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Vicky Dávila no mató el periodismo, el periodismo se muere a cada rato

En estos días en que solo se escuchan tres nombres en las noticias y al parecer solo hay un tema crucial en los medios de comunicación, he estado analizando y recapacitando bastante. He recordado incluso mi época universitaria en la que tuve que escoger entre ser periodista o comunicadora y bueno, sabrán que escogí lo segundo, entre otras cosas porque no me creí con la convicción y la fuerza suficiente para ser periodista.

Hoy todos nos quejamos o defendemos a Vicky Dávila y consideramos atroz o heroica la publicación de un video del que no entraré en detalles. Lo cierto es que casi que el 70% de las columnas de opinión que se escriben por estos días van dirigidas a echarle cabeza a si fue bueno o malo. Supongo que ahora esta entrada hará parte de ese fatídico 70%, pero no me importa porque con ella quiero ahondar en el tema desde una perspectiva un poquito diferente.

Seamos realistas y dejemos de taparnos los ojos, el periodismo se suicidó hace muchos años, mucho antes de que Vicky Dávila cogiera por deporte insultar o enfrentar a voceros del gobierno y organizaciones privadas en sus tan asombrosamente escuchados programas radiales. El periodismo se mata cada día, se mata como la quimioterapia mata al cáncer; con dosis pequeñas pero con síntomas dolorosos.

El periodismo se mata cuando los periodistas se venden al mejor postor, cuando el periodista no sale de su sala de redacción a buscar otras fuentes u otras miradas. El periodismo se mata cuando el jefe de redacción o el director de un medio se imponen sobre su equipo y los obligan a escribir sobre lo que no es noticia o sobre lo que conviene. El periodismo se mata cuando le damos rating a programas amarillistas. El periodismo se mata cuando lo dejamos morir.

Y es que ¿qué podemos esperar de un país donde la agenda de los medios se escoge por moda? El pueblo pide opio y opio le estamos dando. Y bueno, también es cierto que esta controversial situación va mucho más allá de unos policías homosexuales, un esposo infiel, una periodista altanera y un presidente con ínfulas de rey. Eso lo sé, créanme, pero ¿qué pasa cuando esta telenovela es la única información de la que nos alimentamos? Sencillo, estamos nosotros mismos dándole su sesión de quimioterapia al periodismo.

@AngelaMartinezL

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