Murmullo y exilio

Publicado el dlzitro

La paz mental

El 2016 para el gobierno de Juan Manuel Santos es el año de la paz y, contrario al sentido común, no todos están de acuerdo. Por ejemplo, algunos opositores del actual Presidente se resisten al proceso de paz y los acuerdos conseguidos en La Habana, en especial a aquellos relacionados con la Justicia transicional y la participación política de los guerrilleros de las FARC. Y claro, a mí también me cuesta mucho imaginar un país en el que los buenos y los malos –juntos-  discutan día a día el futuro de todos. Pero sobre todo me cuesta porque estamos muy acostumbrados a creer que somos los buenos del paseo, y minimizamos el valor del otro. Tan natural nos resulta hacerlo, que nos hemos convertido en el país del ‘usted no sabe quién soy yo’ o ‘igualado’, creyendo que la condición de iguales ante la ley solo está en la Constitución de 1991.

Sin embargo se nos olvida que bajo el manto de la ley, todos hacemos parte del conjunto de ciudadanos para quienes el Estado trabaja y a quienes se les debe ofrecer oportunidades de participación. El Estado no es un establecimiento que se puede reservar el derecho de admisión con sus propios ciudadanos, y menos cuando el criterio de distinción es tan subjetivo. Independientemente del comportamiento y las acciones de cada uno, Timochenko es tan colombiano como Carlos Vives, y ambos merecen por derecho y deber la atención del Estado.

Además, resulta incoherente no recordar que los “malos” ya han participado en espacios democráticos y en la contienda política. Ex miembros del M-19 han ocupado cargos de elección popular, Mancuso dio un discurso ante el Congreso resaltando el heroísmo de las Autodefensas Unidas de Colombia y el fundador y defensor de las convivir es uno de los senadores más votados en la historia política del país. Por mucho que nos quejemos en el debate político, hace décadas, entraron todo tipo de personajes y que aún no reconocemos con un mínimo de formalidad.

La oposición está sumamente preocupada por la financiación del postconflicto una vez alcanzados los acuerdos de paz en el país, así como por la inserción de los excombatientes en la sociedad colombiana. No obstante tenemos que recordar permanentemente que los retos que vienen adelante, nunca serán más graves que la guerra. Las huellas psicológicas del conflicto son tan fuertes en nuestro país, que marchamos en contra de la paz, para luego rectificarlo diciendo que la queremos pero no como la ofrecen, y luego la volvemos a rechazar. Ya somos al menos dos o tres generaciones las que hemos nacido en el conflicto y hemos crecido formando parte de un bando que convive con esa guerra que otros luchan en el campo.

La huella que está dejando el conflicto en nuestras mentes es un punto preocupante y que merece un arduo trabajo para todos y toda la atención posible. La frágil infraestructura clínica en Colombia y la estigmatización que tiene la salud mental dentro del Sistema de Salud Nacional suponen grandes retos a la hora de plantear la atención psicológica para las víctimas y ex combatientes del conflicto. La Unidad de Atención a las Víctimas ha sido una entidad de gran apoyo para estos grupos, pero sería apropiado  incluir también a los ex combatientes y sus círculos familiares también. Cabe recordar que muchos guerrilleros fueron reclutados en su niñez y adolescencia contra su voluntad, lo que deja secuelas psicológicas que afectan el desarrollo de su entorno familiar y social, y que generan obstáculos para que continúen su camino hacia la inserción en la sociedad fuera de las dinámicas de violencia.

La labor de la oposición ha sido muy importante y debe continuar, pero es necesario dejar de apuntar los errores y comenzar a proponer cada vez más soluciones.

Daniel Peña

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