Lo más claro del impacto de las elecciones argentinas del domingo es que, de alguna manera era previsible, que el abordaje libertario de Milei, a la dificilísima situación del país, aunque tuviera mucho de verdad, era simplista, tecnocrático y profundamente ideológico y que se enfrentaría con otra envejecida visión ideológica, el peronismo, con más de treinta años de desgaste y politiquería,
a cuestas. Es Milei, con la fe del ángel vengador, enfrentado a los abusos, corrupción y estropicios de un peronismo profundamente descompuesto, pero arraigado en el alma de muchísimos argentinos, aunque muchos no lo reconozcan.
La fuerza de Milei ha estado en su discurso radical y libertario de defensa de la libertad económica, de ataque a toda forma de acción o intervención del Estado en el mercado, de su posición radical contra la intervención estatal, señalada como la fuente de la pobreza de la economía y de favoritismos sin nombre, de corrupción generalizada, que le impiden a Argentina recuperar la senda de desarrollo y creación de riqueza, perdida en el último siglo. Milei de manera simple y radical ofreció liderar ese cambio y los argentinos lo acompañaron, desesperados por una crisis que parecía, sin fin. Les anunció que vendrían años muy duros para todos, pero necesarios para extirpar el mal que estaba acabando con el país. Mayoritariamente, los argentinos, le dijeron hágale y el procedió.
El mundo en el cual, durante años Milei se había desenvuelto con competencia y reconocimiento, era eminentemente técnico, frío si se quiere. El discurso de la tarea que realizaría expresaba esa experiencia; Milei planteó cambiar drásticamente el manejo y el rumbo de la economía que, afirmó, en un año, luego de enormes sacrificios, levantaría cabeza, para el beneficio de todos, acabando con los abusos que se habían entronizado a favor de unos pocos. Pero, y en Colombia lo hemos vivido, mejoras en las cifras macroeconómicas, no se reflejan rápidamente en la situación de los hogares; hay un desfase mientras el cambio lo asume la economía y este se irradia.
Una cosa es denunciar lo existente y presentar una solución teórica y por consiguiente simplificada, en el tablero de clase o en una conferencia, como por años había hecho Milei exitosamente, y otra es, ya como gobierno, ejecutar esos planteamientos, en una realidad compleja, plena de contradicciones de intereses y de corrupción. Ese tránsito de lo técnico/teórico a lo político/práctico, es siempre difícil y Milei, con su visión mesiánica, pasó esto por alto o lo subestimó. Empezó a ejecutar lo ofrecido y aprobado, en medio de un gran vacío político, que no de opinión. Asumió, equivocadamente que le bastaba tener a favor la opinión, que es fluida y móvil; pero no se trataba de ganar una encuesta, sino de adelantar unos cambios dolorosos que, en un régimen democrático, requieren el respaldo de la opinión a través de fuerzas políticas organizadas. Se necesita un acuerdo, un compromiso político para apoyar la negociación, en el cual, algunas iniciativas no serán respaldadas. Es la confrontación entre el maximalismo del querer del caudillo y las posibilidades que, en un momento dado, permiten las circunstancias políticas. Al dirigente le queda como salida, lograr lo máximo posible de su propuesta.
Si no negocia ahora, Milei acabará políticamente bloqueado y el peronismo recuperando cuerda, como ya lo viene haciendo, con el creciente liderazgo de un Kicillof moderado, que parece tener una voluntad negociadora que, en las actuales circunstancias, los ciudadanos reclaman. Milei necesita igualmente replantear sus relaciones con los gobernadores provinciales que concentran mucho del poder, compartiéndolo con ellos y realizando inversiones y proyectos que las provincias necesitan y que acercan el gobierno a la gente, para no dejarle el camino abierto al peronismo que está vivo y al asecho.