¿Puede el azar, la cadena infinita de causas y efectos, ensañarse tan descarnadamente sobre una nación? ¿Cuáles son las probabilidades de que lo haga una y otra vez sobre la misma?
La coincidencia de eventos fortuitos calamitosos y calamidades sociales históricas en Haití lo ponen a uno a pensar.
Haití es el país más pobre de América. Tiene 9 millones de habitantes. Queda en el tercio occidental de la isla caribeña La Española. En la porción oriental de esa misma isla está República Dominicana. Hace varios años cuando viajé a República Dominicana la frontera entre los dos países era visible desde el aire. De un lado pasto verde y campos de golf, del otro desierto.
Todos los indicadores objetivos confirman esa percepción a vuelo de pájaro: La mayor mortandad infantil de América; el indice de pobreza más alto del continente; y casi la mitad de la población es analfabeta.
Y ahora los azota un terremoto de 7 grados en la escala de Richter. Cientos de miles se temen muertos. Colapsaron colegios, hospitales, el palacio presidencial, la casa del Presidente, la Catedral, incluso el edificio de la ONU.
Es normal que los desastres naturales por su naturaleza azarosa, impredecible y catastrófica lleven a la gente a mirar al cielo y buscar respuestas en el más allá. Sin embargo, hasta este terremoto me había sentido inmune a esa tendencia. Suelo guardar los momentos de debilidad metafísica para mis desastres personales. Pero lo de Haití me pone a dudar sobre ese algo en el más allá. Algo maligno e injusto. ¿Existe una cadena de coincidencias tan retorcida? ¿Puede el azar, la cadena infinita de causas y efectos, ensañarse tan descarnadamente sobre una nación? ¿Cuáles son las probabilidades de que lo haga una y otra vez sobre la misma?
Pat Robertson, un evangelista radical estadounidense, dijo al día siguiente de la tragedia que el terremoto era el resultado de un pacto del pueblo haitiano con el diablo. “Desde entonces han estado maldecidos con una tragedia tras otra,” dijo Robertson en televisión.
Rescato de las declaraciones de Robertson la duda metafísica. La necesidad de buscar una explicación. Más allá de la candorosa hipótesis– presentada como verdad– sobre un pacto diabólico, la explicación de Robertson es el reflejo de que algo no encaja.
Esa falta de continuidad, esa excepcionalidad, no lleva necesariamente al diablo. A mí me deja a medio camino con la sensación de escalofrío y duda. Con Haití, como dijo Obama, compartimos un sentido de humanidad, y deje de contar. No compartimos su mala suerte, no compartimos su trágica historia, no compartimos su miseria generalizada.
Lo pone a uno a pensar…