Manual de sombras

Publicado el Camilo Franco

Propósitos y despropósitos del 2019

¡Ay yo no olvido el año viejo porque me ha dejado cosas muy buenas!  Se escucha sonora retumbar, todas las navidades, la letra de Crescencio Salcedo que acompaña las alegrías y pesares, las aventuras y percances que millones de colombianos hemos vivido en el transcurso de 365 días, 8760 horas o 525600 minutos de vida. Contamos pecados, locuras, insomnios, desvelos, tristezas, intempestivas emociones y sufrimientos náufragos que esperamos jamás resuciten. Pero siempre, al finalizar el año, nos proponemos que el siguiente, ese que asoma como vecino chismoso a nuestra puerta y que al ir a buscarlo ya se ha hecho febrero, nos depare novedades, se nutra de nuestros más íntimos deseos y, sobre todo, que haga honor a ser un año nuevo y en él, podamos volcar, con mayor o menor éxito, todos los propósitos acumulados en años anteriores y que por la ajena culpa de nuestra propia pereza no conseguimos llevar a cabo ni viéndoles siquiera el rabo respingón.

Algunos de estos propósitos (del latín proponere poner antes de) nos los pro-ponemos más para que no falten que para cumplirlos, es decir, para llenar las quinielas y abultar las ganas, pues suelen ser metas irrealizables, cambios drásticos o acciones cotidianas que parecemos no dispuestos a cumplir a no ser que de ello dependa nuestra integridad, nuestra inmediata existencia en el espacio-tiempo o una suma considerable de billete que se están demorando mucho en ofrecernos. Y como aquí no queremos defraudar a ninguno de nuestros o nuestras voraces y fervientes lectores o lectoras que se muerden las uñas (lo sé, los veo por la cámara web que todavía no han tapado con un post it ;) ante los retos que le esperan a este adolescente blog en los próximos doce meses, y con la certeza de cumplir un inapelable deber, nos propondremos propósitos que no depondremos si otros despropósitos no nos lo impiden.

No habrá dietas milagrosas o dictatoriales y clorofílicos regímenes alimenticios en estas líneas, ni gimnasios donde muscular llantas de bicicleta o reducir acordeones de piel  o crear esculturales cuerpos sino a través del uso mesurado y grandioso del fotoshop; tampoco hablaremos de renuncias innecesarias a ilícitos placeres estéticos o etílicos con sus respectivos e inmemoriales guayabos; menos, de aprender en dos semanas incomprensibles idiomas que no queremos hablar, o de hacer imposibles posturas de yoga para impresionar al traumatólogo que nos habrá de tratar de hernias y desgarros ocasionados por tan osadas contorsiones; ni de ahorros o créditos o seguros o pagarés para nuevos carros con el número que no tiene pico y placa esta semana. Prescindiremos de las ansias de hacernos con baratijas multicolores que se dañan tras el primer parpadeo y jamás desearemos tener el trabajo de nuestras vidas que, qué vaina, no existe sino para los que trabajan de herederos profesionales o de granujas empedernidos.

Esta parece más bien una lista de los despropósitos de este y otros años que esperamos no tener que vivir, ni cumplir, ni decir, ni siquiera pensar. Ni por acción u omisión. Preferimos nuestros  propios despropósitos no prefabricados y sin hornear para este 2019 que apenas gatea:

1) Que nos sigan leyendo con la paciencia y bondad que los caracteriza mientras El Espectador tenga el gusto y el coraje de tenernos en sus filas y sus filos.

2) Que podamos continuar escribiendo sobre todos los temas, cuestiones y disquisiciones que tienen cabida en la mente turbada de inquietudes y desvelos del creador de este monstruo digital.

3) Que se cumplan sus propósitos pero sobre todo, ¡no lo olviden, por favor, no se los perdonaríamos!, sus propios y únicos despropósitos (sugeridos por nosotros, con amor): haraganear, procrastinar, revolotear, confundir, contrastar, informarse bien y no comer cuento (que ya estamos como rellenitos de tanto cuento, ¿no? ), comprender la maraña mundial, reírnos de Trump, escandalizar a los mojigatos, discutir y explayarse en envolventes charlas sobre la historia, la filosofía, la literatura, el cine, la política y los meandros del devenir histórico.

4) Y por último, que nos recomienden a sus abuelas fumadoras, a sus padres conservadores, a sus tías rezanderas, a sus madres sobreprotectoras, a sus compinches licenciosos, a sus amantes furtivas y a sus más estrechos cómplices y amigos para que también ellos puedan disfrutar este año que empieza de los deliciosos e irreverentes despropósitos de este blog.

 

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