Planeé el viaje a República Dominicana para escapar del día a día y cambiar de ambiente. Sin embargo, quería ver un poco el día a día de las problemáticas que hay en el primer territorio descubierto por colonizadores españoles en América. La curiosidad también iba conmigo.
A pesar de estar muy entusiasmado e interesado por conocer y saber más de la situación de los haitianos en territorio dominicano como migrantes, no logré preguntar ni investigar nada durante mi corta estadía en la isla. Sencillamente, me dediqué a compartir con viejos amigos y conocer la isla. El último día en la isla fue el lunes, día en que me subí al taxi que iba a llevarme al aeropuerto con cierta resignación por no haber indagado sobre ese específico tema.
El viaje había llegado a su final. Ya en el aeropuerto hice el respectivo check-in, el trámite migratorio de salida, tomé café, cambié los pocos pesos dominicanos que me sobraron y me senté en la sala de abordaje a esperar. En mis últimas horas de turista en Santo Domingo había comprado un libro de un dominicano que contaba su experiencia como migrante ilegal en NYC, el cual empecé a leer mientras esperaba. De un momento a otro la concentración se fue y empecé a escuchar a alguien hablar en un francés chapaleado y nada claro. En ese momento me di cuenta que había un grupo de 8 haitianos recibiendo instrucciones de un aeromozo sobre cómo abordar, cómo mostrar el pasaporte y la importancia de los pases de abordar.
Ahí cerré el libro y escuché con más atención las instrucciones que recibían los haitianos y logré entender que el destino final era Quito, porque tenían dos pases de abordar: uno de Santo Domingo a Bogotá y el segundo de Bogotá a Quito. Las instrucciones terminaron y me pregunté: ¿8 haitianos con destino a Quito? ¿a qué van? ¿turismo? ¿trabajo?. No podía viajar tranquilo sin saber un poco más, así en este momento la curiosidad que había viajado conmigo empezó a trabajar.
Entonces el más joven del grupo se sentó al lado mío detrás de sus compañeros de viaje y mi reacción inmediata fue preguntarle – en mi regular francés- a qué iban a Quito, a lo que Jeff respondió: a conocer Ecuador. Intenté no demostrar sorpresa, aunque era lo que realmente cruzaba mi mente. Respondí con otra pregunta: ¿Cuándo regresan a República Dominicana? Y él me respondió que el sábado siguiente. Jeff fue un poco más extrovertido de lo que parecía. Primero me preguntó mi nombre y luego mi nacionalidad. Yo simplemente respondí a sus curiosas preguntas y con la misma curiosidad preguntó mi edad, el nombre de mis padres y si tenía hermanos. Yo le dije que vivo en Bogotá y que estaba de vacaciones en la isla. Su nombre completo era Jeff Nevette Loveson, tiene 4 hermanas y 5 hermanos. Su familia vive en Haití y tiene 21 años, y con sus respuestas fue cada vez más insistente en que iba a conocer Ecuador.
Su obstinación me hacía dudar. Para mi no era cierto esa motivación turística de un grupo de 8 haitianos -dos mujeres y seis hombres- que necesitaron explicación de cómo mostrar esos pasaportes que no dejaban de mirar, sumada a la reiterativa frase del aeromozo: vous allez en vacances. Los ocho tenían caras de ansiedad, no estaban tranquilos. Entre ellos no había mucha comunicación, era como si se acabaran de conocer. Siempre mantuvieron sus pasaportes y pases de abordar en la mano.
Yo no dejaba de pensar en los titulares de la prensa que en los últimos meses han mencionado el incremento de ciudadanos indocumentados de China, Nepal y Bangladesh encontrados en territorio colombiano. Tampoco dejaba de pensar que estos ocho haitianos con caras ansiosas eran «clientes» de una empresa de turismo que les ofreció un mejor futuro en el trópico. O mejor dicho, 8 víctimas de un cartel de trata de personas. O tal vez ocho ciudadanos arriesgados que salian de su isla natal buscando un mejor futuro. Que cliché.
La migración hacía Estados Unidos suele iniciar en Suramérica, en donde el acceso se hace más fácil pues los flujos migratorios no son altos, y las autoridades no están al margen del problema. Después son transportados en barcos hasta algún país en Centroamérica, luego México y finalmente intentan cruzar la frontera en Estados Unidos. Y es que el sueño americano sigue siendo una constante en el imaginario de las personas de los países del mal llamado “Tercer Mundo”.
Pero, sí Jeff y sus compañeros de viaje pretendían llegar a Estados Unidos, ¿por qué tenía que ir hasta Quito para iniciar su travesía?
Después del terremoto de Haití en 2010, según cifras de las Naciones Unidas, todavía hay 817.000 personas que requieren asistencia humanitaria; debido en gran parte a que la inseguridad alimentaria, la desnutrición y el cólera mantienen niveles altos y agravan la situación de los haitianos. Estas son causas que pueden llevar a un deseo de migración constante entre los habitantes de la isla.
En los últimos años, el éxodo de haitianos hacia América del Sur se ha incrementado, especialmente hacia Brasil. En este país, los preparativos del Mundial de fútbol (una pasión que además es capaz de despertar amores y odios entre los haitianos), necesitaron mano de obra para construcción de infraestructura.
Y qué casualidad, según un informe de la OIM sobre el flujo migratorio hacia Brasil, éste empieza en Quito, pues la decisión del Presidente Rafael Correa de eliminar los requisitos de visa para todos los extranjeros en el 2008, ha incrementado la entrada de migrantes a este país. Por eso, algunos haitianos llegan a Ecuador para luego cruzar la a frontera sur con Perú, evadiendo controles migratorios para luego dirigirse a Brasil. El trayecto es de aproximadamente 2000 kilómetros, distancia en la que los migrantes se convierten en presa fácil del abuso de los coyotes que piden hasta 5000 dólares por movilizarlos, además de las tarifas excesivas e inexistentes que las autoridades de frontera deciden cobrar a ojo.
Por otro lado, Brasil otorga visas humanitarias para los haitianos en sus consulados en Puerto Príncipe y Santo Domingo. Este tipo de visas se obtiene con un pasaporte válido y pagando 200 dólares –un precio competitivo en comparación a lo exigido por los traficantes de frontera. Sin embargo, la corrupción es tan fuerte en Haití, que resulta más barato pagarle a un coyote que tramitar la visa, según indican los estudios.
Jeff tenía pasaporte y podía ingresar a Ecuador sin visa. Tal vez iba para Brasil, o tal vez iba a tratar de llegar al norte del continente. Eso en ultimas nunca lo averigüé. Finalmente, hicieron el llamado para abordar, yo aproveché para tomar una foto al grupo de personas porque no quería olvidar sus caras cuando estuviera escribiendo esta historia; todas estaban marcadas por una mezcla de ansiedad, preocupación y miedo.
Antes de terminar la conversación con Jeff le pregunté sí este era su primer viaje, y con mucha emoción respondió que sí, que íbamos a atravesar el mar juntos en el mismo avión. Y terminó nuestra conversación diciendo que había sido un placer hablar conmigo, a lo que yo le respondí que el placer había sido mío, a pesar de hablar un francés diferente. Nos deseamos un buen viaje y abordamos.
-Daniel Peña O.