Mujer y caricaturista

Publicado el Nani

Apocalipsis lento. Crónica de la cuarentena en Madrid

Los chats de estos días dan para mucho; en medio del aburrimiento y la angustia disfrazada de tedio, terminamos contando los detalles más absurdos de nuestro día a día.

De repente, atrás, en la pantalla, en medio de una conversación con mi tío, veo pasar a mi tía con un trapero o fregona. » ¡Pere mija que me toca cambiarme de sofá!» Se interrumpe por unos segundos la charla, veo el techo de la casa, un reloj de pared que se bambolea, un pedazo de la mesa y por fin  se estabiliza la transmisión.

«¡Esa mesa está húmeda!» grita una voz que se oye cansada. «Pere tantico mija», vuelve a decir la voz de mi tío enredada en lo que ahora es la escalera y finalmente su cuarto. Ha entrado en la habitación y tirado en la cama me regala una bella toma de su papada, mientras sonriendo me explica: «Es que Carmencita es una histérica de la limpieza y ahora más, no podemos entrar a la casa con zapatos, y a Alberto que todavía trabaja lo obliga a ducharse cada vez que llega, a mi me pregunta unas diez veces al día ¿Se lavó las manos? ¿Se lavó las manos?». Lo cuenta de forma dicharachera, parece que la cosa no va con él, de todas formas tampoco va a limpiar, eso es cosa de Carmencita.

Ellos viven en New York, donde el apocalipsis lento ya subió el telón y en dónde además del virus hay que luchar con mentalidades tan arcaicas como la de mi tío.

En México un señor con cara de pocos amigos, parado en una esquina, reta al más macho a que lo obligue a entrar, discute con todo el que intenta razonarle y escupiendo en el suelo suelta la más lógica de sus afirmaciones: «ese virus sólo le da a los ricos», él está inmunizado, y prefiere irse preso. Me comenta mi amiga Marta, en medio de un Zoom de varias amigas, para desahogarnos de tanta impotencia.

Histéricas, obsesivas de la limpieza, amargadas, exageradas, extremistas, insoportables… pueden ser algunos de los calificativos que escuchamos las mujeres y algunos hombres conscientes en nuestras propias casas, pueden ser también el inicio de esas peleas con violencia en el hogar que le abren la puerta a la pelona mucho antes que el mismo virus.

Tomar conciencia, es un aprendizaje que nos llega tarde, cuando uno de nuestros seres queridos entra en esa larga lista de las cenizas sin nombre, o cuando los síntomas de la gripe o la gastroenteritis se parecen tanto a lo que mencionan en la tele, que los sudores fríos no nos dejan dormir pensando si esto será el principio del fin.

En Madrid, vamos a la compra como a la luna, y es lo ideal, guantes desde casa y otros sobre esos que nos dan en el súper, no hablamos, guardamos distancia de más de dos metros, no nos tocamos la cara, ni la mascarilla, hervimos las mismas al llegar, entramos casi en bolas directos a la ducha, desinfectamos la compra con alcohol.

En este momento ya no nos parece tan exagerado, limpiamos el pasamanos sin que nadie lo pida,  incluso he visto a hombres lavando los baños. Es peor enfrentarse al pánico de la duda: ¿Habré limpiado bien esto o lo otro?, ¿toqué la puerta del vecino que hoy dio positivo, o el botón del timbre o la manija del carro o…?

Ya no parece tan mala idea llevar en el bolsillo un frasquito con alcohol e ir desinfectando todo lo que se atraviese; de hecho, estoy segura que hoy mi tío le está ayudando a limpiar a Carmencita en New York.

@nani0pina

 

 

 

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