Murmullo y exilio

Publicado el dlzitro

La cultura está hecha de guiones.

Hace unos meses comenzaron a sonar en los medios de comunicación dos países que por lo general no suelen ser protagonistas de la prensa internacional: República Dominicana y Haití. El tema comenzó por la controvertida sentencia del TC/0168/13 Tribunal Constitucional Dominicano, que coloca en un limbo jurídico a todas aquellas personas de origen haitiano, cuyo estatus migratorio (o el de sus familiares generaciones antes) resulta de dudosa procedencia. El caso protagónico de esta sentencia fue el de Juliana Deguis, nacida en República Dominicana, hija de extranjeros haitianos en tránsito, quien luego de 147 páginas de argumentación jurídica, fue privada de su nacionalidad dominicana.

Sin embargo, el tema se agravó rápidamente al determinar jurisprudencia retroactiva y poner en tela de juicio la nacionalidad de miles de haitianos que viven actualmente en el país, generando así una fuerte crisis bilateral, entre dos países que comparten una misma isla. Y es que, al poco tiempo de la sentencia, la controversia comenzó a escalar, y diferentes entidades internacionales saltaron al ataque de las instituciones dominicanas, considerando el hecho como una clara violación de los Derechos Humanos que debía ser condenada por la comunidad internacional, particularmente por la CIDH y algunas naciones latinoamericanas, que no dudaron en hacer énfasis en el carácter pernicioso y discriminatorio del fallo.

Los meses pasaron, y los comentarios siguieron latentes pero comenzaron a calmarse, como sucede cada vez que un tema pasa de moda. Esto siguió así hasta la semana pasada, cuando en el marco de la II Cumbre de la CELAC, el presidente dominicano, Danilo Medina, salió en defensa de la criticada soberanía dominicana y su autonomía para tomar decisiones como estado independiente. Según el mandatario, República Dominicana ha apoyado siempre a Haití y sus ciudadanos, y las críticas internacionales no reconocen la asistencia que se le ha dado históricamente a la nación fronteriza.

Pero, la cooperación internacional es un arma de doble filo, y el asistencialismo aún más. El apoyo internacional en tiempos de crisis es fundamental y bien recibido, pero muchas veces desarrolla relaciones de codependencia entre las naciones, y genera dinámicas sociales absolutamente surrealistas.

En Santo Domingo, por ejemplo, se realiza todos los domingos en la mañana un mercado conocido como “la pulga” (asumo, por esta incapacidad caribeña de pronunciar las S), en el que desde que se llega, se puede notar una atmósfera diferente: los vendedores parecen tener la piel un poco más oscura que los típicos dominicanos, y hablan una mezcla de español golpeado y creole. Cientos de personas se reúnen todas las semanas bajo un puente a intercambiar a bajo costo, bienes muy diferentes como cremas, utensilios para el hogar, comida enlatada, electrodomésticos viejos y, sobretodo, ropa, mucha ropa. Pero, ¿quiénes son estos vendedores? Y, ¿de dónde viene toda esta mercancía?

Cuando uno se acerca puede notar dos cosas diferentes: los vendedores no son dominicanos típicos, y los productos no estaban pensados para los compradores de éste mercado. A decir verdad, muchas de las personas trabajando en este mercado son haitianos con poco interés por las condiciones higiénicas del lugar, y los bienes no son todos productos que se encuentran en un mercado de las pulgas tradicional. No hay artesanías locales y la ropa viene envuelta en grandes pacas con etiquetas de Good Will y señales de donación.

De hecho, entre más se adentra uno en el lugar, es fácil notar que la mayoría de artículos hacen parte de donaciones recibidas por Haití y son ahora vendidos al otro lado de la frontera a precios muy bajos. Pero, ¿por qué los haitianos han rechazado estos productos? Y, ¿cómo terminaron los mismos en República Dominicana?

Aunque Mohammad Yunnus reconoce que la pobreza no es una condición natural de los seres humanos, sino una imposición artificial, Haití parece ser una nación condenada a problemas y desgracias. Considerado por algunos como estado fallido, es catalogado como uno de los países más pobres de América Latina con altos índices de violencia, analfabetismo, SIDA y pobreza. Y es que además, la historia de esta nación ha sido marcada por fuertes eventos de colonización, dictaduras, contingencias climáticas e invasiones extranjeras.

Sin embargo, parte del dinero y los bienes que llegan a esta nación después de graves crisis -como el terremoto del 2010- cambian su rumbo, debido en parte a la falta de coherencia entre los diferentes proyectos, el desespero de las comunidades locales y los altos niveles de corrupción. Como seguramente pasó también con los familiares de Juliana Deguis, que migraron al país vecino en búsqueda de oportunidades.

De alguna forma, los productos que debían llegar a la población haitiana necesitada son ahora vendidos en Santo Domingo, en un mercado informal todos los domingos -por no mencionar los enormes mercados de Pedernales y Dajabón en las fronteras terrestres entre las dos naciones. Muchos de los clientes son haitianos viviendo del otro lado bajo un status legal incierto, pero muchos son también dominicanos que encuentran los precios altamente competitivos. No importa la razón, este mercado se llena todas las semanas con clientes dispuestos a regatear y recibir bienes que no estaban pensados para ellos (como puede suceder con los derechos de los nacionales en un estado soberano).

La experiencia de visitar uno de estos mercados es muy interesante. No solo evidencia la corrupción como uno de los problemas más graves en términos de distribución, coordinación de la ayuda y políticas de reconstrucción pro-poor, sino que además trae a colación la forma en la que algunas naciones actúan y toman decisiones sobre otras. En un lugar donde la noción de Tercer Mundo es todavía una realidad, uno puede llegar a preguntarse, ¿Qué tan positivo es el hecho que los extranjeros sean quienes tomen las decisiones sobre las coyunturas locales?

En el caso de la Sentencia, las críticas internacionales han sido persistentes, pero desconocen la compleja realidad bilateral entre ambas naciones y la multimodalidad de las dinámicas entre República Dominicana y Haití. Olvidan sobre todo, la capacidad innata de ambos pedazos de isla de reconocerse y desconocerse al mismo tiempo. Sería interesante en el caso de estas dos naciones una crítica más constructiva y  la enseñanza de Ernesto Sábato de “exigir que los gobiernos vuelquen todas sus energías para que el poder adquiera la forma de la solidaridad, que promueva y estimule los actos libres, poniéndose al servicio del bien común, que no se entiende como la suma de los egoísmos individuales, sino que es el supremo bien de una comunidad”.

Laura Delgado O.

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