¡Ay yo no olvido el año viejo porque me ha dejado cosas muy buenas! Se escucha sonora retumbar, todas las navidades, la letra de Crescencio Salcedo que acompaña las alegrías y pesares, las aventuras y percances que millones de colombianos hemos vivido en el transcurso de 365 días, 8760 horas o 525600 minutos de vida. Contamos pecados, locuras, insomnios, desvelos, tristezas, intempestivas emociones y sufrimientos náufragos que esperamos jamás resuciten. Pero siempre, al finalizar el año, nos proponemos que el siguiente, ese que asoma como vecino chismoso a nuestra puerta y que al ir a buscarlo ya se ha hecho febrero, nos depare novedades, se nutra de nuestros más íntimos deseos y, sobre todo, que haga honor a ser un año nuevo y en él, podamos volcar, con mayor o menor éxito, todos los propósitos acumulados en años anteriores y que por la ajena culpa de nuestra propia pereza no conseguimos llevar a cabo ni viéndoles siquiera el rabo respingón.
Algunos de estos propósitos (del latín proponere poner antes de) nos los pro-ponemos más para que no falten que para cumplirlos, es decir, para llenar las quinielas y abultar las ganas, pues suelen ser metas irrealizables, cambios drásticos o acciones cotidianas que parecemos no dispuestos a cumplir a no ser que de ello dependa nuestra integridad, nuestra inmediata existencia en el espacio-tiempo o una suma considerable de billete que se están demorando mucho en ofrecernos. Y como aquí no queremos defraudar a ninguno de nuestros o nuestras voraces y fervientes lectores o lectoras que se muerden las uñas (lo sé, los veo por la cámara web que todavía no han tapado con un post it ;) ante los retos que le esperan a este adolescente blog en los próximos doce meses, y con la certeza de cumplir un inapelable deber, nos propondremos propósitos que no depondremos si otros despropósitos no nos lo impiden.
No habrá dietas milagrosas o dictatoriales y clorofílicos regímenes alimenticios en estas líneas, ni gimnasios donde muscular llantas de bicicleta o reducir acordeones de piel o crear esculturales cuerpos sino a través del uso mesurado y grandioso del fotoshop; tampoco hablaremos de renuncias innecesarias a ilícitos placeres estéticos o etílicos con sus respectivos e inmemoriales guayabos; menos, de aprender en dos semanas incomprensibles idiomas que no queremos hablar, o de hacer imposibles posturas de yoga para impresionar al traumatólogo que nos habrá de tratar de hernias y desgarros ocasionados por tan osadas contorsiones; ni de ahorros o créditos o seguros o pagarés para nuevos carros con el número que no tiene pico y placa esta semana. Prescindiremos de las ansias de hacernos con baratijas multicolores que se dañan tras el primer parpadeo y jamás desearemos tener el trabajo de nuestras vidas que, qué vaina, no existe sino para los que trabajan de herederos profesionales o de granujas empedernidos.
Esta parece más bien una lista de los despropósitos de este y otros años que esperamos no tener que vivir, ni cumplir, ni decir, ni siquiera pensar. Ni por acción u omisión. Preferimos nuestros propios despropósitos no prefabricados y sin hornear para este 2019 que apenas gatea:
1) Que nos sigan leyendo con la paciencia y bondad que los caracteriza mientras El Espectador tenga el gusto y el coraje de tenernos en sus filas y sus filos.
2) Que podamos continuar escribiendo sobre todos los temas, cuestiones y disquisiciones que tienen cabida en la mente turbada de inquietudes y desvelos del creador de este monstruo digital.
3) Que se cumplan sus propósitos pero sobre todo, ¡no lo olviden, por favor, no se los perdonaríamos!, sus propios y únicos despropósitos (sugeridos por nosotros, con amor): haraganear, procrastinar, revolotear, confundir, contrastar, informarse bien y no comer cuento (que ya estamos como rellenitos de tanto cuento, ¿no? ), comprender la maraña mundial, reírnos de Trump, escandalizar a los mojigatos, discutir y explayarse en envolventes charlas sobre la historia, la filosofía, la literatura, el cine, la política y los meandros del devenir histórico.
4) Y por último, que nos recomienden a sus abuelas fumadoras, a sus padres conservadores, a sus tías rezanderas, a sus madres sobreprotectoras, a sus compinches licenciosos, a sus amantes furtivas y a sus más estrechos cómplices y amigos para que también ellos puedan disfrutar este año que empieza de los deliciosos e irreverentes despropósitos de este blog.