Palabra Maestra

Publicado el Compartir Palabra Maestra

Educación mutua para el cambio social

La escuela es considerada una comunidad porque quienes hacemos parte de ella –estudiantes, padres de familia, directivos y docentes– compartimos un mismo propósito: la educación de nuestros niños y jóvenes, una formación en valores y en habilidades para vivir en sociedad. A esto lo habremos de llamar educación mutua.

Tenemos en nuestras manos una misión que exige trabajo en equipo entre adultos. Si este trabajo colaborativo no se da, no alcanzaremos los resultados esperados y nuestra tarea será infructuosa. Observo con preocupación situaciones que se presentan cotidianamente en nuestra institución y que corresponden a la labor de los padres. Me refiero a hábitos y pautas que deben darse desde el hogar y que la escuela debe reforzar.

La base para la formación de hábitos es la casa. Los niños aprenden en el hogar costumbres de higiene, alimentación, autocuidado, organización y estudio, bajo la dirección y el cuidado amoroso de sus padres. Un filósofo español llamado Fernando Savater afirma que los hijos son como la higuera que necesita de una base firme y segura para crecer. Los hijos necesitan algo en que apoyarse, alguien que los llene de amor y los acompañe en su iniciación a la vida. Esos primeros años son definitivos en la interiorización de buenos hábitos y normas. Los padres son irremplazables en esto de entregar a sus hijos lo que ellos representan. Los queremos y por ello les damos lo mejor de nosotros mismos. Somos el espejo en el que ellos se ven, ese modelo les ayuda a crecer, a convertirse en mejores seres humanos.

Lo peor que le puede pasar a cualquier ser humano es ser dejado en orfandad; es decir, que teniendo padres, estos no asuman el papel que les corresponde y entonces queda inerme e indefenso. Este es el niño que encuentra en la calle, en sus amigos –generalmente los más trasgresores– el ejemplo a seguir. Si como padres de familia aseguramos la formación de nuestros hijos y seguimos acompañando su proceso educativo, no tendremos nada que temer, ya los hemos equipado con lo mejor de nosotros mismos. Habrán interiorizado unos principios éticos y podrán enfrentar los problemas que implica vivir en comunidad. Estos son padres que no esperan que sea la escuela la que siembre hábitos y valores, porque ellos ya han dejado la semilla. Son padres que están dispuestos a seguir regándola y, de la mano con la escuela, seguir al pie indicando a sus hijos la senda del buen vivir.

Dice la sabiduría popular que “ser padre no es simplemente traer hijos a la vida… ser padre es hacerse responsable de su crianza”, de su formación, de asegurarles una vida digna y de proporcionarles una caja de herramientas que les permita, en un futuro, hacerse a unas alas y remontar su propio vuelo. Los viejos decían “árbol que nace torcido…” para referirse a hijos que han padecido la ausencia de normas en su casa. Es urgente que repensemos qué tipo de padres somos y que reflexionemos de qué manera acompañamos a nuestros hijos en su formación.

Una antigua frase publicitaria increpaba a los padres de familia: ¿Sabe usted dónde están sus hijos en este momento? Yo agregaría otras: ¿qué tanto sé sobre lo que mis hijos sienten, quieren y sueñan? ¿Hablo realmente con mis hijos o me tranquilizo porque están ocupados con su dispositivo electrónico? ¿Mantengo unos rituales básicos alrededor de los espacios de desayunar, almorzar y comer junto o, por el contrario, cada uno lo hace “en su tiempo” y “en su lugar”? ¿Tienen espacios adecuados y tiempos acordados en casa para que puedan ellos dedicarse a sus deberes y tareas luego de salir del colegio? ¿Comparto espacios de esparcimiento con mis hijos, un documental, un libro, una buena película e intercambiamos opiniones en el grupo familiar? ¿Al levantarnos o al acostarnos usamos frases que les hacen saber lo importante que son para nosotros? ¿Nos aseguramos que tengan todo listo para ir apropiadamente al colegio: lo que corresponda al horario o uniforme? ¿Damos vuelta para verificar que sí se han quedado dormidos? ¿Los interrogamos cuando observamos un rostro trasnochado o cuando comenzamos a observar cambios en su estado de ánimo o en sus actitudes? ¿Abrimos espacios de diálogo o, por el contrario, nos limitamos a castigar?

No basta traerlos al mundo”, como dice la canción de Franco de Vita, ni que los llenemos de cosas. Los hijos piden a gritos el afecto, las palabras precisas y el acompañamiento permanente de sus padres. Cuando no les dedicamos tiempo sino que “compensamos” esa falta, llenándolos de regalos y satisfaciendo sus caprichos, estamos tomando el atajo y estamos enviándoles un mensaje equivocado: “La felicidad está en el tener”, cuando la mayor felicidad está en el tenernos, en el saber que otros se preocupan por mí, cuando otros se sacrifican por estar “a mi lado”.

Están los otros padres, los que pretenden ser “los amigos” de sus hijos. Estos terminan aplaudiendo sus arrebatos de grandeza, y en su afán de ser “buenos panas” les permiten ingresar tempranamente en el mundo de los adultos. Aquello que está pensado para que se descubra, se valore y se disfrute en cada etapa de la vida, estos “padres amigos” deciden entregarlo en la niñez o en la adolescencia. Son los padres que proveen al niño con la última marca de celular, no restringen su uso, les entregan las llaves de su vehículo, les permiten “una probadita” de bebidas alcohólicas y hasta los dejan ir a fiestas sin percatarse a dónde y con quiénes van. Amigos encontrarán por montones en la vida, pero padres solo tendrán los que tuvo la suerte de tener.

Pero faltan los malos padres, aquellos que constituyen el peor ejemplo para sus hijos. Los que en lugar del diálogo abrevian con el rejo en la mano, dan maltrato físico a su pareja, se embriagan y son el pánico del hogar cuando llegan a casa. Se trata de “padres fantasmales”, porque nunca están cuando se les necesita y cuando están, provocan miedo a los integrantes del grupo familiar. Los “padres amigos” y los “padres fantasmales” no saben de límites, no entienden que su papel es servir de muros y de faros a sus hijos, muros para hacerles comprender lo que es adecuado o inadecuado, hasta dónde pueden ir, y faros para mostrarles el preciado mundo de la cultura, para regalarles el gozo de aprender, para ingresarlos en los misterios y los prodigios que encierran los libros, para indicarles el uso enriquecedor de la Internet y, en fin, para regalarles una visión esperanzadora de la vida.

No esperemos que las tragedias, por ausencia de los padres, toquen la puerta de nuestros hogares. Las noticias son alarmantes y cada vez se sienten más cerca de nuestros entornos familiares. Jóvenes que por las redes virtuales “conocen” a alguien, se citan en cualquier lugar con consecuencias funestas para los menores de edad. Niños y jóvenes que en una interconectividad exagerada y bajo la presión de sus compañeros y “amigos” siguen los retos de juegos salidos de los cabellos que terminan en la autoagresión o en la muerte. Van desde el cutting –cortes en la piel– montaje de fotos que se comparten alegremente, las famosas selfies en el borde de un muro, o peor aún, fotos de niños y jóvenes desnudos, hasta niños que, siguiendo el reto, atentan contra su propia vida. El premio es ganar un “me gusta” de cientos de seguidores. ¿Por qué un niño o un joven deben buscar la “aprobación” en estos juegos virales? Esto denota que los padres han cedido su lugar o no han intervenido oportunamente. ¿De qué otra manera se explica que un niño o un joven amado, y bien direccionado, de repente aparezca con actitudes suicidas?

Queridos padres de familia, en esta labor de educar necesitamos ir de la mano y, hoy más que nunca, es fundamental que haya mayor compromiso con los hábitos, pautas y principios éticos que se siembran en casa. Si no claudicamos en este papel, tengan por seguro que la labor continuada en la escuela tendrá frutos. Son demasiadas las amenazas que rodean nuestras comunidades, entre ellas el consumo de drogas psicoactivas, la pertenencia a bandas con prácticas violentas, los casos de bullying y los casos de ciberacoso. Todos estos tienden a multiplicarse. Es importante retomar e insistir en esta tarea formativa y mantener una comunicación fluida con el colegio. No se trata de matricularlos y ya, no se trata de recibir los informes con novedades numéricas. ¡No! Es fundamental hablar sobre los cambios que evidenciamos en nuestros niños y jóvenes. Conociéndolos sabremos cuándo algo pasa en sus vidas. ¿Por qué no hablar al respecto? ¿Por qué no intervenir a tiempo?

Educad al niño y no será necesario castigar al hombre”, decía Pitágoras. Prefiero el famoso refrán “de tales padres, tales hijos”, o si se quiere “por tus hijos se hablará de ti”. Queridos padres de familia, este es un llamado amoroso para que revisen su rol en la formación de sus hijos y para que no aflojemos en el cuidado, las normas y los límites que ellos esperan de nosotros. Lo que se haga a tiempo, todos los días, con afecto, es lo que constituye los hábitos para navegar por la vida. La actitud más cómoda es dejar a los niños a su libre albedrío y culpar a la escuela de lo que debió sembrarse en la casa. El cuidado vigilante nuestros hijos lo agradecerán por siempre. Los invito a que sigamos trabajando en equipo por su bienestar, por el nuestro y del país.

 

Escrito por
Gran Rector Premio Compartir 2016

Comentarios