Palabra Maestra

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Escribir en la escuela

“Escribir es una de las formas que tenemos para estar atentos al mundo y a lo que nos pasa.
Escribir forma parte de una tentativa para ser parte del mundo de una forma más reflexiva,
más consciente, más plena, más intensa.”

Jorge Larrosa

El toque mágico de mi ejercicio de escritura no es cosa distinta a hacer un esfuerzo por mostrar a los demás, principalmente a los estudiantes y los docentes, mi propia experiencia como lector, como escritor, como ser humano. Cuando entro al aula de clases los estudiantes leen mi caminar, mi rostro, mi estado de ánimo; me siento como un actor que se la juega en cada representación para obtener el papel principal; sé que puedo trascender en sus vidas con lo que diga y con lo que haga, con mi ejemplo, y no escatimo esfuerzo ni recurso para intentar dejar huella. Es mi historia de vida la que llevo a cuestas, y es mi ser, la proyección de lo que soy, lo que permite la cercanía comunicativa con mis estudiantes. ¿Qué imagen de maestro deseamos proyectar?, es la pregunta que debe movilizar nuestro quehacer pedagógico si queremos romper con la queja sobre el desdibujamiento del lugar del maestro en la época actual.

Lo primero es crear el nexo afectivo generador de confianza con nuestros estudiantes y esto solo es posible desde la palabra viva. Experimentar las bondades del lenguaje desde el saludo, desde el diálogo sobre aspectos de la convivencia escolar, desde la conversación que indaga sobre los diferentes sucesos que acontecen en nuestro país y en el mundo, desde la reflexión sobre las problemáticas que ocupan nuestra cotidianidad, desde las preguntas que interpelan todo el tiempo a nuestro ser y a nuestra existencia misma.

Somos seres narrativos por naturaleza; por ello Ricoeur plantea “la necesidad de un gran rodeo por el imperio de los signos, de los símbolos, de las normas y por todas las obras que la historia de nuestra cultura ha depositado en nuestra memoria común”labor donde la escuela juega un papel fundamentalAsí que siempre cuento historias y jamás dejo de hacerlo; apegándome a los rituales, propicio espacios en mi programación semanal: “La hora de la reflexión”, “La palabra tiene la palabra” o «Soñando y escribiendo textos». Inicialmente soy el escritor o el narrador, más luego cedo mi rol a mis invitados especiales -los estudiantes, los maestros, los padres de familia…- que gustosos aceptan el reto, sin saber que ya han mordido un anzuelo del que ya no querrán liberarse.

Pero desmenucemos un poco más el asunto. Comienzo con relatos autobiográficos, abriendo las páginas de mi propia vida; reflexiono sobre mis raíces y reconozco con orgullo mis antepasados –bisabuelos, abuelos, padres-, lo que siento que de ellos llevo en mí. Cómo no recordar aquella época de mi infancia de niño asmático, cuando en lugar de salir a jugar fútbol con mis amigos tenía que entretenerme leyendo libros que me regalaba mi padre, entre ellos la revista Selecciones de Reader’s Digest y una colección literaria editada, en papel periódico, por el Instituto Colombiano de Cultura, que por aquel entonces tan solo costaba tres pesos.

Recuerdo los maestros que dejaron huella en mi formación, hago una semblanza de mi ingreso al mundo de la lectura y la escritura –al fascinante mundo de los libros- y termino hablando sobre mi vida actual: mis pasatiempos, mis sueños y lo que pienso sobre lo que pasa en el país.

Algunos no ocultan su cara de sorpresa cuando les cuento que de pequeño, antes de descubrir mi vocación como maestro, quería ser arriero como mi bisabuelo en las montañas del viejo Caldas o vendedor de periódicos cuando a la ciudad me trajeron. Miro sus caras de complicidad, muchos levantan la mano, quieren “contar”, los padres, qué querían ser de chicos y estos qué quieren ser cuando grandes. Culminadas las presentaciones, entrego copia de mi relato autobiográfico; con este texto modelo retomo los elementos característicos del texto biográfico y los invito a que lleven al papel sus propios relatos. Este es el tipo de experiencias de escritura que encuentran eco en los estudiantes: las que hablan de ellos mismos, de su percepción del mundo, de sus preocupaciones, de sus sueños…

Algunos maestros muestran recelo de compartir su historia de vida, entonces les propongo que se apoyen en biografías de escritores o personajes que han sido referentes positivos para el mundo. Se trata de construir esa mirada cronológica tan necesaria para comprender la importancia del estudio del pasado, de las realizaciones humanas, encontrando el hilo del tiempo que une la historia personal, familiar y local con los hilos que nos atan a una historia más general o universal.

Oralidad, lectura y escritura son formas del lenguaje con las que nos representamos y nombramos la realidad. Ellas van irremediablemente de la mano. El maestro actúa como un encantador de la palabra y tiene en sus manos regalar a sus estudiantes su prodigio maravilloso. Con sus palabras contagia humanidad, en sus historias recupera la vocación narrativa de los primeros pueblos como elementos fundantes -como el mito de Bachué, de Rómulo y Remo u otros-, incorpora en sus relatos el sentido de la vida en comunidad, con fuerza creativa modela su relación con la palabra y en sus acciones se confirma.

Ahora sí a contar cuentos, pero cada cuento tiene su cuento. Comparto de qué tradición literaria y géneros proceden, por ejemplo Las mil y una noches, Calila y Dimna, Las fábulas de Esopo, Los cuentos de la China milenaria, Los viajes de Marco Polo, Sidartha, El mundo de Sofía, El viaje al país de los números, enlazando la literatura con la filosofía, con las matemáticas u otras áreas del conocimiento, desde distintas épocas y lugares del mundo, incluida por supuesto la tradición oral colombiana.

La llegada a clase se convierte en un gozo por acceder a las maravillas que habitan en el gran océano de los libros. Está en nuestras manos inquietar a jóvenes y niños para que se sumerjan en sus profundas aguas en la búsqueda de sí mismos, descifrar con ellos esos referentes culturales que dan asidero al presente, interpretar juntos los graves problemas que convulsionan al mundo y ahondar en un acercamiento hermenéutico de nuestra realidad planetaria.

En el hablar hablando, en el leer leyendo y en el escribir escribiendo, no de otra manera se ingresa al mundo letrado. El maestro empieza narrando cuentos, los estudiantes relatan cuentos; el maestro declama poesías, los estudiantes recitan poesías; el maestro comenta los libros de la clase y los que lee en casa, los estudiantes comparten sus lecturas de colegio y de casa; el maestro propone exposiciones modelando primero cómo espera que lo hagan, los estudiantes hacen exposiciones. En consecuencia, es el maestro un atizador de las palabras y un referente para todos sus estudiantes.

Luego vienen las experiencias escriturales. Por ejemplo: entregar el inicio de un cuento para que todos lo continuemos; compartir la síntesis de un texto para estimular una experiencia creativa; leer mapas conceptuales y traducirlos a un escrito; comprender, en textos expositivos, la épica que explica la gesta del Libertador para trasladarla a un guión puesto en escena; etc. Si el maestro hace primero el ejercicio de escritura, la respuesta de sus estudiantes está garantizada, auténtica manera de multiplicar la motivación. “Nuestro maestro no dice lo que hay que hacer, él lo hace y luego nos convida a hacerlo”, es el imaginario que debemos forjar frente a nuestros estudiantes.

Considero que es innecesario seguir recitando al inicio del año el soso recetario de deberes y derechos formulados en el manual de convivencia. Por el contrario, este ha de ser resultado de mucho debate, y debe consolidarse por tanto como un constructo colectivo. Lispector exalta la vocación inasible y creativa de las palabras y con ellas reafirma su condición humanizante: “Solo me comprometo con la vida que nace con el tiempo y que crece con él”. Mastretta poetiza su compromiso con la existencia: “Yo me comprometo a vivir con intensidad y regocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el miedo ni por el olvido, ni siquiera por el tormento de una pasión contrariada.”

Escribo un texto en el que expreso a qué me comprometo como maestro y como ciudadano del mundo, muestro mi condición de espectador capaz de asombrarse y de sobrecogerse con lo que acontece a su alrededor, un ser que no marcha indiferente, que se interroga permanentemente, un ser que necesita de los otros, un maestro que es consciente de la obra delicada en la que participa. El texto termina con las palabras que motivan la propuesta de escritura: Y tú, ¿a qué te comprometes?

¿Qué sucede cuando alguien siente que ha hecho una creación meritoria? Desea compartirla para que otros reconozcan los atisbos de su espíritu creativo. Por ello debemos permitir la lectura en clase de las creaciones de los estudiantes; ese es el mejor estímulo para acrecentar su interés en la lectura y la escritura. “¡Es que se pierde mucha clase!”, podrían refutar algunos, pero este es un detonante hacia futuras propuestas de escritura que no podemos dejar escapar. Detenernos en sus producciones, hacer comentarios es mostrar interés en lo que escriben, es la oportunidad para construir una visión distinta de la lectura y la escritura, para practicar la intertextualidad poniendo en diálogo lo que escriben con lo que han leído o están leyendo en los planes lectores, relacionándolo también con la cantidad de películas disfrutadas y lo aprendido en las distintas áreas.

De entrada rompemos con el fantasma de la página en blanco porque tenemos siempre de qué hablar, en torno a qué fraguar producciones. Como diría Umberto Eco en Apostillas a El nombre de la rosa: “para crear un mundo primero hay que poblarlo, no existen los instantes de iluminación para crear una obra literaria, son la multiplicidad de lecturas y de textos los que van regalándonos la variedad de temáticas, de tramas, de sucesos, de otros mundos y de recursos que luego el escritor, como hábil artesano, sabrá hilvanar en sus creaciones”.

Debemos reconocer que nunca nos las sabremos todas. Si la poesía no está en nuestro campo creativo, pues está el mágico recurso de una buena selección de textos poéticos. ¿Cuáles son los poemas que me gustan y por qué? (Neruda, Barba Jacob, Silva, Whitman). Los podemos declamar, leer en voz alta de la pantalla para nuestros estudiantes, escucharlos en la voz de los poetas o de otros –no siempre los poetas tienen la cadencia o el tono que nos place-, disfrutar composiciones poéticas convertidas en canciones. Proponemos el trabajo en pequeños grupos para la puesta en escena de una poesía. Sorteamos nombres de poetas para que cada uno consulte y comparta sus poesías frente a la clase. Y de nuevo el anzuelo creativo: vamos a contestar al clamor del poeta, vamos a tomar unos versos prestados para iniciar nuestro propio poema, vamos a realizar una creación colectiva con la técnica surrealista del cadáver exquisito hasta llegar a hacer nuestra propia creación poética. Previamente hemos indagado las figuras literarias, sin masacrar la poesía en sus conteos métricos, en ese ejercicio fatigante con el que muchos maestros desencantaron a sus estudiantes de la poesía queriendo encontrar sentidos en cada verso. Finalmente, leemos y gozamos nuestras propias creaciones.

¿Para qué teorizar tanto sobre el texto noticia si la materia prima está a nuestro alrededor? Los estudiantes redactan noticias sobre lo que sucede en la escuela: sobre los proyectos o eventos que se encuentran en curso o están por realizarse, sobre las salidas pedagógicas u otros hechos ocurridos en la comunidad. En palabras de Larrosa: “Si pretendemos escribir desde la experiencia, solo podemos escribir lo que nos hace escribir, lo que se nos da a escribir, lo que de alguna forma concierne nuestra escritura, lo que de alguna manera se impone a nosotros, lo que de alguna manera nos importa, lo que nos exige escribir”.

Por esto debemos ir más allá, dar el giro que tanto gustaba a García Márquez: humanizar los hechos noticiosos a través de la crónica periodística, aproximarse a los personajes, indagar lo suficiente para ir al “detrás” de lo aparente. La crónica, un género a caballo entre el periodismo y la literatura, permite incursionar en los hechos cotidianos, en la vida que se juega en la calle, en el parque, en los recovecos de nuestro barrio, de nuestra ciudad, en las plazas de mercado, en ese otro mundo de la vida nocturna, en las márgenes de los habitantes de la calle y en los que han quedado atrapados por las distintas formas de degradación humana.

Basta acercarse a autores consagrados y aprender sus recursos, su estilo. Bajar la literatura de su pedestal y disfrutarla como apropiación de la realidad, que deviene a veces en tragedia o en comedia.

El problema con el ensayo -género híbrido que dialoga con los demás géneros, en el que el autor aparece de cuerpo entero y que permite el mayor despliegue de creatividad-  es que lo hemos convertido en una visión acartonada. Lamentablemente, algunos docentes terminan volviéndolo cuadriculado al ceñirse a su estructura de tesis, argumentos y conclusión, fustigando las veleidades creativas que se toman los estudiantes o pervirtiéndolo al exagerar su uso; ya los jóvenes esperan el balde de agua fría: ¡produzcan un ensayo!, como si se tratara de soplar y hacer botellas. “Menos es más”, esta expresión pone en cuestión el “activismo” al que se ven abocados algunos docentes; no se trata de saturar, se trata de que en cada texto se perfile la mirada del artista; como decía Eco, “quien contempla su obra, la desecha, la retoca, la reelabora y la va puliendo, poco a poco, hasta quedar satisfecho con su producto final”. Dos producciones por periodo es más que suficiente.

Los maestros compartimos la rúbrica con la que se valorará el texto. Utilizamos la coevaluación y la evaluación grupal. Se devuelven las producciones y viene la versión final. Es la cultura de los bocetos en arte, que en el ejercicio de la escritura denominamos borradores. Todo un trabajo juicioso que incorpora aspectos gramaticales, ortográficos y, especialmente, de cohesión y coherencia. Un trabajo que exige tiempo del estudiante y tiempo del profesor. Un trabajo pausado y reflexivo en el que se visualiza la intervención pedagógica y la autonomía que va ganando el estudiante en el monitoreo de su proceso de aprendizaje.

El diario personal y las bitácoras son excelentes pretextos para la producción escrita; su volumen no debe preocupar al docente, pues se trata de escrituras intimistas en las que pueden expresar: ¿qué veo?, ¿qué siento?, ¿qué quiero?, ¿qué me depara el futuro?, preguntas para aprender, para comprender y comprenderse, para reinventarse, para transformar el mundo…

He mencionado solo algunos tipos de textos, pero hay otros que son de buen recibo por los estudiantes: las cartas, los cuentos dibujados, las reseñas literarias, las historietas… Larrosa insiste en que no es la sapiencia del docente lo que arrastra al estudiante, sino “… lo que es, con su propia identidad moral como educador, con el valor y el sentido que le confiere a su práctica, con su autoconciencia profesional”.

En conclusión, lo que trasciende es la manera como el docente comparte lo que sabe y, especialmente, lo que es. El maestro que reflexiona sobre su práctica pedagógica, que no deja apagar su curiosidad por el conocimiento, que expresa su visión crítica de lo que ocurre en el país y en el mundo, que toma en cuenta las particularidades del contexto en que está inserta su comunidad educativa, que utiliza y demuestra las bondades de las redes virtuales, que lee y escribe para sus estudiantes, que exterioriza alegría cuando llega al aula de clase y que se entusiasma con las creaciones de sus estudiantes, es un maestro que ha hecho la mejor elección: su trabajo es su proyecto de vida y los estudiantes su aliciente cotidiano.

Bibliografía

Autor: 
Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016

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