Narices dilatadas

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Entre un abogado y un relacionista público: Un cuento del ex portavoz de la CIA

Hace unos días vino a una de mis clases Bill Harlow, portavoz de la CIA desde el 97 hasta el 2004, y relató el episodio de un líder que tuvo que decidir entre el consejo de su abogado y el de su relacionista público.

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Bill Harlow, ex portavoz de la CIA

 

Para dar un poco de contexto, Harlow manejó la las relaciones públicas para la CIA durante el 11 de septiembre, y las guerras de Irak y Afganistán, y antes de eso había trabajado para la Casa Blanca y la Marina en la era Reagan.

Durante su servicio en la CIA trabajó de cerca con el controvertido George Tenet, quien según se supo después, fue el funcionario que le aseguró a Bush que sí había armas de destrucción masiva en Irak; o al menos eso fue lo que quedó implícito luego de que Tenet renunciara en el 2004, como el chivo expiatorio del desastre en Irak.

La historia, real, tiene como protagonista a un líder en una encrucijada, el Comandante de la Marina de los Estados Unidos tiene que decidir entre el consejo de un abogado y el de un relacionista público. El asunto que llegó a su oficina empezó en una convención de la Aviación de la Marina en las Vegas, donde, como buenos marinos, convinieron emborracharse hasta la estupidez. La expresión, en esta ocasión, es bastante literal, pues un grupo de estos corajudos muchachos manoseó a una de sus compañeras hasta casi violarla en uno de los corredores del Hotel Hilton. (En una declaración posterior la mujer contó que cuando la tenían trinchada pidió ayuda a un oficial que estaba pasando por ahí y que el tipo se volvió, pero a cogerle las tetas con una sonrisa dibujada en su cara).

Teniente Paula Coughlin. La única de la decenas de víctimas que denunció la manoseada.

 

 

Tenemos ahora a una marina manoseada por varios de sus colegas que acude a su oficial, un mando medio, con la esperanza de encontrar justicia para su caso y simpatía hacia su causa. Su denuncia no es bien recibida. No sé si le dijeron que era culpa suya haberse dejado violar, o que eso era costumbre de la Marina– Harlow no elaboró en este punto, pero en los reportes de prensa de la época la víctima dijo que su respuesta fue “Pues, eso le pasa por meterse en un corredor lleno de aviadores borrachos”–, el caso es que la señorita quedó muy poco satisfecha y decidió ventilar su caso a la prensa.

Entra nuestro protagonista, el Comandante H. Lawrence Garrett III, que ahora tiene un desastre mediático en sus manos: Una víctima de entre sus propias filas, victimizada por soldados de sus propias filas, y desatendida por los líderes de sus propias filas: todo un reto para el hombre en la cima de la cadena de mando.

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Comandante Henry Lawrence Garrett III, el protagonista

 

Entra también el narrador, Bill Harlow, en ese momento Asistente Especial de la Oficina del Comandante de la Marina. Harlow se entera de que su jefe va a ser abordado por periodistas en Washington, donde cumpliría una visita de rutina. “Le dije teníamos que estar preparados, que ya que sabíamos de la emboscada de prensa era mejor aprovecharla que escondernos, le expliqué qué tenía que decir; más o menos que la Marina estaba investigando el caso y que los culpables serían severamente castigados,”.

Harlow, un tipo ya entrado en sus sesentas con cara de buena gente, paró su relato un momento y una sonrisa un poco socarrona se le dibujó en la cara, “Pero después de hablar conmigo él llamó a su abogado para consultarle el asunto”. El abogado le dijo al Comandante que era mejor no decir nada de castigos, pues en caso de que sí hubiera una investigación y un castigo, sería él, como Comandante, el que tendría que asumirlos y dictarlos. Por lo tanto que un pronunciamiento en el sentido que había aconsejado Harlow podía posteriormente ponerlo en aprietos legales y dificultar su liderazgo. Mejor, aconsejó el abogado, era decir más o menos que el asunto se estaba investigando pero que no se podían hacer acusaciones ni pensar en castigos hasta que el trámite hubiera concluido.

Y así fue. El Comandante H. Lawrence Garrett III se paró ante las cámaras en Washington DC y repitió lo que le recomendó su abogado. Por supuesto ni él ni su abogado se imaginaron que una simple declaración poco comprensiva de los sentimientos de indignación nacional por el tema de la mujer manoseada fuera a terminar en un nivel de histeria que le costara el puesto. Pero en junio de 1992 nuestro comandante se vio forzado a entregar su renuncia al entonces Secretario de Defensa, Dick Cheney.

Esto fue lo que pasó según me lo contó Bill Harlow. Si quieren una versión más equilibrada de las razones de la renuncia del Comandante está este artículo del New York Times.

Harlow echó otras historias chéveres, como su paso por Japón como relacionista público gringo después de que su país les había dejado caer encima dos bombas atómicas, y también sobre su papel en todo el asunto de Valery Plame, la agente secreta de la CIA descubierta por la prensa. Esos los dejo para después.

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