian las problemáticas escolares quese pretenden resolver (Wilson y Corcoran, 1988). Es decir, resolver una problemática educativa particular exige el conocimiento y el poder de acción de un sujeto con unas capacidades muy concretas. (Elmore, 2000).

Otros estudios plantean que el liderazgo no sólo se ejerce sobre otros, sino también a través de otros, mediante un liderazgo facilitador (Lashway, 1995), lo cual deriva en la idea de liderazgo esparcido descrito por Bennett (et al., 2003). Con este nuevo planteamiento, el liderazgo fluye libremente en la comunidad porque define el poder de cambio que tiene cada individuo en un ámbito, ya sea local, institucional o de aula, o en una temática en particular, por ejemplo, en matemáticas o el currículo, teniendo en cuenta que el poder no lo da la tarea (por ejemplo, un maestro de matemáticas de primero de primaria), sino el conocimiento y las capacidades específicas que tiene el individuo en una determinada práctica social (la práctica de aula de matemáticas).

Es fundamental comprender que el libre flujo del liderazgo puede tener un efecto positivo cuando convergen hacia metas comunes y unas consecuencias desfavorables cuando coaliciona el poder esparcido en la comunidad educativa. De hecho, Leithwood et al. (2007) identifican ciertas formas de vinculación del liderazgo que se pueden organizar anárquicamente y otras que se pueden alinear espontánea e intencionalmente (planificadas).

Por último, es importante anotar que la libre circulación del liderazgo puede generar efectos negativos, y para minimizarlos es necesario que la comunidad educativa oriente, articule y coordine el poder de acción esparcido en la escuela hacia los grandes propósitos y metas organizacionales. De esta forma, el liderazgo distribuido se convierte en una poderosa capacidad transversal para cambiar la escuela y mejorar los aprendizajes de los alumnos.

El anterior recorrido sobre los diversos aspectos inherentes al poder de cambio distribuido en la comunidad educativa, y las condiciones actuales de la gestión de las escuelas en relación a la democratización y la autonomía, nos permite concluir que el liderazgo distribuido tiene una base favorable para su inserción y su desarrollo, lo cual potenciará la dinámica de cambio en los diferentes ámbitos de actuación de la comunidad educativa, a saber: la gestión institucional, la gestión la gestión pedagógica de aula, teniendo como eje fundamental el aprendizaje escolar.

Autor:

Julio Martín Gallego
Director Ejecutivo de Fundación Promigas

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